porque son mi mayor bendición.
Si estás leyendo este libro es porque tomaste la decisión de divorciarte, ya te divorciaste o estás pensando hacerlo. Pero tal vez no te atreves a dar el paso; fue tu pareja la que te “pidió tiempo”, te dijo que ya no quería estar contigo o tal vez sospechas que en cualquier momento va a ocurrir la separación pero temes enfrentarla. El caso es que estás ante el enorme vacío, ansiedad y miedo que te provoca el divorcio, y te sientes perdida en una realidad que aunque sabías que podía existir, en el fondo jamás imaginaste que te pudiera pasar a ti .
Voy a compartirte lo que yo viví en algunas ocasiones en las que me enamoré y terminé con la pareja que creí que sería “la única”. Si bien es cierto que este libro habla del divorcio, para que este suceda primero debe haber un matrimonio, aunque no necesitas firmar un documento y hacer “oficial” una relación para poder divorciarte. Hay rompimientos, separaciones y confrontaciones que duelen igualmente.
Estoy convencida de que los seres humanos somos polígamos por naturaleza ya que a lo largo de nuestra existencia podemos enamorarnos muchas veces de distintas personas, y por más que suframos con cada una, podemos recuperarnos de una desilusión, de un desamor y del dolor que causan. El proceso no es fácil; reconstruirte después de una pérdida emocional es complicado, ¡pero se puede, y yo soy prueba de ello! Por eso sigo creyendo en el amor, en la pareja, en el matrimonio, pero ante todo creo en mí.
Eso es lo que quiero transmitirte más que cualquier otra cosa en este libro: que creas en ti, y para ello vamos a vivir tu proceso de separación juntas. No existe una receta para atravesar la crisis de una ruptura ni el manual perfecto para el duelo, pero sí hay muchos elementos que pueden ayudarte a encontrar la claridad cuando estás inmersa en la tormenta porque en medio de ella no es posible ver muchas cosas: ni las negativas e inevitables ni las positivas y estimulantes. Quiero ayudarte a verlas, que de algo sirva que yo ya pasé por ello. De modo que si esta lectura te permite ver más allá de lo inmediato y del dolor de la separación para mirar hacia tu interior, ya la hicimos.
Yo, como tú, alguna vez sentí ese miedo a separarme o a dejar la vida que me habían enseñado, la que incluía “el final feliz”; el “se casaron y fueron felices para siempre”; el “están hechos el uno para el otro”; el “son almas gemelas”, o el “hasta que la muerte los separe”. Pero nadie me advirtió que la muerte emocional puede ser parte del amor y que este también se extingue.
La culpa no es de Cenicienta ni de ninguna princesa de Disney; tampoco por desear que el amor toque a nuestro corazón y nunca se vaya. Eso es lo más normal del mundo: ¿quién no quiere amar y ser amado? Dar y sentir que recibes lo mismo es algo que todos esperamos de nuestra pareja. Pero como dice la canción, “el amor se acaba”; la gente cambia y las situaciones y acuerdos de pareja también.
Por eso debemos estar conscientes de que el amor perfecto no existe —mucho menos sus “finales” felices— y de que una relación exitosa de pareja no se da de manera gratuita ni es algo que se añada mágicamente a tu vida por el hecho de irte a vivir con alguien, firmar un contrato matrimonial o casarte por cualquier rito religioso o espiritual.
Hoy, después de un divorcio y varias experiencias amorosas, sé que el amor entre dos es un trabajo diario en el que podemos vivir nuestros cambios juntos si somos honestos y empáticos; si decidimos ver siempre al otro, aceptarlo y amarlo como es. Si nos proponemos “regar la plantita todos los días” —como decían las abuelas— y no darnos “por hecho”; si nos atrevemos a jugar a la conquista diariamente con detalles y palabras cariñosas a pesar de la monotonía del día a día, de los conflictos y de las diferencias.
Sí, el amor es un sentimiento —el más hermoso de todos—, pero también es una actitud , y la actitud nos lleva a la acción … a la acción amorosa , porque cuando no cuidamos ni alimentamos el amor este pierde fuerza, se va debilitando poco a poco, y, sin darnos cuenta, cae en una rutina que nos ahoga y puede terminar en una separación, en una ruptura definitiva o en el divorcio.
Si estás atravesando por una crisis de pareja sabes que es momento de reaccionar; y si ya estás en pleno divorcio, lo importante es no temer ni paralizarte sino enfrentar el proceso, vivirlo y reinventarte hasta que encuentres a la persona con la que quieras compartir lo mejor y lo peor de ti. Pero sobre todo es momento de encontrarte a ti misma para que las heridas sanen y el amor que hay en tu interior recobre su fuerza.
Romper, dejar, ser dejado; sacar las cosas, no atreverse a tirarlas; lanzarte al psicodrama; enojarte, culparte, victimizarte; darte al sexo desenfrenado, temerle al sexo con alguien más; volcarte en tus hijos o en tu trabajo; temer a la soledad y a amar de nuevo componen la tremenda vorágine que nos acorrala cuando terminamos con aquella persona que esta vez elegimos con la intención de vivir la vida en pareja y compartir un proyecto común.
No importa si eres tú quien se quiere ir o es tu pareja la que lo desea, o si la decisión surgió intempestivamente en alguno de los dos. En cualquier caso te llena de pánico pensar en quedarte sola porque en apariencia la relación es lo que te da estabilidad, y al estar a punto de perderla de alguna manera intuyes que eso te llevará a “morir en vida”.
Gran parte de lo que eres ahora se irá con esa persona que ya no estará más contigo. Sí, y eso aterra. Sientes una especie de “orfandad” ante lo inesperado—el nuevo terreno que pisas, que es de absoluta incertidumbre— y ante la destrucción de un futuro que en apariencia conocías pero que hoy no logras ver con claridad porque habrá cambios, ¡muchos!, aun en cosas tan simples como en tu nombre —si eres de las que utilizan el apellido de casada—; en tus hábitos —incluidos los alimenticios—; en tus costumbres, y quizás en tus aficiones (¿por qué seguir yendo al futbol si es algo que le gusta a él y no a ti? ¿Por qué tener otro perro si no te agradan?).
Para enfrentar esa vorágine lo primero que tienes que saber es que en ella no hay víctimas. Jugar ese papel es de lo más cómodo; confieso que lo hice muchas veces con frases como: “La responsabilidad la tiene el otro; el otro abusó, el otro me traicionó, el otro hizo y deshizo…”. Claro que el otro tendrá su responsabilidad, pero yo también tengo la mía —como tú—, porque como bien dicen: “Tanto peca el que mata a la vaca como el que le amarra la pata”.
Sí, por fuerte que parezca, este es el primer paso hacia la sanación. Sé que al pedirte que te hagas responsable del rompimiento, independientemente de la causa, me recordarás a Raquel, mi madre. Pero te tengo dos noticias: ella ya no está en este plano terrenal, y de nada sirve quedarte como víctima; eso solo te estaciona, te drena, te aniquila. Asumir tu responsabilidad al principio siempre enoja, enfurece, pero luego es tan liberador que jamás volverás a querer ser víctima, y si te cachas siéndolo, saldrás corriendo de ese lugar emocional.
Una relación se compone del 50 por ciento de cada parte, y si la otra parte abusó, engañó, mintió o traicionó en repetidas ocasiones fue porque tú lo permitiste. Sí, se oye brutal, pero a medida que busques en tu interior verás que es cierto: puedes ser inocente la primera vez, ingenuo la segunda, pero la tercera eres cómplice de lo que te hace daño. Te aseguro que si te echas el clavado interior hacia la sanación real, al salir adelante de esa ruptura tendrás claro que no volverás a permitir aquello que te provocó tanto dolor físico o emocional.
Es importante aclarar que si bien el título de este libro emplea los términos femeninos “divorciada” y “virgen”, el planteamiento abarca a todo aquel que se divorcia, ya sea hombre o mujer, y a cualquier pareja, heterosexual u homosexual. Cuando uso “divorcio” me refiero a todas las relaciones que se han roto entre dos personas que se comprometieron a pasar un tiempo, o toda su vida, juntas.