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A todos los que quieren hacer
una diferencia en la vida de un niño
INTRODUCCIÓN
En una etapa temprana de mi vida, decidí que, cuando creciera, ayudaría a niños necesitados. A lo largo de mi infancia, mis padres siempre ayudaron a quienes pudieron. Ambos eran jefes de correos que tenían un don especial para reconocer a un desamparado. Ya sea que hicieran donaciones anónimas a alguien necesitado o que le dieran la mano a alguien que pasara por una mala racha, eran generosos con lo que teníamos.
Así, no sorprende que mi hermana y yo hayamos sido trabajadoras sociales; mis padres fueron trabajadores sociales no oficiales durante años. Mucho antes de que obtuviera mi licencia de trabajadora social, mi meta era volverme padre adoptivo.
Crecí sabiendo que había niños que no tenían familias. Algunos de ellos no tenían hogar. Y muchos de ellos nunca se habían sentido amados. Así que decidí que un día, cuando tuviera mi propia casa, alojaría a niños que necesitaran un lugar para vivir.
Cuando estaba en la preparatoria conocí a Lincoln, mi futuro esposo. Era una persona aventurera que amaba viajar, conocer a nuevas personas e intentar nuevas cosas. Le comenté que una de mis metas era ser padre adoptivo. Afortunadamente, le encantó la idea. Justo después de casarnos —cuando estaba por terminar la universidad— compramos una casa de cuatro recámaras y comenzamos el proceso para un permiso para una casa hogar. Escogimos volvernos padres adoptivos temporales, lo que significaba que criaríamos niños con serios problemas de conducta y emocionales. Había clases que teníamos que tomar, cursos a distancia que completar y modificaciones que hacer a nuestra casa para cumplir con los requerimientos para una licencia de padres adoptivos.
Sin embargo, un año después, justo cuando estábamos terminando el proceso para la licencia, mi madre murió de forma repentina de un aneurisma cerebral. En su funeral, escuché innumerables historias —muchas de personas que nunca conocí— sobre cómo ella los ayudó de una u otra manera. Al escuchar esas historias sobre todas las vidas que tocó me recordaron lo que era realmente importante en la vida: el legado que dejas atrás. La generosidad de mi madre llenó más que nunca mi deseo de ayudar a los niños.
Unos meses después, nuestro permiso para una casa hogar temporal llegó y nuestro viaje como padres adoptivos comenzó. Para ese entonces estaba trabajando como psicoterapeuta en un centro de salud mental de la comunidad. Trabajaba exclusivamente con niños —muchos de los cuales tenían problemas de conducta— y sus padres. Ser un padre adoptivo temporal me dio la oportunidad de aplicar los principios que enseñaba a los padres en mi consultorio en los niños que venían a nuestro hogar.
A Lincoln y a mí nos gustaba mucho ser padres adoptivos y comenzamos a hablar sobre adopción definitiva. No obstante, ninguno de los niños que estaban con nosotros estaban disponibles para adopción. Todos tenían planes para volver con sus familias de origen o para ser adoptados por otros familiares. Así que comenzamos a buscar la adopción y nos apuntamos en las listas de espera para ver si podíamos encontrar a un niño que pudiera ajustarse a nuestra familia.
Sin embargo, en el tercer aniversario de la muerte de mi madre todas nuestras expectativas de adoptar un niño cambiaron en un instante. Al caer la tarde del sábado, Lincoln dijo que no se sentía bien. Unos minutos más tarde tuvo un síncope. Llamé a una ambulancia y los paramédicos lo llevaron al hospital. Llamé a la familia de Lincoln y ellos me encontraron en la sala de emergencias. No estaba segura de cómo explicarles lo que había pasado. Todo había pasado tan rápido.
Nos sentamos en la sala de espera hasta que un doctor salió y nos invitó a pasar a la sala de urgencias. Pero más que llevarnos a ver a Lincoln, nos condujo a un pequeño cuarto privado e hizo que nos sentáramos. Las palabras que salieron de su boca cambiaron mi vida para siempre. “Siento decírselo, pero Lincoln falleció”.
Y con esa frase, pasé de mis planes de adoptar a un niño a planear el funeral de mi esposo. Los meses siguientes fueron borrosos.
Más tarde supimos que murió de un ataque al corazón. Sólo tenía veintiséis años y no tenía historia alguna de problemas cardiacos. Pero, a fin de cuentas, no importa de qué había muerto. Todo lo que importaba y lo que sabía era que se había ido.
Afortunadamente, justo en ese momento no teníamos viviendo con nosotros a ningún niño. Tan sólo podía imaginar lo traumático que hubiera sido para un niño adoptado temporalmente haber estado ahí. En realidad, teníamos planes para que un niño pequeño se fuera a vivir con nosotros ese fin de semana. Cuando su guardián se enteró de la noticia, le encontró otro hogar adoptivo.
Por un tiempo no estuve segura de si quería ser un padre adoptivo sin pareja. Trabajaba de tiempo completo, y con niños adoptivos temporales siempre hay muchas citas, visitas a familias biológicas, y encuentros con guardianes y abogados. Podría considerarse un trabajo rudo desde un punto de vista práctico, pero también uno emocional. Me alejé de la adopción casi un año. Con la ayuda de mi fe en dios, el amor de mis amigos y de mi familia y del conocimiento que tenía del dolor a partir de mi trabajo como terapeuta, puse un pie delante del otro.
Tomó casi un año para que la neblina de mi dolor comenzara a disiparse. Pero una vez que sentí que estaba en una situación en la que podía ser un padre efectivo, notifiqué a los administradores de casas hogar que estaba lista nuevamente para ser un padre adoptivo.
Comencé mi nueva aventura como padre sin pareja trabajando sin descanso casi todos los fines de semana. Eso quería decir que atendía niños adoptivos cuyos padres adoptivos de tiempo completo necesitaban un descanso de unos días o necesitaban atender asuntos familiares sin que sus hijos adoptivos estuvieran presentes.
La transición de vuelta a la adopción se dio de manera suave y me dio algo con que contar los fines de semana. Como una viuda joven, me di cuenta de que a veces era un reto mantenerme activa. Pero atender niños me daba un sentido de significado y propósito.
Me tomó un par de años establecer un nuevo sentido de “normalidad” en mi vida sin Lincoln. Muchas de las cosas que disfrutaba hacer con Lincoln no eran tan divertidas sin él. Y aunque algunas personas me animaban a que empezara a salir con alguien, no estaba interesada.
Todo cambió, sin embargo, cuando conocí a Steve. Era distinto de cualquiera que hubiera conocido. Y no tomó mucho para que nos enamoráramos. Afortunadamente, a él no le asustaba el hecho de que fuera viuda y que mi meta fuera seguir siendo un padre adoptivo.