Relaciones humanizadoras
Un imaginario alternativo
©Pedro Trigo
©Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 – Santiago de Chile
– 56-02-28897726
www.uahurtado.cl
ISBN e-book: 978-956-9320-22-4
Registro de propiedad intelectual N° 229891
Este es el décimo segundo tomo de la colección Teología de los tiempos
Dirección Colección Teología de los tiempos: Carlos Schickendantz
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CONTENIDO
PRÓLOGO
Pedro Trigo es una de las figuras emblemáticas del pensamiento latinoamericano contemporáneo, ya que en él confluyen armónicamente el conocimiento histórico, literario, cultural y social latinoamericano con la reflexión filosófica y teológica. Basta conocer su largo elenco de publicaciones para convencerse de ello.
Este libro, destinado a repensar cómo relacionarnos humanizadoramente y cómo escapar del callejón sin salida de unas relaciones meramente objetuales, expresa en un lenguaje secular accesible al lector latinoamericano interesado en temas socio-políticos, unas reflexiones y convicciones que tienen su fundamento último y su clave de bóveda en la teología cristiana.
Escribe el filósofo José Ortega y Gasset, a propósito de Velásquez y Goya, que los grandes pintores cuando pintan un cuadro nunca usan el pincel de modo arbitrario o casual, sino que cada pincelada responde como intuitivamente al proyecto general del artista, al diseño, figura, estilo y modo que se quiere plasmar pictóricamente en el lienzo. Algo semejante, valga la comparación, se puede afirmar de esta obra de Pedro Trigo.
En estas páginas el autor trata de las relaciones humanas y humanizadoras en las personas y en la sociedad, de las relaciones no meramente objetuales sino subjetuales, del modo de producción que determina el producto, del trabajopopular en América Latina, del imaginario alternativo al imaginario neoliberal dominante y al revolucionario, de la necesidad de entrar en la casa del pueblo, de la cotidianidad como el tiempo privilegiado del pueblo, de la internacional de la vida, de la sacralidad de la vida y del sentido biófilo del pueblo, del sujeto histórico y su complejidad ecuménica, del conato agónico del pueblo por la vida, de la convivialidad y de la fiesta.
Trigo habla de los ilustrados que no pueden entrar en la casa del pueblo, de evitar ingenuidades utópicas y pesimismos desesperados, de la necesidad de partir desde abajo y del paso del yo al nosotros, de crecer en fraternidad y de la apertura a formas de humanización diversa de la occidental dominante, de los pobres como seres culturales, de las culturas urbanas, suburbanas, campesinas, indígenas y afroamericanas que pugnan por adquirir bienes civilizatorios sin dejar de ser lo que son, de la pluriculturalidad multiétnica como tercera etapa latinoamericana, del discernimiento pastoral ante la modernidad, hipermodernidad, posmodernidad y postsecularismo, etc.
Pero en cada una de estas múltiples pinceladas socioculturales y seculares late una visión no solo filosófica sino teológica, una mirada de fe desde la Trinidad que se compadece de la humanidad, como en la contemplación ignaciana de la encarnación del libro de los Ejercicios. El horizonte último de la obra es el Reino escatológico de Dios que se hace presente ya en la historia como Reinado de Dios.
Hay siempre una cristología subyacente, la del Cristo el Hijo que se encarna para darnos vida y formar una comunidad de hijos e hijas del Padre, de hermanos y hermanas, de un Hijo que nos lleva en su corazón y nos hace hijos en él, por el Espíritu.
Aunque el tema eclesial no aflore con frecuencia de modo explícito, el proyecto de la comunidad eclesial como signo y sacramento del Reino está siempre en el horizonte de todas las páginas. En el fondo la misma Iglesia es cuestionada implícitamente, pues se nos obliga a interrogarnos si ella mantiene entre sus miembros relaciones abiertas y horizontales o bien asimétricas y cerradas, si privilegia la primera eclesialidad bautismal del Pueblo de Dios o la segunda eclesialidad ministerial.
La imagen de la comunidad Trinitaria es el trasfondo último que debe regular no solo la Iglesia sino la sociedad. Detrás del sentido de fiesta del pueblo está el banquete escatológico del Reino de Dios.
Trigo afirma reiteradamente que el ilustrado no puede entrar en la casa del pueblo y lo fundamenta críticamente: no se puede entrar desde un complejo de superioridad, desde una actitud de desprecio hacia el pueblo, al que se piensa que hay que ilustrar y del que no se puede aprender nada.
Pero, paradójicamente, Pedro Trigo que forma parte de los profesionales “ilustrados” ha entrado en la casa del pueblo, no como ilustrado para adoctrinar e imponer sino en horizontalidad y vulnerabilidad, dispuesto a escuchar, a ser cuestionado, a aprender, en solidaridad cordial con el pueblo, buscando para todos una vida más digna, sobre todo para los más pobres.
Estas páginas, no casualmente, “huelen a pueblo”, son demasiado lúcidas, concretas, realistas, tolerantes y comprensivas como para haber nacido solamente en bibliotecas y en un escritorio. Hay una connaturalidad con la gente del pueblo, fruto sin duda de una larga experiencia cotidiana y del roce de años en contacto con el pueblo y las comunidades cristianas populares.
Es más, las grandes intuiciones de la necesidad de relaciones humanizadoras han nacido sin duda en gran parte de este contacto con el pueblo pobre, evidentemente no con todos sus miembros —tantas veces violentos, arribistas y corruptos— sino con los pobres con espíritu, con el Espíritu de las bienaventuranzas, los que viven la utopía de la pobreza, en expresiones de Ignacio Ellacuría.
De este modo este libro refleja, una vez más, la verdad de la afirmación evangélica de que los misterios del Reino han sido revelados no a los ilustrados, sino a los sencillos, pobres y pequeños.
Pedro Trigo, que ha escrito en varias ocasiones páginas luminosas sobre esta revelación divina a los pobres, confirma aquí su veracidad: los pobres con espíritu le han enseñado lo que son y significan las relaciones humanizadoras, abiertas, horizontales, democráticas, solidarias, en medio del conato agónico por sobrevivir, incluso en medio de la alegría de la fiesta que anticipa sacramentalmente el Reino.
La profundidad y radicalidad utópica de muchas de estas páginas brotan precisamente de esta iluminación que se capta cuando de verdad se ha entrado en la casa del pueblo y desde abajo, desde este lugar humano y teológico privilegiado, se contempla la realidad. No es una radicalidad ideológica, sino evangélica, nazarena.
Esta cercanía al pueblo ha conferido a Trigo tanto una gran originalidad personal como independencia y gran libertad para exponer sus puntos de vista. Gran lector y gran conocedor del pensamiento moderno occidental y latinoamericano, no copia ni repite lo leído, sino que todo lo piensa y repiensa desde su propia experiencia, convicción y conciencia personal. Por esto es a la vez crítico, sorpresivo, brillante e incluso conflictivo. Nadie queda indiferente luego de la lectura de sus libros…