¿CÓMO MATAR A
11 MILLONES
DE PERSONAS?
POR QUÉ LA VERDAD ES
MÁS IMPORTANTE DE LO QUE CREES
ANDY ANDREWS
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© 2012 por Grupo Nelson®
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América. Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc. www.gruponelson.com
Título en inglés: How Do You Hill 11 Million People?
© 2011 por Andy Andrews
Publicado por Thomas Nelson, Inc.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
Editora General: Graciela Lelli
Traducción y adaptación del diseño al español: Ediciones Noufront /
www.produccioneditorial.com
ISBN: 978-1-60255-738-3
Impreso en Estados Unidos de América
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Contents
D urante muchos años me han pedido que hablase en reuniones políticas de uno u otro calado. Y durante muchos años he declinado la oferta sistemáticamente. El hecho de que los libros que yo escribo sean considerados literatura de sentido común —novelas que ilustran principios vitales— creo que hace que muchos políticos supongan que yo estoy en su bando. Sin embargo, no soy de esa clase de personas que están «o con unos o con otros». En realidad soy más de estar con «nosotros».
No me malinterpretes: sí que tengo algunos absolutos atrincherados en mi corazón y en mi mente, pero soy lo suficientemente optimista como para creer que aún hay terreno común incluso con aquellos con los que no estamos de acuerdo. ¿Acaso no queremos todos lo mejor para nuestro país y un futuro seguro y próspero para nuestros hijos? Por supuesto que sí. Y creo que podemos hablar de temas que causan división sin gritarnos.
De algún modo, en la gran mayoría de casos, nuestros padres y abuelos se las arreglaron para estar en desacuerdo con sus vecinos y aun así seguir comportándose amigablemente. Y normalmente lo hacían desde sus porches delanteros. Hoy en día muchos de nosotros ni siquiera tenemos porches delanteros. Nos hemos retirado al patio trasero, donde se puede aislar e imponer una única opinión con una valla privada.
Hace algunos años me hice estas tres preguntas: ¿dónde comenzaremos a encontrar terreno común con respecto a lo que queremos (o no queremos) para el futuro de Estados Unidos? ¿Es posible escribir algo que no utilice las palabras republicano o demócrata, liberal o conservador, y que aun así comunique un mensaje con el que todo el mundo pueda estar de acuerdo? ¿Se puede escribir eso de un modo conciso que permita que cualquiera pueda leerlo, entender el mensaje con claridad y sentirse fortalecido en menos de quince minutos?
Aquí está, pues, mi respuesta a esas preguntas.
—ANDY ANDREWS
ORANGE BEACH, ALABAMA
El castigo que sufre el sabio que rehúsa tomar parte en el gobierno es vivir bajo el gobierno de hombres peores.
—PLATÓN
«C onoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Estas son, probablemente, las palabras más famosas que se han dicho jamás acerca de la verdad. Muchos aceptamos esta frase en particular por su valor aparente. Ciertamente encuentra eco en nuestro espíritu. Nos hace sentir bien. Pero, en realidad, ¿qué quiere decir? ¿Y alguna vez has considerado el significado que sale a la luz al darle la vuelta a este principio?
Si es correcto que «conocerás la verdad, y la verdad te hará libre», ¿entonces es posible que si no conoces la verdad, su ausencia te haga esclavo?
CUANDO ERA NIÑO, pronto aprendí que si alguien descubría la verdad me metería en problemas, o no me elegirían, o ya no me querrían tanto. Incluso mis padres me animaban a decir la verdad y me llegaban a prometer que no me pegarían... si decía la verdad.
En la Escuela Elemental Heard les conté a mis compañeros de cuarto que Elvis Presley era mi primo. Supongo que entonces fue mi modo de buscar popularidad. Pero Elvis no era mi primo. Lo que había declarado públicamente en la cafetería no era verdad, y durante un tiempo, aunque no pareciera posible, me hice aún menos popular.
Fue una buena lección que me ayudó a tomar la decisión de que, en el futuro, contaría la verdad.
Una vez, cuando tenía quince años, un hombre de nuestro vecindario me dijo que me daría cincuenta dólares si le realizaba una tarea en particular en su patio. Cuando terminé, me dio veinte y me dijo que aquella era la cantidad que habíamos acordado. Fue la primera vez que alguien me miró directamente a los ojos y me dijo a propósito algo que no era verdad. Me di cuenta muchos años después cuando fue multado y avergonzado públicamente por otro asunto —que no tenía nada que ver conmigo— en el que no había dicho la verdad.
Durante mis años formativos y nada más convertirme en adulto, la verdad se convirtió en una piedra de toque, una meta, algo por lo que esforzarse. Siempre tenía la verdad en mi punto de mira, normalmente respetada pero a veces comprometida.
Cierta vez vi en televisión cómo el presidente de Estados Unidos renunciaba a su puesto después de haber caído en desgracia. En aquel momento no se me ocurrió pensar que la nación estaba tan alborotada —y el presidente estaba metido en tan grandísimo problema— no a causa de lo que se había hecho, sino porque él había mentido acerca de ello.
CUANDO ME HICE adulto, me convertí en un estudioso de la historia. Por alguna razón, me siento fascinado por lo que la gente dijo y lo que las naciones hicieron hace muchos años. También me interesan los resultados: las consecuencias que afrontaron aquellas civilizaciones al reaccionar a lo que la gente dijo y lo que las naciones hicieron muchos años atrás.
A menudo me pregunto si esas consecuencias tienen alguna relevancia para nosotros hoy. ¿Deberíamos ser unos estudiosos más prudentes de los sucesos y las decisiones que han dado forma a las vidas y las naciones de aquellos que nos precedieron?
Hace mucho tiempo decidí que si la historia iba a tener alguna importancia en mi vida, no sucumbiría a la tentación de acomodarme en mis creencias o deseos personales. En otras palabras, no estaría dispuesto a clasificar a la gente y a las naciones como «buenos chicos» o «malos chicos» para que se acomodasen a mis creencias políticas o religiosas. La verdad de lo que descubriese tendría que triunfar sobre todo lo que se me hubiera enseñado o hecho creer alguna vez. En silencio, solamente podía esperar que aquello que se me hubiera enseñado o hecho creer fuera verdad.
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