PARTE PRIMERA.
DE MENOS IMPREVISIBLE…
PARTE SEGUNDA.
… A MÁS IMPREVISIBLE
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Sinopsis
Nos gusta tenerlo todo bajo control, pero a la vez queremos que la vida nos sorprenda. Hay algoritmos para predecir el tiempo, los atascos y hasta el amor. Los hay que componen música y pintan cuadros como los de Rembrandt. Algunos crean noticias falsas y otros predicen a quién vamos a votar. También hay robots que conducen coches y otros que cuidan ancianos; los hay que anticipan la película que vamos a ver y hasta qué va a ser nuestro hijo de mayor.
A medida que les vamos cediendo poder a las máquinas, más nos preocupa todo aquello que escapa de su control. ¿Qué aspectos de nuestra vida llegará a calcular la inteligencia artificial? ¿Cuánto de lo que nos rodea seguirá siendo imprevisible?
Con humor y espíritu crítico, la periodista Marta García Aller nos sumerge en una búsqueda fascinante de lo que significa ser humano en un mundo lleno de máquinas. El resultado es un libro imprescindible en el que aparecen todo tipo de testigos de lo inesperado. Desde matemáticos, filósofos y genetistas a lingüistas, abogadas e ingenieras. Hay una niña de tres años, varias empresarias de éxito y un ligón de Tinder, junto a neurólogos, humoristas y algún que otro robot.
Una guía audaz y necesaria sobre el oráculo del siglo XXI que son los algoritmos. A menudo les atribuimos más poder del que realmente tienen, pero tanto sus aciertos como sus errores determinarán nuestro futuro.
M ARTA G ARCÍA A LLER
LO IMPREVISIBLE
Todo lo que la tecnología quiere
y no puede controlar
Para Manu y Lucía,
que compartieron conmigo este viaje
desde la cueva de la Sibila hasta el balcón.
La humanidad no puede soportar tanta realidad.
El tiempo del pasado y el tiempo del futuro,
lo que podría haber sido y lo que ha sido
avanzan a un solo fin, siempre presente.
T . S . E LIOTT
Me encanta que los planes salgan bien.
H ANNIBAL S MITH
Introducción
De cómo lo imprevisible es la clave del futuro presente
Este libro no está aquí. No ha podido llegar al lector porque este libro está confinado. Acabé de escribirlo en febrero de 2020, a tiempo de convertirse en una de las novedades de la primavera. O eso creía yo. Brindé por ello con amigos nada más entregarlo. No sabía por entonces que aquella iba a ser la última vez que pisaríamos un bar en mucho tiempo. Ni que este año nos íbamos a quedar sin primavera. De eso iban, al fin y al cabo, las páginas que acabaron confinadas. Advertían de que había que ir acostumbrándose a convivir con todo aquello que no se puede prever.
A principios de marzo, Lo imprevisible ya estaba impreso y empaquetado, listo para llegar a las librerías. Y ahí se quedó. Atrapado por sorpresa en las cajas de una imprenta de Igualada, el primer municipio español en decretar el confinamiento total por el brote de coronavirus. Igualada sonaba entonces, igual que Bérgamo, como si fuera el reactor 4 de Chernóbil. No se podía salir ni entrar de allí por el alto riesgo de contagio. Mi editora me llamó para avisarme de que la publicación del libro se retrasaría. La semana siguiente se decretó el estado de alarma que puso a España en cuarentena. Y luego la COVID-19 fue paralizando el resto del planeta. Más de tres mil millones de personas nos quedamos encerradas en casa durante semanas para tratar de frenar el virus que cambiaría el mundo.
Así que este libro no es exactamente el mismo que en febrero. De alguna manera, ninguno lo somos. Tampoco el lector. Ya no me va a costar convencerle de que un espejismo tecnológico nos ha hecho creer que tenemos bajo control más cosas de las que en realidad están a nuestro alcance. Eso ha quedado claro ahora que el mundo está patas arriba. Mientras reescribo estas líneas, aprovechando mi propia clausura, aún no sabemos cuánto durará el estado de alarma. Ni cuándo podremos volver a salir de casa para ir a trabajar o abrazar a la familia. Tampoco cuándo volverán a abrir las librerías para que estas páginas, estas sí, lleguen por fin a sus manos. De pronto, ya no sabemos nada del futuro. Ni de lo que hay a la vuelta de la esquina. Solo hay algo seguro: nunca ha sido tan imprevisible.
De pequeña me fascinaba un libro que fantaseaba sobre cómo sería el año 2020 y del que solo recuerdo esa fecha y el dibujo de una bañera robótica. He olvidado también el título, pero no aquel cuarto de baño. De él salían todo tipo de brazos que lavaban, peinaban y secaban el pelo de un niño sumergido en espuma sin mover un dedo. Todavía me da algo de envidia cuando lo pienso.
Tal vez por eso siempre había imaginado 2020 como un año futurista. Y, por supuesto, que a estas alturas ya tendríamos baños con robots. Antes de que esta devastadora pandemia que me tiene recluida en casa mientras escribo provocase la peor crisis económica y sanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, los nuevos años veinte se preveían de otra manera. Iba a ser la década dorada del progreso tecnológico y la robotización. De la medicina personalizada y la inteligencia artificial. Y ahora resulta que 2020 es el año en el que Occidente descubrió que no tenía suficientes camas, ni médicos, ni mascarillas para atender a sus enfermos en caso de emergencia. Y mientras la inteligencia artificial y la genética van dando forma a la medicina del futuro, en nuestros hospitales del presente los médicos improvisan batas con bolsas de basura para protegerse.
A principios de año todavía vivíamos ajenos a lo que se avecinaba. Las ferias tecnológicas prometían grandes avances que ahora parecen frívolos (conste que antes del coronavirus, también). En enero se presentó en Las Vegas un minirrobot rodante que se controlaba desde el móvil, pensado para acercar un rollo de papel higiénico allá donde alguien lo necesitara. También se anunció un sensor para avisar con un mensaje al móvil si el baño huele mal antes de tener que asomarse a comprobarlo.
No es esto lo que de niña entendía por un baño robotizado, ni tampoco por lo que pasará a la historia el papel higiénico en 2020. En enero, mientras en la feria tecnológica más importante del mundo se presentaban estos inventos para el supuesto váter del futuro, ya había un nuevo coronavirus extendiéndose por China que pronto llegaría al resto del planeta. En las semanas siguientes, a medida que la amenaza avanzaba, la gente reaccionó, para sorpresa de Gobiernos y reponedores de supermercados, almacenando compulsivamente montañas de papel higiénico. Por inútil que fuera comprar decenas de rollos, el acaparamiento irracional transmitía una paz a la población que ningún robot podría prever. El miedo a lo desconocido entra dentro de eso que a los humanos nos vuelve imprevisibles.