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P ARA HABLAR EN cuanto a forjar la clase de resistencia que nos permita recuperarnos (por la gracia de Dios) pese a lo que nos golpee necesitamos entender la realidad cultural que enfrentamos: vivimos en un mundo “cómodo”, en el que nos sentimos bien.
Se podría decir que el sueño americano tiene su propia banda sonora hecha de canciones populares como James Brown “I Feel Good” [Me siento bien]. Para la mayor parte de nuestra cultura, nosotros no hacemos lo correcto; hacemos lo que nos da la gana. No hacemos lo más sabio; hacemos lo que nos da la gana. Ni siquiera hacemos lo que nos comprometimos a hacer; hacemos lo que nos da ganas de hacer.
Imagine que está en el centro comercial y ve un traje nuevo. Usted sabe que no está alcance, pero se lo prueba de todas formas. Se siente tan bien llevándolo puesto que pasa la tarjeta de crédito y da por seguro que hallará alguna manera de pagar por ello. Tal vez pase por el concesionario para probar ese coche que ha estado viendo. Se siente tan bien conducirlo por la carretera. Usted sabe que su presupuesto mensual no da para tanto, pero se siente tan bien que decide que hallará una manera de pagarlo.
Nuestra cultura es impulsada por los sentimientos. La gente siempre da su palabra cuando hace un contrato. En este, por lo general, la mayor parte del texto trata acerca de lo que pasaría si cualquiera de las partes incumple su palabra. Los contratos son escritos de esa manera porque la gente hace lo que le da la gana; no lo que se comprometió a hacer. Las parejas se comprometen delante de Dios, y de todos los demás, a permanecer juntos “hasta que la muerte nos separe”. Se comprometen—uno al otro—con su vida, su amor y sus riquezas, “en tanto que ambos vivamos”. Pero, unos años más tarde, han perdido ese “sentimiento amoroso”. No pueden explicar por qué, pero ahora tienen sentimientos por otra persona.
La lógica en nuestra cultura se ha enredado tanto que creemos que no somos fieles a nosotros mismos si nos quedamos con la persona con la que elegimos casarnos; si ya no sentimos escalofrío como cuando nos conocimos. Decimos: “Ya no siento nada por mi pareja. Viviría en la mentira. Necesito estar con esa persona que me atrae ahora”.
No importa cuánta destrucción puedan causar nuestras decisiones. Tratamos de negar cuán profundamente se verán afectadas las vidas de nuestros hijos. Los líderes cristianos suprimen el dolor que sienten los que observan la destrucción del matrimonio.
De alguna manera nuestra cultura ha logrado convencernos de que nuestras emociones constituyen nuestro verdadero yo. Se nos dice que si no seguimos nuestros sentimientos, no somos auténticos. Si hacemos lo que es correcto en vez de lo que nos dé la gana, estamos siendo falsos. De modo que en un mundo en el que las emociones estaban destinadas a mejorar nuestras vidas, hemos permitido que ellas dominen nuestras vidas. Dios nos dio las emociones para que tuviéramos vidas más ricas y plenas. Pero hemos permitido que ellas nos hagan sus esclavos.
En una cultura dada a la autosatisfacción es natural que algunas personas se rindan a la fe que les haga sentirse bien. Le decimos al Señor: “Haré lo que sea por ti. Iré hasta los confines de la tierra por ti. Incluso moriré por ti”. Pero no vamos a la iglesia cuando llueve puesto que nos puede arruinar el cabello. Hacemos promesas al Señor que no cumplimos en el momento en que nuestros sentimientos cambian.
Ceder a la tentación que sentimos y al pecado es más viejo que el cristianismo. Pero no me estoy refiriendo a eso. Estoy hablando en cuanto a entender la base fundamental de nuestro sistema de creencias. En una cultura que nos ha enseñado a hacer lo que sentimos porque “no puede ser malo si se siente tan bien”, la mayor víctima es nuestro cristianismo. Por eso está regido por los sentimientos; es un cristianismo que hace sentirse bien, una fe en la que sólo seguimos al Señor, obedecemos sus mandamientos y leemos su Palabra cuando nos da la real gana.
No es de extrañar que los cristianos, en Estados Unidos, hallen tan complicado tener un carácter fuerte en tiempos difíciles. Si incumplimos cualquier compromiso cuando nos place, ¿por qué habríamos de considerar el que tenemos con Cristo de manera diferente? Nuestras normas culturales se han asentado en lo que ahora consideramos el “cristianismo normal”. Nunca diríamos con franqueza que lo seguimos a él sólo cuando tenemos ganas de seguirlo; pero en gran parte, los cristianos en Estados Unidos hemos sucumbido a una fe que solo se activa cuando la “sentimos”.
En un mundo en el que las emociones estaban destinadas a mejorar nuestras vidas, hemos permitido que ellas dominen nuestras vidas.
No se siente nada bien enterrar a cuatro jóvenes buenos que tenían la vida por delante. Yo sentía una angustia desgarradora y no entendía en absoluto las circunstancias mientras trataba de consolar a las familias. Cuando estuve en la televisión, en los programas matutinos Today—con Matt Lauer—y Good Morning America, para informar cómo seguía Hannah (ya que parecía que todo el mundo estaba interesado en la historia de su supervivencia), tuve que decidir confiar en Dios. Las circunstancias vulneraron mis sentimientos y todas mis emociones. Pero entender que uno no es lo que siente es el principio de la libertad, es liberarse de la esclavitud de los sentimientos. El hecho de que usted sienta algo no significa que tenga que involucrarse con esa emoción. Si usted sigue cada sentimiento, terminará precipitándose al fondo del pozo en el que cada montaña rusa emocional termina por detenerse, y usted acaba sumido en depresión.
Cristo no murió para que pudiéramos tener una fe que nos hiciera sentir bien. Murió para que nuestra fe pudiera ser resistente.
VUÉLVASE RESISTENTE
• Las emociones tienen el propósito de mejorar nuestras vidas no de dominarlas.
• Las emociones no constituyen la realidad; son momentáneas y temporales.
• Si permitimos que nuestros sentimientos dominen nuestras vidas, terminaremos esclavizados por ellos.
No permita que la fe que le hace sentir bien le exponga a ser atacado sorpresivamente cuando lleguen los problemas inesperados. Decida que su fe no puede ser gobernada por sus sentimientos. Comprométase a seguir al Señor a pesar de lo que sienta. Ese es el primer paso para forjar la clase de fe que es resistente.
Señor, me niego a caer en la trampa de la fe que me hace sentir bien. No abandonaré mi compromiso contigo aunque las circunstancias sean incómodas. Me arrepiento por todas las veces que he permitido que mi fe sea gobernada por mis sentimientos. Te seguiré a pesar de cualquier cosa, en el nombre de Jesús. Amén.
Resistentes de la vida real: Tamirat
“Dios, ¿me has abandonado?” Tamirat compartía una celda de cuatro metros por cuatro con cuarenta reclusos más. La fetidez era terrible. Los cuerpos yacían por todas partes. Los presos tenían que recostarse por turno. Sin embargo, Tamirat nunca se sintió tan solo.
Acusado falsamente por sus amigos de ofender a la religión musulmana, Tamirat fue arrestado y engañado para firmar una confesión. Condenado a tres años de prisión, soportó las palizas de los internos y la separación de su esposa e hijos. Aislado y aparentemente olvidado, Tamirat aguantó. Pasados dieciséis meses de su tiempo de prisión, los cargos en su contra fueron reducidos. Poco después de haber sido liberado, Tamirat dijo: “Que toda la gloria sea para él, que me sostuvo y me mantuvo a través de las horas oscuras. Él me ha hecho más fuerte y ha edificado mi fe”.
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