Nota al lector
Este es un libro que pretende concienciar a los padres del hecho de que, aunque el desarrollo emocional de un niño se realice en etapas posteriores a las que comprenden los tres primeros meses de vida, solo cuando se da un buen comienzo puede ser efectivo todo lo que ocurra en el crecimiento durante las fases posteriores.
Saber de esta realidad puede angustiar a los padres por la responsabilidad que comporta, pero es importante estar tranquilos en este sentido. Deben saber que el conocimiento que necesitan no lo van a aprender de un libro ni de internet ni de ninguna charla, sino que brota de un lugar que precisamente es muy distinto al de la razón; nace del amor que surge entre ellos y su hijo.
Lo que precisa el recién nacido es, sencillamente, todo aquello que su madre le puede proporcionar cuando se siente tranquila y actúa con naturalidad.
Espero que este libro ayude a los padres y a todas las personas que tengan interés por conocer algo más del origen de cada uno de nosotros.
Ignorar las realidades que aquí se exponen puede interferir o impedir que exista la suficiente sensibilidad como para que la relación maternofilial esté protegida. Por eso este libro no pretende aleccionar ni dar consejos, sino hacer visibles los imperceptibles procesos que se dan en los bebés de pocos meses, los cuales permanecen ocultos a la observación directa.
El libro no tiene necesariamente un principio ni un fin y puede emplearse a demanda, leerse como mejor convenga. Pueden escogerse del índice los capítulos o los puntos que en un momento dado más apetezcan para leer. La información que se obtenga ayudará, tanto a los padres como a las personas que están en contacto con bebés de esta edad, a comprender algo más de lo que sucede.
Otro dato importante que debe tenerse en cuenta al leer el libro es que se refiere básica y exclusivamente a un período que abarca, de manera aproximada, los primeros tres meses. Un condicionamiento fundamental de este período es que la persona que crea el vínculo a partir del cual el niño consigue diferenciarse es la madre, o la persona que actúa como tal. En este período es ella la que establece una unión exclusiva con él. El padre también interviene, naturalmente, y existe para el niño, pero no ejerce la función de madre. La madre es la persona con la que el niño se siente fusionado y a la que percibe como si fuera él mismo.
Siempre que hablemos de madre en este libro, nos referimos a la persona que ejerce la función materna, ya sea un hombre o una mujer, ya se trate de hijos adoptivos o no. A este concepto se alude en los siguientes apartados: «¿Solo puede existir una madre?» y «¿Hombres padres u hombres madres? Madres biológicas».
Durante los primeros tres meses de vida, el padre sabrá cómo soportar sentirse excluido de la fusional relación entre madre e hijo, no es posible de otra forma. El hijo necesita unirse a su madre y solo a ella. Por esta razón, aunque el padre tiene un papel fundamental en este período, es la madre, o el que de los dos decida ejercer el rol materno, quien debe asumir en exclusiva el vínculo maternizante.
El padre también participa intensamente en este período, lo cual también es necesario para la creación del lazo emocional entre él y el bebé, pero de forma distinta a como lo hace la madre.
Pese a la desigualdad, se trata de una realidad irreductible en estas primeras semanas de vida.
Introducción
Es probable que los padres o futuros padres que se dispongan a leer este libro sean padres concienciados en busca de fórmulas o información que los puedan orientar ante una tarea tan trascendental —y desconocida— como tener un hijo. Y aquí no tienen ninguna importancia las veces que se haya fantaseado con esta idea, pues la realidad es que la paternidad o la maternidad no son abordables hasta que se pasa por ellas.
Como suele suceder con la mayoría de las vivencias personales, la de ser padres resulta una experiencia intransferible, y ninguna explicación o libro puede llegar a transmitir la transformación que supone para los progenitores el nacimiento de un hijo. En definitiva, este hecho tan solo es concebible desde la vivencia misma. Esto lo saben bien los que ya la hayan pasado: nada resultará ser tan ideal como imaginaron, nada les habrá podido preparar para la intensidad de emociones y cansancio físico que se avecina tras la llegada de su primer hijo al mundo. Por más datos que se obtengan y cursos de preparación que se sigan, nadie les va evitar la experiencia o, mejor dicho, nada les ahorrará el imprescindible caos emocional del principio. Y cuando digo «imprescindible», me refiero a que solo atravesando por esa vivencia que sacude todo nuestro psiquismo, o todo el conjunto de caracteres y fenómenos psíquicos de una persona, se puede llegar a crear el vínculo suficiente como para que se conviertan en padres de sus hijos.
Por más empáticos que crean ser, no hay charla capaz de ahorrarles la conmoción por la que necesariamente hay que pasar y que posibilita la transformación psíquica emocional que se requiere. Por eso, el objetivo de este libro no es sustituir el criterio de los padres, sino más bien inspirarles respuestas que surjan desde dentro de sí mismos. Conseguir que la información que puedan obtener de él reorganice lo que ya desde hace tiempo se encuentra dentro de ellos por instinto. Dar lugar a la suficiente confianza como para adaptarse de forma creativa a las necesidades del recién nacido, especialmente cuando, agotados por las exigencias de la experiencia, casi no puedan ni llegar a entender lo que les ocurre. A fin de cuentas, será la naturaleza, más que la información racional, lo que los dotará de un perfeccionado mecanismo de adaptación que ya hemos mencionado: el instinto. Solo hay que procurar no obstaculizarlo.
Tolerar el desconcierto inicial forma parte del proceso, se trata de una especie de inmersión en un nuevo lenguaje, donde las necesidades del niño al comienzo tienen que ser descifradas, deducidas por los padres. Esta tarea de conocimiento mutuo entre el niño y sus padres se inicia de tal manera que no puede ser acometida si no es desde la experiencia misma.
La llegada al mundo de un hijo supone, por lo tanto, el nacimiento de una nueva condición personal para la madre y el padre. Así, nada volverá a ser igual porque se trata de un aprendizaje individual que, a la fuerza, pondrá patas arriba la forma de pensar y de proceder de ambos y los obligará a enfrentarse con sus propias limitaciones.
Cuando la felicidad que habían imaginado se convierte en interminables noches en vela, en cansancio, en alteraciones hormonales para la madre, en cólicos en el caso del niño y demás urgencias que no tienen espera, a la fuerza se desmonta la visión idealizada que hasta entonces tantas veces soñaron. Es en ese instante de agotamiento cuando la presión compromete la resistencia personal y emergen las inseguridades de cada uno, jugando, como no podía ser de otra forma, malas pasadas.
La llegada al mundo de un hijo, con todo lo que conlleva, implica para cada uno de los padres la reorganización de su manera de procesar la realidad, una especie de resurgimiento también para ellos, que tienen a su vez que nacer como padres. Ser padres biológicos no convierte automáticamente a nadie en «padre» o «madre», esta condición tan solo se gana a través de la interacción constante entre ellos y el bebé, que los capacita para la entrega y la abnegación que la crianza requiere.