EL MIEDO
MIEDOS, GENERACIÓN DE RIQUEZA Y LIBERTAD FINANCIERA
LOS MAYORES MIEDOS
EL MIEDO A VIVIR UNA VIDA EXTRAORDINARIA
EL MIEDO A LA POBREZA
HISTORIAS QUE INSPIRAN
SUPERA TUS MIEDOS Y OBTÉN TUS RIQUEZAS
© Juan Diego Gómez Gómez, 2017
© Editorial Planeta Colombiana S.A., 2017
Calle 73 No. 7-60, Bogotá
Primera edición en el sello Paidós Empresa: abril de 2017
ISBN 13: 978-958-42-5752-9
ISBN 10: 958-42-5752-8
Diseño de portada y de colección: Departamento de Diseño Editorial,
Editorial Planeta Colombiana
Impreso por:
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
A mis hijos; para que nunca sus miedos
sean de mayor tamaño que sus sueños
INTRODUCCIÓN Y REFLEXIONES INICIALES
El miedo a la oscuridad hizo que inventáramos la bombilla; el miedo a la enfermedad hizo que descubriéramos la medicina; el miedo a la soledad hizo que buscáramos compañía. ¿Ves cómo el miedo es una poderosa fuente de progreso?
“ Señores y señoras, estamos atravesando una zona de turbulencia; favor regresar a sus asientos y ajustar sus cinturones”. ¿Les suena conocido? Sí, claro, son las palabras del capitán de un avión en pleno vuelo. Voy rumbo a dictar una conferencia y afuera las condiciones climáticas no son las mejores para un vuelo tranquilo y sin sobresaltos; sin embargo, para mí ese momento es el mejor para inspirarme y pensar en lo que puedo hacer con esta experiencia.
El avión se sacude una y otra vez, las montañas rusas que tanto me gustan vienen a mi mente, mientras que mis vecinos de puesto ponen cara de terror. Me ilumino y pienso: ¿qué es lo peor que puede pasar aquí? Dos escenarios emergen: en el primero, nada pasa, el clima mejora, la pericia del piloto permite sortear sin contratiempos el impase y Dios recuerda que en este avión seguramente hay muchas personas con propósitos de vida por cumplir. Si ese primer escenario es el que llego a vivir, pienso, más vale que ponga mi cuerpo y mi mente en lo que yo llamo “modo nevera”, es decir, frío, imperturbable, que viva el momento y que me visualice incluso dando una conferencia en la que digo que, ante tales circunstancias, me relajé y disfruté pues estuve siempre seguro de que nada pasaría.
Así, con eso en mente, mi versión final de esa primera posibilidad sería aún más épica: “he aquí a una persona que dentro de un avión meciéndose a más de diez mil pies de altura, no se alteró, no se inmutó, es más, disfrutó de lo que ocurría”. Esta versión de lo que hubiera podido pasar me gusta, lo reconozco, pero no puedo evitar imaginar el otro escenario.
En esta segunda posibilidad, el piloto a pesar de sus esfuerzos no consigue controlar la nave y el avión se parte en pedazos, contra una montaña, el mar, o qué sé yo, contra cualquier cosa que nos produjera la muerte inmediata a mí y a los demás pasajeros. Si eso pasara, pensaba, ¿para qué me iba a preocupar más, si tras morirme, ya no iba a tener nada de qué preocuparme? La muerte señalaría el final de todo. De manera que no había otro camino que vivir la turbulencia, sin saber cuál sería su desenlace, con intensidad y sin pensar más allá que en el momento presente.
Recuerdo que, en efecto, a mis hijos les dije que la turbulencia equivalía a una fascinante montaña rusa en un parque de diversiones. Lo hice la primera vez que la vivimos juntos en medio de un vuelo. Puse cara de estarme divirtiendo, nada lejos de la realidad ya que personalmente la disfrutaba; después, cuando en un vuelo tranquilo ya no había turbulencia, ellos la añoraban y la reclamaban.
De cada quien depende cómo se viven las circunstancias de la vida y en una como esa, en la que no tienes el control, lo que pienses al respecto te podrá hacer sentir más o menos tranquilo. Al final de la anécdota, y por fortuna, el primer escenario se impuso y llegamos con vida a nuestro destino.
Como asesor, tengo encuentros presenciales y por Internet desde hace muchos años con personas de todo el mundo. He podido escuchar testimonios de muchos orígenes y en todos ellos hay algo que surge con mucha frecuencia: los miedos. Estos se disfrazan de mil maneras, pero en todos los casos pregunto: ¿qué es lo peor que podría pasarte si aquello a lo que temes ocurre? Las respuestas son muy variadas, por cierto, y ante cada una pretendo mostrar una realidad que sea grata, sin importar cuál sea el desenlace. A esas personas les digo, por ejemplo: ¿tú sabes que si no hubiera tenido la fortuna de ser despedido de un empleo que no disfrutaba, no estaría hablando aquí contigo? ¿Tú sabes que de no haber fallado en cada uno de los primeros diez negocios que hice en el mercado Forex en el 2004, no habría sido tan exitoso como lo fui del 2005 al 2008? ¿Sabes que si no hubiera sido por la brutal turbulencia que viví a bordo de un avión, quizás no me habría inspirado para empezar a escribir Menos miedos, más riquezas ? Si de todas maneras gané, y ten presente que te estoy incluyendo resultados que en apariencia no son favorables, como un despido, una pérdida económica y una turbulencia, ¿de qué te preocupas si igual puedes ganar con cara o con sello, con un resultado o con otro?
Ya intuyes de lo que hablo: recomponer el contexto y ver las cosas de una manera diferente, temas que abordo en mis conferencias y que expuse en mi anterior libro, Hábitos de ricos . Esto lo aprendí gracias a la Programación Neurolingüística (PNL) y desde entonces asumo más riesgos, aprovecho cada cosa que me pasa, incluso si en apariencia no sale bien o no es positiva para mí, disfruto del miedo si se presenta y produzco dinero con él. Verás en este libro cómo hacerlo también y aspiro a que se convertirá en algo normal en tu vida, en un hábito. En otras palabras y me disculpas la falta de modestia, llegaste al lugar correcto; a uno de esos libros en los que quiero dejar mi piel en el ruedo para que te cambie la vida. “¿Y no te da miedo, Juan Diego, poner la vara tan alta, subir tanto el listón diciéndonos eso?”, me preguntarán algunos lectores. No me da miedo, en absoluto; si no subes tú mismo la altura del listón, ¿cuál sería el incentivo para superarlo? Me he fijado una meta alta en este libro y la cumpliré para que pierdas el temor tú mismo de superar y fijar siempre metas más ambiciosas.
Recuerdo como si fuera ayer el momento en el que, casi sin saber nadar, me deslicé por un inmenso tobogán hacia una piscina. Una vez en el agua, no logré nadar y me estaba ahogando; la orilla parecía quedar a kilómetros de distancia. Todavía lo recuerdo y tengo la sensación de la falta de aire; por fortuna, alguien, como si fuera un ángel, me empujó hacia esa orilla. Nada pasó al final y hubo algo que quedó tatuado en mí para siempre. No fue el miedo al agua o a los toboganes lo que se imprimió en mi memoria, sino que, a la larga, no pasó nada. Y esta sensación de que, tras enfrentar situaciones amenazantes en la vida, nada pasa, o nada es tan negativo como lo crees en el momento, es una idea determinante en lo que quiero compartir contigo.
Más tarde, teniendo doce años, volaba con mi familia desde Ciudad de Panamá hacia la isla de Contadora, en el océano Pacífico; un viaje en una avioneta, que usualmente tardaba cuarenta minutos, se transformó en una pesadilla de casi dos horas, cuando tras superar una infernal tempestad que por poco parte el aparato en dos, debimos devolvernos hasta el aeropuerto de origen. Nos esperaba un carro de bomberos y todos los protocolos de seguridad aeroportuaria. Luego, al cabo de unas horas, volvimos a volar hacia nuestro destino final. Sí, repetir el mismo trayecto, ya con mejor clima, pero cargando con el recuerdo del primer intento.
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