© Carmela Ruiz de la Rosa, 2017
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ISBN: 978-84-330-3802-9
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A quienes me ayudasteis
a seguir cuando creí que todo
estaba perdido.
Nada está perdido si se tiene
el valor de proclamar que todo
está perdido y que hay que
empezar de nuevo.
Julio Cortázar
Presentación
La única objetividad posible siempre es la subjetividad confesada.
Carmela Ruiz de la Rosa
Gracias a Carmela tengo el honor de escribir estas líneas. Vaya entonces desde este mismo momento mi gratitud hacia ella.
En el inicio de este libro se lee una conmovedora cita de Julio Cortázar antecedida por una declaración de gratitud y el esbozo de un momento vital de la autora que –a juzgar por el pasado utilizado en el verbo «creer»– sabemos, con alegría, superado.
Podemos decir que el libro empieza así mostrando algunos aspectos de la «subjetividad confesada» de Carmela y anuncia desde el mismo comienzo una posición que recorrerá el texto, algo que ella misma declara: «Se trata de un resumen de varios textos, salpicados de mi experiencia».
Experiencia que en el caso de nuestra autora acumula treinta años de vivencias clínicas, de los cuales veinte han sido con el eneagrama como telón de fondo.
Y remitirse a su propia experiencia tiene gran valor en muchos sentidos, incluido el que Tolstoi le daba a lo personal y su entrecruzamiento con el mundo: «Si quieres ser universal, habla de tu aldea».
Desde el principio el lector tendrá la sana y placentera sensación de que la experiencia, en un sentido amplio, está presente, de diálogo con la autora, de ser tenido en cuenta de una manera cercana. Tanto es así que Carmela le pide cosas tan claras como esta:
Finalmente, pediros un último esfuerzo que debéis hacer en cuanto a la lectura de lo que tenéis escrito delante de vosotras y vosotros. Me gustaría que donde pone «siempre» pudierais leer «a menudo» o «casi siempre». Igualmente, donde pone «nunca» me gustaría que pudierais interpretar «casi nunca».
Una invitación a tener en cuenta: nunca siempre, nunca nunca.
El hecho de que me encuentre escribiendo estas líneas merece una breve reflexión: soy terapeuta de orientación psicoanalítica y conozco de manera muy rudimentaria la escuela Gestalt, pero sí conozco a Carmela desde hace muchos años. El lance de que me haya cursado esta honrosa propuesta muestra a las claras algo que siempre he valorado en ella: lo poco que tiende a cerrar filas en torno a una teoría desconociendo la variedad tan rica de saberes que existen en torno a nuestra disciplina. Así actúa de una forma lamentablemente poco practicada en nuestros días. También me consta que por los grupos de estudio que coordina junto a su equipo ha pasado más de un psicoanalista, entre los cuales he tenido el placer de ser incluido. Así, pude disfrutar de un diálogo fecundo con su equipo y los alumnos que asisten a sus cursos de formación y en cada caso salí más rico de lo que entré; también –por suerte– más ignorante de lo que llegué.
Bien es cierto que tenemos cosas en común. Además de esa curiosidad por el ser humano, por sus vicisitudes, por la pasión de entender y aliviar el sufrimiento, ambos sentimos con fuerza el valor de la relación terapéutica, y yo me adhiero a una corriente que se conoce, precisamente, como psicoanálisis relacional, coincidencia que al final de este libro aparece de manera diáfana cuando Carmela explica qué es lo más importante para ella como terapeuta:
Lo más importante no es el eneatipo [...], sino las defensas que presenta, [...] pongo el acento en el contacto entre dos personas [...].
Estoy absolutamente convencida de que lo que cura es la relación y el amor que en ella se pone.
En mi campo cada vez me siento más lejos de las intervenciones (interpretaciones fundamentalmente) que surgen de la mente del analista y me sitúo más cerca de las que construyen conjuntamente paciente y terapeuta, como si el tejido que se realiza en cada sesión, en cada tratamiento, fuese hecho a cuatro manos y nunca a dos.
Creo que de eso se trata, de contactar, de relacionarnos. Quizá seamos en eso especialistas: en estudiar, practicar y tratar de generar las mejores formas de relación que seamos capaces de ejercer con el mundo, incluyendo la relación que tenemos, en ese precario equilibrio permanente, con nosotros mismos. No es poca cosa.
Sabemos, porque así lo ha querido la autora, que ella misma se identifica (con todos los matices que declara) con un eneatipo, el 6. También así decide no esconderse detrás de las palabras, se muestra, se expone, dotando al texto de una fuerza y un valor singular, ese que surge de las teorías encarnadas.
El libro que tienes en tus manos posee una estructura que facilita mucho su lectura y dota de fuerza el aprendizaje; cada capítulo está dividido en apartados que recogen diferentes aspectos que van desde la teoría a la vivencia, de lo abstracto a lo más concreto, ilustrado con testimonios de pacientes que ligan los aspectos tantas veces disociados en los textos que estudiamos.
Carmela se posiciona en relación al género y al lenguaje, una forma de ir desterrando las fórmulas hegemónicas que situaron el artículo masculino en la posición que ha ocupado hasta ahora. No es frecuente que alguien se tome el trabajo de democratizar los artículos «el» y «ella», pero sí una tarea necesaria si queremos salir de los modelos heredados, que –como sabemos– han cercenado la libertad de la mujer de muchas silenciosas maneras.
Me ha interesado mucho aprender que el eneagrama tiene sus orígenes en campos tan aparentemente lejanos a la psicología, al menos a la psicología académica, ya que algunos autores sitúan sus orígenes entre los sufíes. También aquí vemos el sello de lo amplio, de la capacidad de nutrirnos de muchos mundos para entender el propio y el del semejante.
Carmela menciona las fuentes en las que aprendió buena parte de lo que aquí expone y comparte. Pero se nota que eso que recibió lo pudo hacer suyo, honrando esa luminosa idea de Goethe, que nos dice:
Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo.
Creo que las palabras que preceden a un buen texto deben ser breves, el libro es el protagonista y se encuentra esperándote justo detrás, estimado lector.
Me despido haciéndome eco de una frase de la propia autora que retoma el sentir con el que empecé estas líneas:
Creo que lo verdaderamente curativo es el amor, sensaciones tales como la gratitud, la ternura, la posibilidad de agradecer lo recibido…, todo ello contribuye a alejar de nosotras y nosotros la neurosis.
Por ello, querida Carmela, y por tantas cosas, ¡muchas gracias!
Augusto Abello Blanco.
Prólogo
El texto que a continuación expongo no pretende ser un decálogo de cómo se trabaja con el eneagrama y las patologías, sino que se trata de un resumen de varios textos, salpicados de mi experiencia. En este sentido, todos los ejemplos tienen que ver con la práctica clínica, a la que llevo dedicándome treinta años, los últimos veinte con el eneagrama como fondo, si bien nunca había estado en mi intención hacer o escribir un manual, ni tan siquiera un libro que hablara de eneatipos, subtipos o patologías.
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