GUÍA FÁCIL PARA
PADRES COBARDES
QUE QUIEREN HABLAR
HONESTAMENTE
DE SEXO CON
SOS HIJOS
DR. KEVIN LEMAN
KATHY FLORES BELL
Este primer libro lo dedico a mis cuatro extraordinarias madres: a la que me dio la vida, Gloria Flores, cuyo amor es “más alto que el cielo y más profundo que el mar”; a Diana Comaduran, CFNP, quien siempre será mi segunda madre; a la Dra. Mary Adam (que para mí es “Jama” y yo soy “Newsweek”) y, por supuesto, a mi maravillosa tía Barb, Bárbara Tompkins.
—Kathy Flores Bell
Para Lauren Leman,
Mi pequeño regalo de Dios.
Conseguiste sorprendernos con tu llegada al mundo ante dos atónitos padres orillando los cincuenta. Sin embargo, Dios en su infinita sabiduría ya sabía que serías nuestra quinta hija y no puedo imaginar nuestra familia sin ti, mi pequeñita.
Lauren, estoy sumamente orgulloso de ser tu padre. Tienes una sabiduría que va mucho más allá de tu edad; tu amor y tu discernimiento de la naturaleza humana no deja de asombrarme (como cuando dijiste que estabas contenta de ser una niña porque siendo mujer es más sencillo ser buena); tu dulzura, tus modales suaves y tu naturaleza compasiva han sido de gran ayuda para tus hermanas y tu hermano mayores no solo para soportarte, sino también para adorarte de corazón. Sé que siempre estarán cuando los necesites, aun cuando yo me encamine al hogar de mis mayores.
Si llegara el día en que no pueda decírtelo, espero que lo leas aquí y que jamás lo olvides: siempre serás el tierno panecillo de papi. Jamás habrá nadie como tú, ni tampoco una historia de padre e hija como la nuestra.
—Kevin Leman
U na llamada me cambió la vida. Kay Lindley quería hacer un programa de radio sobre la menstruación, y se había enterado de que mi madre había usado una bolsa para guardar congelados, así como otros artículos de cocina, para enseñarme acerca de “los pájaros y las abejas”. Ahora había llegado mi turno de explicarle a la audiencia lo que mis padres me habían enseñado. Eso ya era formidable, porque se trataba de un par de “irresponsables” padres adolescentes que criaron a cuatro hijos con escasa instrucción y casi sin dinero. De este modo, Kevin Leman y yo nos conocimos en la radio hace como diez años.
Deseo agradecerle a Kay Lindley por escuchar la voz del Espíritu Santo e insistir en que es crucial que los padres traten los temas de la pubertad. Doy gracias a mis padres, que son personas increíbles, por convertirme en una maestra innovadora con su ejemplo y su apoyo. También le agradezco a Diana Comaduran, RNP, quien creó un internado para mí en la clínica local donde trabajé con numerosas madres adolescentes mientras todavía cursaba la escuela secundaria. Gracias asimismo a Luz Elena Shearer, que insistió para que yo asistiera a una conferencia de planificación familiar natural para convertirme en una educadora mejor en el área de la sexualidad; y a mi esposo Mike, mi cónyuge devoto y mi sacramento, que financió mis esfuerzos y alimentó la oportunidad de desarrollar mi estilo y técnicas específicas que se hallan en este primer libro. Un saludo especial para mi primer curso de muchachos de quinto grado, donde estaba mi hijo, de la escuela católica St. Cyril, quienes tuvieron que soportar mi entrenamiento “sobre la marcha”, y al Sr. Sto. Joan y Sr. Mary Kevin Ford de la Carondelet Health Network [Red de salud de Carondelet] por permitirme viajar en avión como voluntaria del hospital St. Joseph. A mi joya de secretaria, Donna Pexa, le agradezco su amor incondicional y el estar pendiente de mí y de mi pulso siempre acelerado.
Les doy las gracias a Jan Howard y a Connie Teeple, quienes me alentaron, me impulsaron y me dieron un golpecito para que me concentrara; a la Dra. Mary Adam, que ofreció su servicio voluntario para ayudarme en mis proyectos de madres e hijas e incluso me reafirmó en cuanto a precisiones clínicas; a Laurel Krinke, maestro de escuela pública, quien incrementó de manera fantástica mi labor en cuanto a las actividades de aprendizaje; y a la maravillosa tía Barb, Barb Tompkins (que Dios la llene de su gracia) que me introdujo en el mundo de la educación del carácter. ¿Qué habría hecho sin ti, Barb?
Un abrazo muy especial y mi reconocimiento para mis suegros, Jack y Dolores Bell, que aparecían justo cuando Kevin me pedía que terminara algún capítulo. Sin pensarlo dos veces, cocinaban, limpiaban y llevaban a los niños de un sitio a otro. Gracias también a mis hijos: John “Boy”, Amy “Rebecca”, Elizabeth “Lizzie-Bear”, Alicia “Peanut Butter” y Nettie, nuestra hija “adoptiva”, que recibía los golpes cuando yo corría con las fechas límite y los numerosos viajes a la casa de Kevin, de Kinko o al correo para poder enviar los manuscritos a tiempo. Sería negligente si le negara mi reconocimiento a todo el personal del University Medical Center, a todas esas maravillosas enfermeras de hematología y oncología que me permitieron armar una oficina mientras Lizzie recibía transfusiones, de manera que yo no perdiera detalle al frente de mi hogar ni tampoco del libro.
No quiero olvidarme de nuestro editor, John Sloan, un muchacho detallista sin cuyo talento y tiempo este libro jamás habría salido a la luz. Por último, pero no en el último lugar, mi agradecimiento a Gary Thomas y Dave Greene, cuyas mentes brillantes, manos sagradas y sabiduría divina combinaron mi educación integral en sexualidad humana basada en el carácter con el matrimonio y material familiar de Kevin. Por los trillones de horas que pasaron hablando por teléfono, escuchando los casetes, leyendo los artículos y compilando las investigaciones estaré por siempre agradecida y en deuda con ustedes.
Y a ti, Espíritu Santo, no quiero olvidarme de que este proyecto no es mío sino tuyo.
— Flores Bell
E n el hogar de los Leman se inició una nueva etapa en la crianza de los hijos cuando mi hija me preguntó:
—Papá, ¿puedo organizar una fiesta?
—¿Qué clase de fiesta? —pregunté.
—Bueno … —respondió con aire despreocupado— una fiesta de Navidad.
—Me parece bien —dije— ¿Y a quién piensas invitar?
—A Allison, Kristen, Katey Jo, Lindsey, Corey, Crystal, Amy …
Yo las conocía, de modo que escuché solo a medias; hasta que de pronto caí en la cuenta de que había hecho una pausa significativa. Hannah me miró indecisa y luego agregó con rapidez:
— … y tal vez a Chris, Michael, Kyle, Ben, Mark y Josg.
Dejé de hacer lo que estaba haciendo y observé a Hannah, viendo en ella por primera vez ese llamativo destello que había notado en mis hijas mayores, ese lento pero seguro pasaje de niña a mujer.
Como Hannah tenía catorce años, no pude evitar pensar: ¡Caray! No estoy tan seguro de querer algo así. ¿Conque chicas y muchachos en una misma fiesta? De modo que ya llegamos a esa etapa …
De repente me vi transportado a mis doce años y a las emociones arrebatadas de una noche cargada de adolescentes en un baile escolar. Estaba en séptimo grado y recuerdo que bailaba muy junto con Wendy Winfield en el baile de la escoba. Recordaba perfectamente cómo lucía ella esa noche, con su suéter rojo de escote redondo, e incluso me acordé de la melodía con la que bailamos (“In the Still of the Night”) … ¡Y eso que había pasado casi medio siglo!