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Grigori Medvédev - La verdad sobre Chernóbil

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Grigori Medvédev La verdad sobre Chernóbil
  • Libro:
    La verdad sobre Chernóbil
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2017
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La verdad sobre Chernóbil: resumen, descripción y anotación

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Luz

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I

Antes de Chernóbil

II

Los elementos de la tragedia

III

La tragedia

IV

27 de abril de 1986

Relata el coronel V. Filátov:

«Era más de la medianoche del 27 de abril cuando en el local del Comité urbano del PCUS entró el teniente general de aviación, N. T. Antoshkin. Todavía en las afueras de la ciudad, Antoshkin se había fijado en que, en todas las ventanas de todas las oficinas, la luz estaba encendida. La ciudad no dormía, zumbaba como un avispero. El Comité urbano estaba lleno de gente.

»Antoshkin informó inmediatamente a Scherbina de su llegada.

»Scherbina le dijo:

—Toda la esperanza está ahora puesta en usted y sus pilotos de helicóptero, general. Hay que sellar herméticamente el cráter con arena desde el aire. Desde ningún otro lado es posible acercarse al reactor, sólo desde arriba. Así que sólo sus pilotos de helicóptero…

—¿Cuándo hay que empezar? —preguntó el general Antoshkin.

—¿Cuándo empezar? —preguntó a su vez extrañado Scherbina—. Ahora mismo, inmediatamente.

—No es posible, Borís Evdokímovich. Los helicópteros todavía no han llegado. Hay que encontrarles una pista de aterrizaje, un lugar desde el cual se puedan dirigir los vuelos… Sólo al amanecer.

—Entonces, al amanecer —estuvo de acuerdo Scherbina—. ¿Me entiende, verdad, general? Tome el asunto en sus manos.

»Desconcertado por las palabras del presidente de la Comisión gubernamental, el general Antoshkin reflexionaba febrilmente:

»¿De dónde sacar la arena? ¿De dónde los sacos? ¿Quién va a cargarlos en los helicópteros? ¿Cuáles son las rutas de aproximación por el aire a la planta n.º 4?

»Antoshkin recordó, de pronto, que mientras viajaba en el coche de Kíev a Prípyat, a su encuentro circulaba una interminable fila de autobuses y coches particulares repletos como en las horas punta. Entonces pensó si no se trataría de una evacuación. Aquello era una evacuación espontánea. Parte de la población, a iniciativa propia, abandonó la ciudad radiactiva por sus propios medios ya durante el día y la noche del 26 de abril.

»Antoshkin pensaba dónde colocar sus helicópteros y no encontraba respuesta. De pronto, se dio cuenta de que estaba observando atentamente la plaza frente al Comité urbano del PCUS.

»“¡Aquí, precisamente!” —le vino la idea—. “No hay otro lugar más que esa plaza para el aterrizaje de los helicópteros”».

Se lo comunicó a Scherbina. Después de algunas dudas debido al ruido de los motores que iba a molestar a la Comisión gubernamental en su trabajo, recibió el permiso.

Sin tomar en consideración la radiación existente, Antoshkin se dirigió en su coche a la planta averiada e inspeccionó las posibilidades de acercarse a ella en helicóptero. Todo sin medios de protección. La administración de la central, desconcertada, no había proporcionado a los recién llegados los medios necesarios de defensa. Todos seguían con la misma ropa con la que habían llegado. La contaminación en los cabellos y la ropa, a las veinticuatro horas de haber llegado, alcanzaba ya decenas de millones de partículas desintegradas.

Mucho después de la medianoche del 27 de abril, el teniente general Antoshkin llamó por la radio personal a los primeros helicópteros. Pero, sin un mando terrestre, en tales circunstancias no podían aterrizar. Antoshkin subió al tejado del hotel «Prípyat», de once plantas, con su aparato de radiocomunicación y empezó a dirigir los vuelos. Desde allí se veía, como en la palma de la mano, la planta nuclear n.º 4 destruida con una corona de fuego sobre el reactor. Más allá, tras la estación de ferrocarril de Yánov, se veía la carretera de Chernóbil y en ella una columna de multicolores autobuses esperando una orden.

Había mil cien autobuses ocupando veinte kilómetros de carretera entre Prípyat y Chernóbil. Era un cuadro deprimente el que presentaban esos autobuses inmóviles y vacíos, simbolizando que en aquella antigua, siempre pura y ahora radiactiva tierra, la vida se había detenido.

A la una y veinte minutos de la madrugada la columna de autobuses iniciará la marcha, atravesará el viaducto y se desperdigará parándose cada autobús junto a una de las casas blancas. Después abandonarán Prípyat para siempre, llevándose a su gente y en las ruedas millones de partículas radiactivas, contaminando las carreteras y los caminos de las ciudades y aldeas a su paso…

Habría que haber pensado en cambiar las ruedas en el límite de la zona de diez kilómetros de radio. Pero nadie pensó en ello. La radiactividad del asfalto en Kíev durante mucho tiempo después alcanzaba de 10 a 30 milirads/h y durante muchos meses hubo que lavar las carreteras…

En la madrugada ya estaba todo decidido respecto a la evacuación. Pero la mayoría opinaba que se trataba de una evacuación por poco tiempo, de dos a tres días nada más. Los científicos, reunidos en el Comité urbano del PCUS, suponían que una vez que el reactor fuera cubierto con arena y arcilla, la radiactividad descendería. Es cierto que los científicos todavía no lo tenían muy claro, pero la opinión de que la radiación no duraría mucho era la que predominaba. Por eso se recomendó a la gente que se vistiera con ropa ligera y que se llevaran alimentos y dinero sólo para tres días. El resto de la ropa que la guardaran en los armarios, desconectaran el gas y la electricidad y cerraran las casas con llave. La integridad de las viviendas estaría asegurada por la milicia.

Si los miembros de la Comisión gubernamental hubieran sabido cuál era en realidad el nivel de radiación, la decisión tomada habría sido distinta. Muchos habitantes podrían haberse llevado su ropa dentro de bolsas de plástico, pues continuaba el flujo natural del polvo radiactivo al interior de las viviendas, a través de los resquicios en las puertas y ventanas. Una semana después, la radiactividad de la ropa y demás cosas dentro de las casas alcanzaba ya un roentgen/h.

Muchas mujeres y niños evacuaron vestidos con ligeras ropas llevándose en ellas y los cabellos millones de partículas radiactivas…

Testimonio de V. N. Shinkin:

«Al principio se pensó evacuar la ciudad por la mañana temprano. En ello insistían Shasharin, los representantes del Ministerio de Sanidad de la URSS, Vorobiov y Turovski, y los representantes de la Defensa civil.

»Los científicos no opinaban acerca de la evacuación. Y en general, me pareció que los científicos minimizaban el peligro. También era evidente su incertidumbre, no sabían qué hacer con el reactor. La decisión de cubrirlo de arena era considerada sólo como una medida preventiva para extinguir el fuego…».

Testimonio de B. Y. Prushinski:

«El día 4 de mayo me dirigí en helicóptero al reactor junto con el académico Vélijov. Después de observar detenidamente el reactor desde el aire, Vélijov dijo preocupado:

—Es difícil imaginar cómo se podrá dominar el reactor…

»Y eso fue dicho después de que ya hubieran sido arrojadas al cráter nuclear cinco mil toneladas de diversos materiales».

Testimonio de V. H. Shishkin:

«A las tres de la madrugada del 27 de abril se hizo evidente que, por razones de organización y técnicas, sería imposible evacuar a la población durante la mañana. Había que avisar a la gente. Se decidió reunir por la mañana a los representantes de todas las empresas y organizaciones de la ciudad y comunicarles los detalles de la evacuación.

»Todos los miembros de la Comisión gubernamental carecían de mascarillas de protección. Nadie les había dado comprimidos de yoduro de potasio. Tampoco nadie lo había solicitado. Los científicos, al parecer, no entendían nada al respecto. Briujánov y las autoridades locales se hallaban en completa postración. Mientras que Scherbina y muchos de los miembros de la Comisión, incluido yo, no entendíamos nada sobre dosímetros y física nuclear…

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