El cuarto mandamiento —«Honrarás a tu padre y a tu madre», heredado de la moral tradicional— nos exige que honremos y queramos a nuestros padres, pero oculta una amenaza. El que quiera seguirlo pese a haber sido despreciado o maltratado por sus padres sólo podrá hacerlo reprimiendo sus verdaderas emociones. Sin embargo, el cuerpo a menudo se rebela, con graves enfermedades, contra esta negación y esta falta de reconocimiento de los traumas infantiles no superados. En su nueva obra, Alice Miller nos explica, mediante numerosos ejemplos, cuáles son los mensajes que dichas enfermedades revelan, y por qué la vivencia de las emociones hasta ahora prohibidas nos permite comprender estos mensajes que nos envía el alma y así liberarnos de los síntomas e, incluso, de los traumas.
Si en todos sus libros Alice Miller ha estudiado, desde diferentes puntos de vista, la negación del sufrimiento padecido en la infancia, en El cuerpo nunca miente describe las consecuencias que tiene para el cuerpo la disociación de las emociones intensas y auténticas. El libro aborda el conflicto causado entre lo que sentimos y lo que nuestro cuerpo ha registrado, y lo que desearíamos sentir para estar a la altura de las normas morales que hemos interiorizado. Esta regularidad psicobiológica es lo que la autora desvela en la primera parte del libro, a partir de las biografías de escritores como Schiller, Joyce, Proust, Virginia Woolf o Mishima. Las dos partes siguientes analizan las maneras de salir del círculo vicioso del autoengaño, para facilitar una liberación de los síntomas de las enfermedades con los que el cuerpo llama nuestra atención.
Alice Miller
El cuerpo nunca miente
ePub r1.0
Titivillus 11.06.16
Título original: Die Revolte des Körpers
Alice Miller, 2004
Traducción: Marta Torent López de Lamadrid
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Las emociones no son un lujo, sino un complejo recurso para la lucha por la existencia.
ANTONIO R. DAMASIO
PRÓLOGO
El tema principal de todos mis libros es la negación del sufrimiento padecido durante la infancia. Cada libro se centra en un aspecto concreto de dicho fenómeno y arroja más luz sobre un área que sobre las demás. Por ejemplo, en Por tu propio bien. Raíces de la violencia en la educación del niño, y en Du sollst nicht merken. [Prohibido sentir], puse de relieve las causas y consecuencias de esta negación. Más tarde mostré sus consecuencias en la vida adulta y en la vida social (por ejemplo en el arte y la filosofía en La llave perdida, y en la política y la psiquiatría en Abbruch der Schweigemauer [Rompiendo el muro del silencio]). Como los aspectos individuales no son del todo independientes unos de otros, lógicamente se dieron coincidencias y repeticiones. Pero el lector atento se percatará sin problemas de que dichos aspectos están en cada obra en un contexto diferente y de que los he explorado desde un punto de vista distinto.
Sin embargo, sí es independiente del contexto el uso que hago de determinados conceptos. Así, utilizo la palabra «inconsciente» exclusivamente para designar elementos reprimidos, negados o disociados (recuerdos, emociones, necesidades). Para mí, el inconsciente de cada persona no es otra cosa que su historia, almacenada en su totalidad en el cuerpo, pero accesible a nuestro consciente sólo en pequeñas porciones. Por eso nunca utilizo la palabra «verdad» en un sentido metafísico, sino en un sentido subjetivo, siempre ligado a la vida concreta del individuo. A menudo hablo de «su» verdad (referida a él o a ella), de la historia de los afectados, cuyas emociones presentan indicios y son testimonio de dicha historia (véanse págs. 33 − 34 y 158 y sigs.). Llamo «emoción» a una reacción corporal no siempre consciente, pero a menudo vital, a los acontecimientos externos o internos, por ejemplo el miedo a la tormenta, o la irritación que produce saberse engañado, o la alegría al recibir un regalo deseado. Por el contrario, la palabra «sentimiento» hace referencia a una percepción consciente de las emociones (véanse, por ejemplo, págs. 34, 118 − 119, y 163 y sigs.); de modo que la ceguera emocional es un lujo que sale caro y que la mayoría de las veces es (auto) destructivo (véase A. Miller 2001).
Este libro gira en torno a la pregunta de cuáles son las consecuencias que sufre nuestro cuerpo al negar nuestras emociones intensas y verdaderas, que, asimismo, nos vienen determinadas por la moral y la religión. Basándome en experiencias de psicoterapia —las mías y las de otras muchas personas—, he llegado a la conclusión de que aquellos que en su infancia han sido maltratados sólo pueden intentar cumplir el cuarto mandamiento («Honrarás a tu padre y a tu madre») mediante una represión masiva y una disociación de sus verdaderas emociones. No pueden venerar y querer a sus padres, porque inconscientemente siempre los han temido. Incluso aunque así lo deseen, son incapaces de desarrollar con ellos una relación distendida y llena de confianza.
Por lo general, establecen con ellos un lazo enfermizo, compuesto de miedo y de sentido del deber, pero al que, salvo en apariencia, difícilmente puede llamarse amor verdadero. A esto hay que añadir que las personas maltratadas en su infancia a menudo albergan durante toda su vida la esperanza de recibir, al fin, el amor que nunca han experimentado. Tales esperanzas refuerzan el lazo con los padres, que la religión llama amor y alaba como virtud. Por desgracia, este refuerzo se produce también en la mayoría de las terapias, regidas por la moral tradicional; sin embargo, es el cuerpo el que paga el precio de dicha concepción moral.
Cuando una persona cree que siente lo que debe sentir y constantemente trata de no sentir lo que se prohíbe sentir, cae enferma, a no ser que les pase la papeleta a sus hijos, utilizándolos para proyectar sobre ellos inconfesadas emociones. En mi opinión, estamos ante un proceso psicobiológico que ha permanecido oculto durante mucho mucho tiempo, tras las exigencias religiosas y morales.
La primera parte del presente libro muestra este proceso mediante el historial de diversos personajes y escritores. Las dos partes siguientes abordan vías de comunicación auténtica para salir del círculo vicioso del autoengaño y permitir la liberación de los síntomas.
Introducción: Cuerpo y moral
Con bastante frecuencia el cuerpo reacciona con enfermedades al menosprecio constante de sus funciones vitales. Entre éstas se encuentra la lealtad a nuestra verdadera historia. Así pues, este libro trata principalmente del conflicto entre lo que sentimos y sabemos, porque está almacenado en nuestro cuerpo, y lo que nos gustaría sentir para cumplir con las normas morales que muy tempranamente interiorizamos. Sobresale entre otras una norma concreta y por todos conocida, el cuarto mandamiento, que a menudo nos impide experimentar nuestros sentimientos reales, compromiso que pagamos con enfermedades corporales. El libro aporta numerosos ejemplos a esta tesis, pero no narra biografías enteras, sino que se centra principalmente en cómo es la relación de una persona con unos padres que, en el pasado, la maltrataron.
La experiencia me ha enseñado que mi cuerpo es la fuente de toda la información vital que me abrió el camino hacia una mayor autonomía y autoconciencia. Sólo cuando admití las emociones que tanto tiempo llevaban encerradas en mi cuerpo y pude sentirlas, fui liberándome poco a poco de mi pasado. Los sentimientos auténticos no pueden forzarse. Están ahí y surgen siempre por algún motivo, aunque éste suela permanecer oculto a nuestra percepción. No puedo obligarme a querer a mis padres, ni siquiera a respetarlos, cuando mi cuerpo se niega a hacerlo por razones que él mismo bien conoce. Sin embargo, cuando trato de cumplir el cuarto mandamiento, me estreso, como me ocurre siempre que me exijo a mí misma algo imposible. Bajo este estrés he vivido prácticamente toda mi vida. Traté de crearme sentimientos buenos e intenté ignorar los malos para vivir conforme a la moral y al sistema de valores que yo había aceptado. En realidad, para ser querida como hija. Pero no resultó y, al fin, tuve que reconocer que no podía forzar un amor que no estaba ahí. Por otra parte, aprendí que el sentimiento del amor se produce de manera espontánea, por ejemplo con mis hijos o mis amigos, cuando no lo fuerzo ni trato de acatar las exigencias morales. Surge únicamente cuando me siento libre y estoy abierta a todos mis sentimientos, incluidos los negativos.