PRÓLOGO
Me gustaría comenzar exponiendo mi admiración hacia Ibai por su activismo en defensa de los derechos de los animales, y mi enorme gratitud por destinar los beneficios de este libro a la Fundación Ochotumbao para que sigamos ayudando a los que más lo necesitan.
Cuando Ibai me propuso escribir este prólogo, he de reconocer que tuve sentimientos encontrados. Era la primera vez que alguien me pedía algo así, y sentí una mezcla entre orgullo y vértigo. En ese cruce de emociones, se abrió una grieta y, en cuestión de segundos, conecté con el miedo: miedo al qué dirán, a no saber qué escribir, a no hacerlo bien, al juicio de los que saben del tema y de los que no... miedo. Entonces, al tomar conciencia de lo que me estaba pasando, supe que eso era exactamente de lo que quería hablar. Y acepté.
Durante las próximas páginas, el autor nos va a llevar de la mano por un camino que despejará muchas de aquellas dudas que cualquier persona interesada en el veganismo pueda tener: la industria alimentaria, la textil, la vivisección, los espectáculos con animales, la nutrición, etc.
Así pues, desde una perspectiva absolutamente personal, me gustaría enfocarme en un aspecto algo más abstracto y sutil, pero extremadamente poderoso: la energía. Cuando hablo de energía me refiero al alimento que nutre nuestros pensamientos y acciones. Al igual que la electricidad procede de fuentes renovables o no renovables, creo que nosotros, los seres humanos, nos regimos por dos tipos de energía: el amor o el miedo. Ambas contienen numerosas emociones y sentimientos asociados. Podríamos decir que tanto una como la otra son «superemociones». Así, la violencia y el desprecio, entre otras, pertenecerían al terreno del miedo, mientras que la empatía y el respeto corresponderían al del amor.
El éxito, lo material y la imagen son los «valores» que nos inculca la sociedad como una cruel distorsión del amor propio. Una cortina de humo cuyo objetivo es infantilizar a la población a través del capricho, del deseo insaciable. Y mejor no hacer ni hacernos preguntas, pues la fealdad que hay detrás de todo ello podría romper el «hechizo». Un hechizo basado en un individualismo vacío de contenido emocional real, en vivir bajo el lema de «ojos que no ven, corazón que no siente». Y así, la falta de conciencia y de conexión con nosotras mismas y con cualquier otro ser sintiente nos hará «libres». La era de las redes sociales ha agravado este hecho convirtiéndonos en la generación del «yo, yo, yo, mí, mí, mí», contándonos, además, que así alcanzaremos la felicidad. Sin embargo, lejos de ese objetivo, el estrés, la depresión, la soledad y la insatisfacción parecen estar cada vez más presentes.
Y probablemente ahora que lleváis un ratito leyendo os preguntaréis: «¿Y esta mujer por qué me está hablando de esto y no de veganismo, que es de lo que va el libro?». Porque creo que debemos plantearnos el origen de nuestro motor. ¿Por qué quieres moverte tú, lectora, que estás leyendo estas palabras? ¿Quieres que tu motor sea el miedo? Miedo a no sacar buenas notas, a no encajar, a ser diferente, a no conseguir un trabajo que te permita vivir sino sobrevivir, a no ser aceptada, a que te dejen de querer... a que si no eres lo que te contaron que debías ser, te abandonen. Miedo a no llegar a ese éxito que prometía el ansiado destino de la felicidad. Pero es que el miedo construye aquello a lo que precisamente temes. El miedo alimenta nuestra sombra.
La mejor versión de nosotras, la más luminosa y cercana a nuestra esencia, es la que se conecta con la energía del amor. Cuando amamos, y hablo en el sentido más amplio de la palabra, vibramos más alto. Cuando nos conectamos con la energía del amor, ya sea hacia una persona, un animal o un paisaje, estamos amándonos también a nosotras y creando un punto de luz en el mundo.
Amar tiene que ver con la toma de conciencia y con la conexión. Un viaje iniciático desde la propia sombra hacia la propia luz, aprendiendo a perdonarnos y a querernos con el objetivo de seguir evolucionando en nuestra relación con nosotras mismas y con el mundo.
Amar no es estar contenta todo el tiempo, ni ser complaciente ni no enfadarse nunca. Vivir amando tiene que ver con la capacidad de conectar con la gratitud, con la belleza y con el fluir de la vida; con abrir el corazón para entregar lo que cada una tenga que ofrecer y para recibir lo que otros nos regalen. Con ser lo suficientemente humildes como para no ponernos por encima de nada ni de nadie.
El amor está en todo y en todos si sabes apreciarlo: en una puesta de sol, en una charla con un desconocido, en un ataque de risa (incluso en un ataque de llanto), en los bosques y océanos que limpian el aire, en cada una de las especies animales con las que compartimos hogar, en un abrazo y en la magia de las llamas que bailan en la hoguera.
Creo que ahí radica el sentido de esta experiencia llamada vida: en aprender a amar.
Amar a los que te rodean.
Amar lo que haces.
Amar lo que eres.
Pues bien, queridas lectoras, os traigo una noticia: el veganismo ES amor.
Clara Lago
INTRODUCCIÓN