La felicidad es el sentido y el gran propósito de nuestra vida;
el principio y el final de la experiencia humana.
A RISTÓTELES
I NTRODUCCIÓN
Este libro está dirigido al padre, a la madre o a la persona responsable del cuidado y la educación de un ser humano de cero a veintiún años de edad. Es un texto para padres que desean vivir la vida con alegría, humor, entusiasmo y flexibilidad.
Los objetivos principales son crear distinciones para criar a niños sanos; además, coadyuvar al desarrollo de pequeños que se automotiven; que sepan lidiar con cambios y recompensas a largo plazo, pero, sobre todo, que se apoyen en su imaginación y en su creatividad para vivir; niños que escuchen la voz de su corazón.
Lo que no encontrarás en este libro son apoyos de disciplina rígida para educar ni técnicas para lograr altos honores y metas fijas. Tampoco está dirigido a padres que quieran hijos sometidos a la autoridad, para ser sólo receptores de educación sin permitirse cuestionar, ni para seres cuya mayor satisfacción sea la de agradar a otros.
Hablo de padres que deseen hijos destacados en el mundo de hoy, hijos con la posibilidad de encontrar lo que para ellos signifique el éxito. Que puedan inventar sus vidas y sus reglas con base en una estructura de integridad. Sabrán entonces reconocer que la sabiduría interior está en ellos y confiarán en ella para su evolución. Estos son los niños que necesitamos: seguros, sanos, creativos y empáticos con sus necesidades y con las de otros. Éste es el propósito: ser como padres —guías y maestros de nuestros niños—, pero también alumnos de ellos, de ellas, para tener la capacidad de aprender lo que nos vienen a enseñar. Hombro con hombro desarrollaremos una familia lista para contagiar el bienestar a su comunidad.
La relación con los hijos se teje día a día. Ahora bien, existen técnicas, enseñanzas y filosofías que fortalecen el vínculo madre/padre-hijo/hija, las cuales permiten el goce (y no la carga) en la aventura de ser padres.
Es importante entender lo siguiente: un niño, una niña, un o una joven no son personas definidas por una edad; en realidad, son alma, son seres completos, perfectos; sabios que vienen al mundo con el fin de llevar a cabo su llamado, de encontrar su camino (el cual, no tiene que estar relacionado necesariamente con el de sus papás). Lo que quiero decir es: los padres, las madres, somos acompañantes de esa alma; nuestra responsabilidad es conocerla, caminar con ella a lo largo de su vida. Si logramos ver la grandeza de su espíritu, si nos volvemos verdaderos compañeros, alma con alma, daremos el primer gran paso para construir una relación sana con ellos.
Muchos de nosotros tendemos a crear interpretaciones sobre quiénes son nuestros hijos (cuando los vemos les proyectamos todo aquello que creemos de ellos) y nos relacionamos con ellos desde nuestras expectativas, a partir de lo que juzgamos y de lo que ya determinamos; sin embargo, el niño trata de mostrarse tal cual es, desea ser conocido, no definido. Éste es un punto nodal, una distinción significativa en la relación con alguien que está descubriendo y revelando quién es frente a la vida.
Si existen dinámicas que no están funcionando, debemos tomar el rol del adulto y aparecer maduros y responsables frente a esa relación. Esto significa que, si hay una dinámica de gritos, de insultos o de cualquier otro tipo de faltas de respeto, nosotros debemos ser los primeros en dar un paso hacia atrás, y no ser parte de esa situación para lograr romperla. Si en la relación lo que los tiene enganchados es el ego, esto provocará una escala de poder, y así la dinámica no tendrá fin.
Muévete al amor, busca cómo mostrar tu fuerza como padre, como madre, desde esta energía, no desde la imposición. Enseña a tus hijos maneras nuevas de ser.
Cuando dudes sobre alguna cuestión relacionada con tu hijo, con tu hija, regálale la confianza, confía en lo que te dice y en que tomará buenas decisiones (independientemente de que lo monitorees y lo acompañes en su vida); regálale la posibilidad de que sea cien por ciento responsable. Si se equivoca, permítele vivir con las consecuencias y aprender de ellas.
Uno de los grandes errores que observo a menudo es que desconfiamos de ellos, de ellas. Los miramos como chiquitos, como seres no confiables, como personas frente a las cuales somos más importantes. Esta situación se vuelve más una cuestión de ego que de realidad. A mi hijo, a mi hija, les regalo de antemano la confianza; eso es lo que los hace fuertes, grandes frente a mis ojos; así, ellos tienen la necesidad de mantener la grandeza, la cual yo les he regalado, porque ante todo les otorgué la confianza.
En las relaciones con la gente se crean ciertas dinámicas porque la comunicación no es sólo verbal, sino también corporal: los ojos, el cuerpo y las posturas hablan acerca de cómo nos presentamos en una relación. A veces, en la familia, cuando comienza una dinámica de reto o de poder, ésta va en aumento: el niño quiere probar su poder, mientras los padres desean probar el suyo, hasta que llegan a un punto donde la relación es intolerable.
A esto me refiero cuando digo que “debes dar un paso atrás”: si ves que tu hijo o tu hija actúa de manera agresiva (azota la puerta, contesta feo o miente), inmediatamente, como adulto, observa cuál es tu lenguaje, porque a lo mejor crees no estar diciendo nada que provoque semejantes actitudes, pero, tal vez, tu lenguaje corporal te delata.
En repetidas ocasiones hablamos con un adolescente ya con una agenda en la mente: “Le voy a decir esto”, “Tiene que entender tal cosa”, “Aquí hay límites”, “Aquí hay reglas”, pero a través de una comunicación que manifiesta una actitud defensiva o con agresión. Otras veces actuamos de manera suave y somos permisivos, sin hablar de frente con ellos; por lo tanto, él se cierra, creándose entonces una conversación de ego contra ego, de poder frente a poder. Semejante escena no lleva a nada positivo.
Es importante bajar la guardia y madurar nuestras posturas. Esto no quiere decir mermar la autoridad, sino actuar desde la humildad y la fuerza; esto es mucho más poderoso que pelear desde el ego.
¿En qué lugar quedamos cuando regañamos? Ábrete a la posibilidad de honrar al otro, de reconocerlo, de escucharlo. ¿Cuántas veces nos hemos sentado con ese joven realmente a oírlo, a ser curiosos por lo que está viviendo, sin imponernos? Éste puede ser el gran regalo del momento, mientras reflexionamos sobre nuestro lenguaje corporal y visual frente a él y sobre cómo nos ve él a nosotros.
Una de las claves en el coaching se centra en que tus preguntas inicien con “cómo” y “qué”. Ésta es una técnica para que la comunicación sea efectiva y arroje posibilidades. Si te sientas con un joven o con un niño a hablar, puedes preguntarle: ¿qué te gustaría lograr con eso? ¿Cómo te puedo apoyar en lo que quieres lograr? ¿Cómo te gustaría que yo participara en lo que estás haciendo? De esta manera, el diálogo se convierte en una conversación que otorga responsabilidad a ambos, cuyo fin es actuar para crear juntos.
Si, por ejemplo, etiquetamos a nuestro hijo al decir: “Este niño es un mentiroso”, de alguna manera nos relacionaremos con él desde esa interpretación. Lo cual implica darnos cuenta de cómo actuamos cuando la mente construye una interpretación sobre alguien para después evidenciarla a como dé lugar, con base en lo juzgado. Al relacionarnos así, dejaremos de ver sus cualidades. En vez de enfocar nuestra energía en obligarlo a dejar de mentir, debemos poner atención en cosas más profundas; tal vez en ese momento el niño está pasando por alguna situación difícil, lo que no quiere decir que, si en un momento dado mintió, eso lo haga ser “quien es” como persona. Enfoquémonos entonces en la grandeza de ese ser humano que está frente a nosotros, para que como padres, como madres, podamos ver lo mejor de nuestros hijos e hijas.