Índice
Sinopsis
Este libro denuncia los estragos de una educación que se propone romper la voluntad del niño para convertirlo en un ser dócil y obediente, y demuestra cómo, fatalmente, el niño al que han pegado pegará a su vez, el que ha sido amenazado amenazará y el que ha sido humillado humillará. Alice Miller demuestra en esta extraordinaria obra de psicología que en el origen de la peor violencia, la que uno se inflige a sí mismo o la que se hace padecer al prójimo, se encuentra siempre el aniquilamiento del alma infantil.
POR TU PROPIO BIEN
Raíces de la violencia en la educación del niño
Alice Miller
Traducción de Juan del Solar
Es perfectamente natural que el alma infantil quiera salirse con la suya, y si las cosas no se han hecho debidamente en los dos primeros años, más tarde será difícil conseguir el objetivo. Esos primeros años presentan, entre otras, la ventaja de que podemos emplear la violencia y la coerción. Con el tiempo, los niños olvidan todo cuanto les ocurrió en la primera infancia. Si en aquella etapa podemos despojarlos de su voluntad, nunca más volverán a recordar que tuvieron una y, precisamente por esto, la severidad que sea necesario aplicar no tendrá ninguna consecuencia grave. (1748)
La desobediencia equivale a una declaración de guerra contra vuestra persona. Vuestro hijo querrá arrebataros la autoridad, y vosotros estáis autorizados a responder con violencia a la violencia a fin de consolidar vuestro prestigio, sin el cual no habrá educación de ningún tipo. Las palizas no deberán ser meros juegos de manos, sino que habrán de convencerlo de que vosotros sois sus amos. (1752)
La Biblia dice (Eclesiastés 30, 1): «Quien ame a su hijo, que lo tenga siempre bajo su férula, para que luego encuentre en él alegría». (1902)
De forma muy particular me insistían siempre en que debía atender o realizar sin demora los deseos u órdenes de mis padres, maestros, pastores, etc., y de todos los adultos, incluido el personal de servicio, y que nada debería distraerme de semejante obligación. Lo que ellos dijesen era siempre correcto. Estos principios pedagógicos se convirtieron para mí en verdades intangibles.
El comandante de Auschwitz, R UDOLF H ÖSS
Qué gran suerte para los gobernantes que la gente no piense.
A DOLF H ITLER
Prólogo
Se suele reprochar al psicoanálisis que, en el mejor de los casos, solo puede ayudar a una minoría privilegiada, y esto en forma muy condicionada. Este reproche será perfectamente legítimo mientras los frutos del análisis efectuado solo sean propiedad exclusiva de unos cuantos privilegiados. Pero esto no tiene por qué ser así.
Las reacciones ante mi libro El drama del niño dotado me han enseñado que la resistencia contra lo que tengo que decir no es en modo alguno mayor entre los legos —entre los de la joven generación es quizás incluso menor— que entre los especialistas, y que por tanto resulta lógico y necesario no almacenar en bibliotecas los conocimientos adquiridos gracias al análisis de unos cuantos pacientes, sino darles acceso a un público mayoritario. Esta convicción me llevó a una decisión: dedicar los próximos años de mi vida a la escritura.
Quisiera, sobre todo, describir hechos y situaciones que se produzcan fuera del ámbito psicoanalítico, en medio de la pluralidad de la vida, pero que puedan ser comprendidos más en profundidad desde una perspectiva psicoanalítica. Esto no significa, desde luego, «aplicar a la sociedad» una teoría ya preparada, pues creo que solo entenderé realmente a un ser humano cuando pueda escuchar y sentir lo que me diga sin protegerme ni parapetarme ante él detrás de ninguna teoría. Sin embargo, la práctica psicoanalítica llevada a cabo en otras personas y en nosotros mismos nos proporciona visiones del alma humana que nos acompañan por doquier en la vida y, además, agudizan nuestra sensibilidad fuera del gabinete de consulta.
No obstante, el público en general dista aún mucho de advertir que las experiencias del niño en sus primeros años de vida repercutirán irremisiblemente en la sociedad entera, que las psicosis, la drogadicción y la criminalidad son la expresión en clave cifrada de aquellas experiencias tempranas.
Esta constatación es, por lo general, discutida o admitida solo intelectualmente, mientras que la praxis (la política, jurídica o psiquiátrica) sigue estando fuertemente dominada por concepciones medievales, ricas en proyecciones del mal, ya que el intelecto no llega hasta el ámbito de las emociones. ¿Puede alcanzarse un conocimiento emocional con la ayuda de un libro? No lo sé, pero la esperanza de que su lectura ponga en marcha un proceso interior en uno u otro de mis lectores me parece una razón suficiente para no dejar de intentarlo.
El presente libro surgió de mi necesidad de atender a las numerosas cartas de lectores de El drama del niño dotado, que significaron mucho para mí y que me fue imposible contestar personalmente. Culpable de esto fue también, aunque no exclusivamente, la exigüidad de mi tiempo disponible. Pronto advertí que, al exponer mis ideas y experiencias de los últimos años, le debo al lector un mayor detallismo, ya que no puedo tomar como punto de apoyo la literatura existente. A partir de las preguntas especializadas de mis colegas y de las que, a nivel general y humano, me hacían las personas interesadas en el tema (lo cual no debe entenderse como algo mutuamente excluyente), fueron surgiendo para mí dos tipos de problemas: por un lado, mi definición de la realidad de la primera infancia, que se desvía del modelo pulsional del psicoanálisis, y, por el otro, la necesidad de establecer una distinción aún más clara entre sentimientos de culpabilidad y duelo. Pues a ella se vincula esa pregunta candente y tantas veces planteada por los padres que realizan un esfuerzo serio en este sentido: ¿qué podemos hacer por nuestros hijos en cuanto nos damos cuenta de hasta qué punto somos víctimas de la compulsión a la repetición?
Como no creo en la efectividad de las recetas y los consejos, al menos cuando se trata de comportamientos inconscientes, no considero que mi tarea deba consistir en exhortar a los padres a que den a sus hijos un tratamiento distinto del que puedan darles, sino en poner en evidencia ciertas relaciones, en ofrecer una información ilustrativa y emocionalmente comprometida al niño que el adulto lleva dentro de sí. Mientras al niño no le esté permitido darse cuenta de lo que le ocurrió, una parte de su vida emocional permanecerá congelada, y su sensibilidad ante las humillaciones de la infancia quedará embotada.
No obstante, todas las exhortaciones al amor, la solidaridad y la compasión resultarán inoperantes si falta este importantísimo prerrequisito de la simpatía y de la comprensión humanas.
Este hecho es particularmente relevante en el caso de los psicólogos profesionales, ya que sin empatía no podrán aplicar con éxito sus conocimientos, al margen del tiempo que dediquen a sus pacientes. Esto es asimismo válido para el desamparo de los padres, a quienes de nada servirá un nivel de educación elevado ni el tiempo libre de que dispongan para entender a su hijo mientras tengan que distanciarse emocionalmente de los sufrimientos de su propia infancia. Inversamente, una madre que ejerza su profesión podrá en ciertos casos, y en cuestión de pocos segundos, comprender la situación de su hijo, siempre y cuando se halle interiormente dispuesta y abierta a ello.