Agradecimientos
Este libro ha sido escrito por una Tania obsesionada con él. Un auténtico parto, vamos.
No sería lo que es sin la ayuda de mi gente.
Tanto mi padre como mi marido han llegado a comentarme que jamás me habían visto trabajar tanto en algo… Y no soy poco trabajadora, así que imaginad el nivel. Gracias a ambos por la paciencia, especialmente a mi pareja. Gonzalo, gracias por encargarte de los niños durante tantos fines de semana para que pudiera escribirlo.
A mis hijos, que esta mañana, llevándolos por fin al colegio, me han dicho que quieren salir en el libro para ser «famosos», ¡ja, ja, ja! Gracias por la paciencia que habéis demostrado con solo cuatro y seis años cada vez que no podía jugar porque tenía que trabajar en el libro. Nunca sabréis cuánto os quiero, hasta que no me hagáis abuela, creo. Love you two. I’ll be here when you wake up.
Mamá, gracias por abrirte en canal and a big thank you to all your sisters.
Al mejor representante y amigo, a mi Víctor, que me hace reír como una perra pulgosa y eso siempre es bueno. Gracias por todo, amigo.
Gracias a Leti por ofrecerme la posibilidad de escribir este libro con una sonrisa.
Un especial y sentido gracias a mi Anna, mi editora, por ser mi compañera de viaje… ¡Ya somos íntimas, tía! Te quiero y te debo una mariscada, que no me olvido. Este libro, y en especial el capítulo 2, nadie sabe lo que costó más que tú y yo. ¡Menudo parto! ¡Ah, y feliz boda, mi niña! ¡Nos vemos en Segovia de fiesta!
David Insua y Laura Escarza, gracias por revisar y estar pendientes de mí incluso los fines de semana, con mudanzas y otros trabajos. GRACIAS. Gracias también a la madre y la abuela de David por contestar a mis preguntas. Muy agradecida, nos vemos en la boda de David y Alfredo.
Gracias a Nelly por trabajar tanto, alimentándome y facilitándome el poder trabajar desde casa durante meses.
Unas íntimas gracias a mi silenciosa musa catalana, Irene Orce. Nuestras conversaciones, todas muy profundas, las grabé en audio con el teléfono, y tus transcripciones son oro puro. Gracias a tu marido, Borja Vilaseca, por ayudarme con el título, y a tu tata Ambrosia también. Os debo una cena en Cadaqués, mi gente.
Gracias a las chicas de Kuestiona por regalarme sus visiones sobre el falso empoderamiento femenino y por hacerme un poquito más consciente.
Gracias a mi amiga del alma, mi Mayris, por darme ánimos cuando los necesito. Eres mi vitamina con patas, que lo sepas.
Gracias a mi maquilladora sin redes por ser tan generosa y regalarme su sabiduría. Gracias, Ana Renedo.
Gracias a Marta Bondesio por ser igual de generosa en la vida, y venir a verme cuando estoy hecha una vinagres, insuflando, como solo ella sabe, su energía vital para ayudarme a acabar este libro.
Gracias a mis amigas de toda la vida, Las Sweeties, por contarme vuestros partos y por contestar siempre a mis preguntas en cada libro. En especial a María García Miñaur, por comer conmigo el otro día, que ya estaba perdiendo el norte y necesitaba salir del libro. Así que thanks! Love you all.
Gracias a Elena Foncuberta y Nico Anglada, Ivonne y Eudald, Nora y Alberto y Lucía y Gabriel por los ánimos y las confidencias. A toda la jauría de la colla de Cadaqués. Us estimo molt por eso.
Gracias a mis «niñas de la curva» por respetar cuando no puedo quedar y por contestar siempre a mis preguntas sobre las mujeres.
A Bea, Corina, Jimmy, María y muchos más del clan Lekeitio y a sus allegados por apoyarme siempre.
A mi gente que vive en el cielo. Abuelos, gracias por inspirarme y motivarme allá dónde estéis. Que sepáis que me llega vuestra energía.
A todas las mujeres de mi vida, gracias. Sin vosotras, este libro no se hubiera escrito.
Os quiere una muy agradecida,
T ANIA XX
Curvas & rectas La revolución de mi piel
«Tu cuerpo es un instrumento, no un ornamento.»
L INDSAY & L EXIE K ITE
More than a body
PERRA
Rigoberta Bandini
EL TAMAÑO NO IMPORTA
Me pregunto por qué un país tan pequeño como España está en el puesto 5 del ranking de las intervenciones estéticas mundiales, con 447.000 intervenciones al año. Los datos no mienten, compañeras… En España estamos obsesionadas con estar guapas... ¿Por qué será?
Reflejo de mi espejo
Siempre me he llevado muy bien con el espejo. Siempre. De niña y adolescente pasé tantas horas delante de él que éramos mejores amigos. De hecho, jugaba a entrevistarme a mí misma mucho antes de ser famosa o tener idea de qué carrera elegir (que me costó Dios y ayuda, la verdad). Eso sí, me tengo muy estudiada, me sabía todas las poses, cómo me favorece la luz y cuál es mi lado bueno y malo mucho antes de «necesitar» esta información para el trabajo delante de la cámara.
La relación que mantenemos con el espejo es muy compleja, y suele hablar alto en cuanto a nuestra relación con nosotras mismas. Tu relación con el espejo refleja cómo te quieres. Hace poco comencé a regalar a mis amigas por sus cumpleaños mi tiempo, una especie de asesoría de imagen personalizada de tu amiga Tania. Les hago sesiones de belleza, les enseño a arreglarse y a posar. Pongo mis veinte años haciendo imagen a su servicio. El regalo es un exitazo. Ellas aprenden bastante, pero mi sorpresa siempre es que yo aprendo más. He entendido que muchas, incluso una mayoría sorprendente de mis amigas, se miran cada día al espejo, pero no se ven. Mirarte y no verte. Wow. ¿Cómo puede ser? ¿Evitan observarse por falta de tiempo, de ganas o por no ver lo que les acompleja? ¿Se evaden de sí mismas al ignorarse? ¿Es dejadez o no querer añadirte a la larga lista de personas que te juzgan? ¿No hay interés?
Picada por la curiosidad, pregunté por las redes sociales a mis followers (una aplastante mayoría mujeres): «¿Cómo te sientes con tu cuerpo?». Muchas me contaron cómo se veían, y la lista de «odios» era larga: culo, celulitis, cartucheras, piel de naranja, tetas demasiado grandes, caídas o pequeñas, pecas, granos, estrías y un apabullante etcétera. Parece que hubiera preguntado: «¿Qué ve la gente al contemplarte?». Y esto lleva a otras dos preguntas: ¿con qué ojos nos miramos? ¿Con los nuestros o con la mirada ajena?
Puede sonar antiguo, pero desde siempre he sentido que, de cara a la galería, lo más importante de una mujer es su cuerpo y, de eso, lo fundamental es su aspecto. Es superficial, lo sé, pero desde pequeñas aprendemos que ser guapa mola, y no hace falta ser Marie Curie para saber que no serlo no mola nada. En los patios de todos los colegios del mundo hacen bullying a todos los niños y niñas que se salen de la norma, que son distintos por cualquier causa. Por eso, de niñas queremos formar parte de lo que a partir de ahora llamaré «La Masa», el grupo grande de gente guay que no sufre estas vejaciones. Las más perfectas son las privilegiadas e intocables. Se nos educa para saber que nuestras armas son las que se ven: la belleza como obligación, como herramienta, como moneda de cambio, como atributo de la feminidad. Así que nos pasamos la vida —o mejor dicho, se nos pasa la vida— intentando cumplir las exigencias de belleza que imperan en la sociedad. Así de frívola y de fea es la belleza.
Más veces de las que quisiera me han hecho sentir un objeto, una cosa. Esa conducta tiene un nombre: cosificación. Y yo, de ser cosificada sé un rato, más que nada porque pocas profesiones se viven con más cosificación que trabajar como presentadora en la tele. En el mundillo se nos llama muñecas: «La muñeca va aquí… o allí». Tal cual, lo juro. A veces, durante los programas, se te acerca el que ese día es tu jefe, el que manda en la grabación de marras, y para moverte de un lado a otro en vez de pedirte que des dos pasos a la derecha, te agarra por los brazos y te lleva él. Sin palabras. Arqueo la ceja y se me pone todo el vello de punta por la rabia. No me ha pasado ni una ni dos veces, sino decenas a lo largo de los años. Puede parecer una tontería, pero me afecta bastante, me enerva, la verdad. Me cabrea. Y, en consecuencia, mi piel se ha revolucionado. De hecho, de unos años a esta parte, ya no me callo y se lo suelo decir con educación.