Prólogo
Jaime Bayly
Lo poco que sé sobre el arte de vivir en pareja es que soy malísimo para ello, tal vez porque aún no me acostumbro a vivir con ese señor llamado Jaime Bayly. No entiendo a Bayly: a veces se siente hombre, a veces mujer; dice que es escritor, pero cuando sus libros venden poco y mal se deprime y dice que quiere ser presidente de su país; hace dieta, pero engorda; dice que cree en el libre mercado, pero no le gusta hacer las compras en el mercado; se declara agnóstico, pero es el primero en rezar cuando un avión entra en una zona de turbulencia; dice que es capitalista, pero no sabe ahorrar y carece de capital. En fin, ese señor es una contradicción andante, ¿quién lo entiende? ¿Yo? No. Y ya llevamos cincuenta años viviendo juntos él y yo, y la verdad es que todavía no aprendo a cohabitar con él en su cuerpo crecientemente perezoso, adiposo, en reposo.
Recién cuando me he resignado a aceptar que el señor Bayly es loco, lunático, bipolar, hombre-mujer, bicho raro, pájaro en extinción, entrevero o batiburrillo de cosas dispares y contradictorias; recién cuando le he perdonado y hasta celebrado sus excesos, desafueros y tropelías, sus vicios, defectos y pecadillos, sus miserables pliegues humanos, me ha sido posible reírme de él, con él, y ya luego reírme con otras personas que, como yo, encuentran risible, y a veces ridícula, la vida inmoderada, exagerada, de ese hombre que se obstina en convivir conmigo.
Me parece, entonces, que la más extraña y ardua pareja que he tenido y sigo teniendo (ya está claro que no nos vamos a divorciar) es la de esa persona que lleva mi nombre, habla por mí, me dicta palabras cuando escribo, duerme conmigo y, sobre todo, como si esa fuera su única misión testaruda en el hábito de acompañarme en las buenas y las malas, me recuerda que él y yo estamos acá para divertirnos, entretenernos, reírnos y pasarla bomba. En eso mi obligada pareja me rebaja siempre el ego, la vanidad, y me susurra esto al oído: “Que otros tengan la razón, ganen los debates intelectuales, ocupen el poder, riñan con aspereza por ver sus egos refulgir en lo más alto; tú y yo no caeremos en esas trampas porque lo único que nos interesa de veras es perseguir el placer como dos niños en una juguetería. Todo lo que nos desvía del placer es un error; todo lo que nos conduce al placer, un acierto”. Así vivimos él y yo, y en ese punto tengo que reconocer que me ha ayudado mucho siendo mi pareja, porque yo soy necio, majadero, y a veces quiero tener la razón a cualquier precio, incluso al grado de agriarme el humor, estropearme el día y perder a un amigo. “No, tonto, no —me dice Bayly— no gana el que tiene la razón, gana el que la pasa bomba, el que goza más juiciosamente.”
Me he casado, me he divorciado, he tenido novias y novios, me he enamorado como un perro callejero sin haber sido correspondido, me he vuelto a casar, he tenido tres hijas, he vivido la montaña rusa o el tiovivo del amor y, sin embargo, siempre he terminado volviendo a la desapacible vida en pareja con ese señor llamado Jaime Bayly. Ya nos vamos conociendo, estamos aprendiendo a querernos; ya sé que no puedo cambiar nada de él, ya no me sorprende que a veces quiera ser hombre y a veces mujer: él y yo no somos normales ni convencionales, somos bastante anormales, y cuanto más nos salimos de la norma o la saltamos, creo que más nos divertimos. Tal es la naturaleza díscola y traviesa de nuestra curiosa vida en pareja.
Al señor Bayly y a mí nos ha parecido que este nuevo libro de Alejandra Llamas es brillante, lúcido, valiente, cargado de sabiduría. Es un libro enormemente útil porque enseña cómo hacer las cosas bien y cómo no hacerlas mal en el arte de vivir en pareja; es un libro supremamente valiente porque se atreve, desde la razón, a refutar y desbaratar tantos prejuicios, tópicos, lugares comunes y cursilerías que en nada contribuyen a la felicidad; y es un libro sabio porque no le sobra una palabra y las ideas se exponen con una delicadeza, una sensibilidad y una precisión yo diría que artísticas. Y es, finalmente, un libro esperanzador, optimista, una verdadera inspiración para todos quienes perseguimos el amor, porque nada más terminar de leerlo he querido besar a mi esposa; pero como ella estaba dormida, he abrazado imaginariamente al señor Bayly, ese pesado, y creo que él me ha sonreído con ojillos pícaros, maliciosos.
Introducción
¿Cuál es el secreto de una relación exitosa? ¿Cuál es el propósito de vivir en pareja? ¿Debemos vivir así? Entonces, ¿qué hace que una pareja sea feliz y funcional? Estas son algunas preguntas que vamos a responder a lo largo de este libro para descubrir cómo se relacionan con cada uno de nosotros y con nuestra elección de tener pareja.
Para muchos de nosotros nuestras relaciones han sido impulsadas por razones culturales. Desde pequeños la sociedad nos alimenta con mensajes que dictan: vivir en pareja nos hace personas adecuadas, adaptadas y funcionales en un entorno determinado, y hemos respondido a dichos mensajes como si fueran la única realidad.
Más aun, muchos de nosotros tenemos una concepción del amor según la cual en una relación participan dos personas; sin embargo, esto no siempre fue así. A lo largo de la historia humana nos hemos relacionado de múltiples formas; además, en la actualidad existen grandes cuestionamientos a la monogamia permanente.
Los matrimonios, los noviazgos y las relaciones de pareja poco exitosas han dado pie a la idea de que alargar una relación por complacencias sociales no es natural. Muchos insistimos en relacionarnos para satisfacer concepciones no cuestionadas y consideramos la fidelidad como uno de los principales valores de una relación a veces por encima del amor. ¿Cuál sería un propósito más profundo y auténtico por el cual debamos establecer una relación más allá de condiciones o estándares culturales? Eso plantearemos en este libro.
Es interesante explorar que en la naturaleza existen distintas maneras de relacionarse. Por ejemplo, 90 por ciento de las aves viven en pareja, aunque solamente 3 por ciento de los mamíferos lo hacen, y los primates, junto con los humanos, solo 15 por ciento. Según Barash, existe abundante evidencia antropológica y biológica que demuestra que los seres humanos siempre han sido propensos a tener múltiples compañeros sexuales. Hasta ahora no hay pruebas que respalden que la monogamia es algo natural o normal en el ser humano. De los mamíferos, únicamente 3 por ciento son monógamos. Las orcas y algunos roedores, en cambio, son ejemplos de especies monógamas. También tenemos muestras de aves monógamas, como los pingüinos, los cuervos, los loros y las águilas.
Se cree que la monogamia se basa en el hecho de que los bebés humanos necesitan grandes cuidados, a diferencia de otros animales; por eso, para ellos es mejor tener dos padres. Además, los machos tienden a quedarse cerca de sus parejas para no permitir que otros competidores se acerquen, con el fin de proteger a sus crías, pues es parte de su instinto de supervivencia. Ésta constituye una etapa que dura algunos años, mientras el bebé se desarrolla.