HIJOS DEL FÚTBOL
GALDER REGUERA
Prólogo de
Ignacio Martínez de Pisón
© Galder Reguera, 2017
© Los libros del lince, S. L.
Gran Via de les Corts Catalanes, 657, entresuelo
08010 Barcelona
www.linceediciones.com
ISBN DIGITAL: 978-84-17302-01-6
Primera edición: octubre de 2017
Imagen de cubierta: © Getty Images / Bert Hardy
Composición digital: M.I. Maquetación, S.L.
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Este libro está dedicado al Athletic Club, cuyos
colores heredé de quien más quería y al que debo
mis sueños, los que no se cumplieron y los que sí.
Para Antonio Agredano:
sin tu cariño, ánimo y ayuda nunca
habría terminado este texto.
He oído el contar de muchos años y muchos años tendrían que atestiguar un cambio. La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo.
DYLAN THOMAS
Un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo.
JUAN VILLORO
PRÓLOGO
Se menciona en Hijos del fútbol a un futbolista brasileño que durante el partido narraba sus jugadas como los locutores de radio. Las narraba para sí mismo y para su marcador, pero sobre todo para un público imaginario, como hace el hijo de Galder Reguera, el pequeño Oihan, que se inventa un equipo y un estadio y unas circunstancias excepcionales para que aquello sea algo más que un simple pelotear. Qué bonito desdoblamiento: ser a la vez Aquiles y Homero, el héroe mitológico y el poeta que celebra sus hazañas. Yo diría que todos hicimos alguna vez algo parecido en el patio del colegio, porque ¿cómo resistirse al hechizo de una ficción que enaltece lo que toca? Ésa es la palabra: ficción. Y esa otra también es la palabra: palabra. Si aún hoy prefiero escuchar los partidos por la radio a verlos por la televisión, es porque prefiero la ficción a la realidad y la palabra a la imagen. Frente al fútbol de verdad, el que nos entra por los ojos, casi siempre tosco y aburrido, con más errores que aciertos, ¡qué sentimiento de exaltación transmite ese otro fútbol, el fútbol escuchado, el de los locutores radiofónicos, que nos llega convenientemente deshuesado, convertido en una aventura apasionante y un catálogo de jugadas grandiosas, lances espectaculares, remates excepcionales y acrobáticos despejes!
Galder Reguera también ha querido convertir el fútbol en palabras, pero no para embellecerlo, sino para, a través de él, hablar de todo lo demás: del paso del tiempo, del acceso a la madurez, de la aceptación del propio destino, de los sueños cumplidos e incumplidos. Asuntos trascendentes, ya lo ven, pero es que el fútbol es cualquier cosa menos intrascendente: parafraseando a Valdano podríamos decir que es la cosa más trascendente entre las cosas menos trascendentes. ¿Quién no recuerda alguna anécdota futbolística vivida con su padre o su abuelo? ¿Quién, cuando llega a la edad de ser padre o abuelo, no vive anécdotas similares junto a su hijo o su nieto? Una de las vías por las que el fútbol se trasciende a sí mismo es la del atavismo. El título de este libro no puede ser más explícito al respecto. Hijos del fútboles, entre otras cosas, un libro sobre lo atávico del fútbol, sobre la pervivencia de actitudes y rasgos que heredamos de nuestros antepasados y transmitimos a nuestros descendientes. La cadena se prolonga hacia delante y hacia atrás: cada vez que observa a su hijo jugando al futbolín o dando una patada a un balón, el Galder adulto inicia un diálogo sutil con el niño que fue y con el viejo que será. ¿Cómo no recordar entonces al abuelo que le transmitió la pasión por el fútbol y cómo no imaginarse a sí mismo transmitiendo esa pasión a un hipotético nieto del futuro?
Ha llegado el momento de soltar un lugar común: el fútbol es una metáfora de la vida. Entre los abundantes lugares comunes sobre fútbol (que no por serlo son menos ciertos) podría haber elegido cualquier otro. Por ejemplo: el fútbol es una escuela de valores morales. También eso es cierto pese a ser un tópico. De todos los tópicos generados por la literatura futbolística, el más cierto es que resulta muy difícil escribir sobre fútbol sin caer precisamente en tópicos. Este libro lo consigue. En Hijos del fútbol no hay estereotipos ni clichés. Aunque el fútbol es sobre todo una experiencia colectiva, lo que Galder Reguera piensa o siente en torno al fútbol lo piensa o siente como algo individual y privativo, no compartido con nadie, porque para escribir estas páginas ha tenido que bucear muchas veces en lo más profundo de sí mismo y localizar las fuentes de la emoción auténtica. Cada una de las breves piezas de Hijos del fútbol es el resultado de una inmersión así, lo que impide que en él haya afectación o coquetería. Sí hay, en cambio, mucha narración, y de la buena. El trabajo de Galder en la fundación del Athletic Club de Bilbao le ha permitido conocer a algunos de sus ídolos de la niñez y completar, pasados los años, no pocas historias nacidas en una colección de cromos o la celebración de un gol en San Mamés. Algunas de esas historias nutren este libro, un libro generoso, el de alguien que se siente en deuda con la vida y que, por poder dedicar su tiempo a lo que más ama, se sabe un privilegiado. Por eso, incluso en los pasajes teñidos por la violencia, la melancolía o el dolor, es Hijos del fútbol un libro feliz que transmite felicidad.
I. M. P.
Oihan, mi hijo mayor, pronto cumplirá cinco años.
Hace poco estuvimos de vacaciones. Fueron dos semanas en Francia, más de la mitad de ese tiempo en la capital. Recorrimos las calles de San Juan de Luz, Burdeos, Biarritz y París, visitamos castillos y palacios y museos. Subimos a la torre Eiffel, estuvimos en Eurodisney. Comimos sushi, creps y tajine. Jugamos a fútbol en un jardín renacentista, nadamos, vimos una exhibición de skate y chapoteamos en El Espejo de Agua. Dormimos también en la calle, en el centro de ciudades y pueblos, gracias a nuestra casa portátil. Vivimos todo eso y más. Y sin embargo, cuando le preguntas qué es lo que más le gustó de todo lo ocurrido en los días de vacaciones, responde sin dudarlo un instante, lleno de ilusión: «El futbolín».
Pasamos varios días en un camping de Versalles. Allí, en la cafetería de la piscina, había un viejo y pequeño futbolín de piso y bolas de corcho y figuras mal pintadas que representaban a dos equipos cualesquiera, meras marcas blancas, no el PSG, ni el Marsella, ni la selección francesa enfrentándose, no sé, a temibles rivales alemanes o ingleses. Un equipo vestía completamente de rojo, el otro, de azul. Una mañana, mientras hacíamos tiempo hasta que Danel, su hermano pequeño, aún bebé, terminara de desayunar, quise tomar un café noisette y Oihan insistió en que echáramos una partida. Antes de que la pelota de corcho comenzara a rodar, acordamos que yo sólo podía meter goles a lo Bruno, es decir, de portería a portería, como hace al final de la historia el héroe de Loco por el fútbol, mi libro favorito de niño, que ahora leemos juntos y apasiona a Oihan tanto como a mí cuando era poco mayor que él. La pasamos bien jugando, como dicen los argentinos. El ajustado e imprevisto resultado de nuestro encuentro fue de seis goles a cinco. Ganó el Athletic (él), con el tanto de la victoria en el último suspiro del choque. Siempre se mete un gol en el último segundo en el futbolín, pero no en todos los partidos con la emoción añadida de romper un empate, como en este caso.