A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
PRÓLOGO
Justifica la edición de un libro de las características del que tiene el lector en sus manos la voluntad de divulgar los principios más elementales de un conocimiento profundo y antiguo, de una forma de pensar que es compendio de culturas diversas y que ha madurado en la mente de hombres de sabiduría durante siglos.
El eneagrama no es una teoría nueva, pues es fruto de una sabiduría milenaria; tampoco es una filosofía de la vida ni ofrece salvación eterna ni da a conocer el camino de la felicidad. No es la respuesta a los problemas del hombre moderno ni la solución para la paz mundial; no es una corriente filosófica de moda que quiera adeptos o socios ni se dedica a hacer proselitismo vendiendo sus textos y sus doctrinas en los grandes aeropuertos.
Algunos se sentirán atraídos porque la palabra «eneagrama» tiene connotaciones esotéricas, suena a ciencia oculta, a magia, a religión, a misterio por descubrir, y el gráfico que lo representa tal vez parecerá fruto de un imaginativo diseño; en realidad su significado es simple: es un dibujo o figura geométrica de nueve puntos, de nueve líneas. Y no hay ninguna secta ni hermandad que lleve ese nombre ni ningún dogma ni confesión religiosa que adopte este símbolo como bandera. ¿Qué es o qué representa, así pues, el eneagrama para que cada vez más se oiga hablar de esta figura y se publiquen más libros? Tras la sencilla representación gráfica, el eneagrama viene a ser como la llave que permite adquirir el conocimiento profundo de uno mismo y de los demás, de las relaciones que rigen entre los hombres y entre estos y el mundo.
No es, con todo, la panacea, la fórmula que todo lo abarca o la ciencia que todo lo sabe. El eneagrama es, sobre todo, memoria, sólo eso, la memoria del conocimiento de cientos de generaciones de hombres sabios que desde la antigüedad han sabido aunar culturas y sabidurías muy distintas y sobrevivir a las religiones y a las ideologías dominantes para perpetuar una visión global del universo, un conocimiento profundo del mundo, una especial manera de sentir, de hacer y de comunicar. Entonces el eneagrama sería sólo una herramienta que, en manos de gente abierta de espíritu, permitiría adentrarse en el conocimiento de uno mismo y, gracias a ello, alcanzar un cierto grado de comprensión del mundo en que vivimos y nos desarrollamos.
Los sufíes son los maestros que han permitido que este conocimiento llegue a los albores del siglo XXI , pero antes que ellos, sabios, matemáticos, astrólogos y filósofos griegos, árabes, persas, babilónicos, judíos y egipcios se reunían en hermandades cerradas, auténticas escuelas de pensamiento, para intentar dar con la respuesta a los grandes enigmas del universo y para hallar un camino hacia la renovación, la pervivencia o la inmortalidad.
A decir verdad, poco se sabe acerca del origen del eneagrama, en qué momento se desarrolló y por qué adquirió la forma concreta que posee. Se supone que en realidad era sólo un método de trabajo de los maestros sufíes, algo así como un camino de iniciación hacia el conocimiento, en primer lugar de uno mismo, y, más allá, de los misterios del universo. Pero la ciencia de estas hermandades no estaba al alcance de cualquiera: además de renunciar a la vida mundana en favor de un riguroso ascetismo, quien quisiera aprenderla debía llegar a ella por sí mismo, conociendo las propias debilidades y las virtudes para, de este modo, ser capaz de «ver» el mundo sin la distorsión de las pasiones; a continuación, el diálogo y las preguntas-guía de un maestro permitían al iniciado acceder a distintos niveles de conocimiento, pues se creía que cada cual debía llegar allí donde alcanzara su deseo o su necesidad de saber, su capacidad de aprender.
La figura del eneagrama surge, así, pues, como instrumento —método si se quiere— para conocer más de uno mismo. Inscritos en una circunferencia encontramos nueve vértices, los de un triángulo equilátero y los de un hexágono superpuestos. Los puntos de la figura están marcados con números del 1 al 9 y enlazados entre sí mediante líneas que presentan una especial significación. En el eneagrama de la personalidad, cada uno de estos puntos representa un tipo determinado de personalidad, un carácter distinto. Cualquier persona, por poco que profundice en la lectura de las definiciones de estos tipos, podrá hallar una con la que se identificará mejor que con las otras.
Visto en conjunto viene a ser un complejo mapa de la sociedad que sería universal, es decir, en él quedarían representados todos los hombres. La disposición de los números y de las líneas no es al azar: con ello se pretendería reproducir el conjunto de procesos que rigen o influyen en cualquier ciclo vital; las líneas del eneagrama permitirían entonces descubrir las relaciones entre el estar bien y seguir una determinada conducta y el estar mal y seguir otra bien distinta. Ayudaría asimismo esta figura a comprender a los demás, a saber por qué son, actúan y reaccionan de esta manera o de aquella otra, y, llevado este conocimiento más allá de las relaciones humanas, ofrecería la posibilidad, en un eneagrama de los pueblos, de conocer a cuál pertenecemos y por qué somos como somos.
Aparte de esta aportación, la que ha llegado a divulgarse por Occidente, lo que ha trascendido del eneagrama y de la ciencia que lo ha generado aún es muy poco. Apenas ahora empezamos a vislumbrar que tras este símbolo se esconde una ciencia tan profunda, tan compleja, como antigua y llena de historia. La introdujo en Europa un filósofo de origen armenio, George Ivanovitch Gurdjieff, que la aprendió de maestros sufíes en sus viajes por Asia central.
De él fue la primera tarea de divulgación del eneagrama, a pesar de que tal palabra no la utilizaba comúnmente. Tras él, sus discípulos, P. D. Ouspensky, James Webb y J. G. Bennett, entre otros, llevaron los estudios del eneagrama a buena parte de Europa y América. Y, como veremos más adelante, sería un boliviano, Óscar Ichazo, quien viajó al Pamir, en Afganistán, quien por fin hablaría ya de eneagrama como método o herramienta de conocimiento y quien difundiría y daría mayor énfasis a sus aspectos psicológicos.