PRÓLOGO
Siempre he dicho que, de mayor, me habría gustado ser conductor de ambulancia.
O mafioso, o explorador espacial. O dictador.
Al final me he dedicado con éxito a la producción musical y a los negocios, pero tengo la certeza de que se me habría dado igual de bien en cualquiera de las opciones anteriores.
En cualquier caso, conseguir el nivel de éxito que he alcanzado ha implicado transitar un camino tortuoso durante décadas. Y esto se debe a dos motivos principales.
Para empezar, me aburro rápido.
Cuando estoy un cierto tiempo con una cosa... me aburro de ella. Quiero saltar a otra, independientemente de si he terminado la anterior o no.
De adolescente me prometí que lograría vivir de la música. Cabalgué, me caí del caballo varias veces y volví a subirme a él en todas ellas. Conocí a gente maravillosa y detestable. Construí varios negocios rentables en esa industria. Forjé mi identidad como productor musical y crecí. Hasta que me aburrí.
Después decidí crear tutoriales sobre producción en YouTube y un blog cuando (casi) nadie lo hacía. Me lo pasé bestial aprendiendo, grabando, editando y construyendo una comunidad fabulosa alrededor del proyecto durante un año y pico. Hasta que el proyecto se convirtió en una referencia en ese nicho. Después me aburrí.
En los siguientes años disfruté haciendo crecer una empresa de formación online (antes de que la pandemia hiciera que el planeta entero descubriera Zoom y asaltara el ciberespacio). Al llegar al tercer millón de facturación estaba aburridísimo de ella.
Mis mentores de negocio me han explicado que soy un «starter», un tipo de persona a la que le gusta empezar cosas, no gestionarlas ni finalizarlas.
Vale.
Mis psicólogos y terapeutas me han explicado que no he trabajado a fondo las causas de mis carencias emocionales y que, debido a ello, busco el siguiente chute de emoción químico que me haga sentir conectado conmigo mismo y con la vida.
Whatever.
Además de aburrirme rápido, me ocurre otra cosa: veo posibilidades en todos lados. Y me distraigo.
En los últimos años me han invitado a dar charlas en eventos de emprendimiento y marketing digital y, en todas ellas, acabo charlando con asistentes u otros ponentes sobre sus negocios. Invariablemente, en cada ocasión, veo como mínimo dos posibilidades para mejorar sus negocios de forma rápida, casi intuitiva.
Y me entran unas ganas enormes de ayudarles a hacerlo. De olvidar mi propia empresa y liarme la manta a la cabeza con las suyas.
Últimamente me han propuesto unirme a varios proyectos serios sobre blockchain y NFT relacionados con la industria de la música. En todos ellos veo rápidamente las posibilidades que existen, las islas de ganancias. Y en cada propuesta he sabido (durante la primera hora de conversación) cómo puedo ayudar a estos negocios.
A menudo soy capaz de ver las posibilidades, el potencial de las cosas.
Y en cada ocasión siento una fuerte lucha interna por elegir entre todas ellas. Porque intuyo que podría hacer un gran trabajo en todas.
Llámame engreído, loco o arrogante. Pero no van por ahí los tiros. Siento palpitar dentro mi propio potencial, si decido poner el foco y la energía en una de las múltiples posibilidades a mi alcance. Es (casi) una certeza profunda y tranquila, no un síntoma egomaniaco.
Me ha costado varias décadas (y decenas de miles de euros invertidos en mentores) aprender y aceptar que la palabra más productiva es «no».
La cosa es, ¿por qué te cuento todo esto?
Porque hasta hace relativamente poco no supe del término «multipotencial».
Pero cuando aprendí lo que significa e implica supe que yo era de esos. Que lo había sido toda mi vida. Que todavía lo soy y, seguramente, siempre lo seré.
Que no era una rareza, sino una forma de analizar, sentir y operar en la vida mucho más común de lo que pensaba. Que nada funciona mal en mí.
Sin ser consciente he vivido una vida «sí a todo» en la que he aprendido a elegir y priorizar. He descubierto que la disciplina gana a la motivación. Siempre. He visto que el poder reside en creer, no en querer. He sentido el miedo de ser potencialmente cualquier cosa y el miedo de acabar siendo ninguna cosa.
Te cuento todo esto porque tú llevas ventaja sobre mí.
Ojalá hubiera conocido a alguien como Gon hace quince años. Curiosamente, hemos pasado los últimos años orbitando cerca el uno del otro, participando en los mismos eventos y con círculos de amigos comunes, pero no ha sido hasta hace poco que he tenido la suerte de conocerle en persona.
Ojalá hubiera tenido la oportunidad de aprender de él sobre cómo vivir una vida «sí a todo». Con herramientas y conceptos claros que aplicar a mi toma de decisiones.
Ojalá entonces hubiera existido un libro como el que tienes ahora en tus manos, porque me habría ahorrado frustraciones con los demás, dudas sobre mí mismo, unas cuantas lágrimas y algo de sangre en el camino.
Eres una persona con suerte.
Estas páginas son la llave de acceso a un mundo. A una nueva comprensión. Aquí tienes lo que necesitas para entender por qué sientes lo que sientes. Tienes lo que necesitas para trabajar desde tu potencial múltiple y ser lo que quieres ser. Y tienes lo que necesitas para avanzar junto a una comunidad y un movimiento que no va a parar de crecer a tu lado.
Si das el paso.
Tú decides. ¿Sí o no?
@tumellamasSoma
7 de marzo de 2022
INTRODUCCIÓN.
APRENDE O MUERE
«Ha habido un escape de productos químicos y la nube se dirige hacia aquí, tenemos que evacuaros a todos e ir al norte de la provincia. Coged vuestras cosas, salimos en dos minutos».
Esto dijo el director de la escuela tras irrumpir en nuestra clase. Luego salió apresuradamente para comunicar el mismo mensaje en otra aula.
En menos de dos minutos más de ochenta personas partíamos rumbo al norte en un autobús que había conseguido la escuela y varios coches. Íbamos escuchando las novedades por la radio en absoluto silencio, con la tensión de la incertidumbre que nos acompañaría durante dos días trepidantes.
Llegamos al área considerada segura: Policía, Protección Civil y ambulancias organizaban y anotaban a la gente que iba llegando. Nombre, apellidos, número de identificación y pulserita en la muñeca, como si se tratase de un resort con todo incluido; pero, en este caso, lo que incluía eran herramientas y útiles para organizarnos por grupos y comenzar a construir un campamento en el que pasar la noche si todo iba bien.
Nos pusimos a trabajar. Al fin y al cabo, estaba con mis compañeros de clase, entre los que había muy buen ambiente, ¿por qué no disfrutar la experiencia? Pronto todos estábamos enfocados en nuestras tareas divididos en equipos con diferentes misiones y objetivos. El buen humor se instaló en nuestro grupo y se contagió al resto. Pero las sucesivas interrupciones para informar de la situación nos hacían volver a la realidad y tomar conciencia de la gravedad de las circunstancias; no sabíamos cuántas personas habían resultado gravemente afectadas por la catástrofe.
Trabajamos sin descanso para construir el mejor campamento posible, ya que no sabíamos cuánto tiempo tendríamos que permanecer allí. Por la noche, cuando apenas habíamos terminado, en otro comunicado se nos informó que debíamos abandonar el campamento y dirigirnos a otro lugar porque ese ya no era seguro