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Prólogo
«Hace más de 13.000 millones de años, toda la materia y la energía del universo estaba concentrada en un punto infinitesimal...» «El cosmos se creó a partir de una gran explosión...» «El Sol no es más que una estrella sin importancia entre miles de millones de estrellas que forman una galaxia, la Vía Láctea, entre miles de millones de otras galaxias...» En mi trabajo como periodista de temas científicos, suelo repetir fórmulas llamativas como estas, oídas y vueltas a leer tantas veces que ya se convirtieron en clisés... Y sin embargo, todavía me es imposible entender qué quieren decir en realidad, no importa cuánto me esfuerce en desentrañarlas. Ahora intento con esta: «El cerebro es el objeto más complejo del universo». Qué idea tan estremecedora y fascinante. De nuevo trato de atraparla, pero se esfuma como una imagen evanescente dejándome un vago vacío en el estómago. Vértigo. La sensación de asomarse a un abismo sin fin. Pero... un momento: ¿dónde están estas ideas? ¿Dónde, los pensamientos y las emociones que nos definen? ¿Cómo se teje y se desteje la inasible trama de la realidad en los senderos que atraviesan la jungla de la mente?
Hace más de una década, las neurociencias estaban comenzando a crecer en Argentina. Los investigadores que se dedicaban al tema eran pocos y estaban disgregados.
Facundo Manes era un joven neurólogo e investigador que había vuelto a su país después de haber estado trabajando en Estados Unidos y de haberse formado en la Universidad de Cambridge. Muy pronto se percibió que había en él algo especial. No eran su simpatía ni su inusual calidez, sino la energía y la pasión que todavía hoy lo movilizan.
Estaba dominado por una idea: estudiar el cerebro en el ambiente más parecido a la vida real que fuera posible. Y hacerlo en 360 grados, desde todos los ángulos del conocimiento. No a la manera del anatomista, sino con la visión del ecólogo. Para remontar ese sueño, no vaciló en crear dos institutos (el de Neurología Cognitiva —Ineco— y el de Neurociencias de la Fundación Favaloro), y en atraer a su lado a otros especialistas expertos y a los jóvenes más talentosos.
Lo que ocurrió desde entonces fue comparable a lo que pasa cuando uno elige el movimiento acertado en el tablero de ajedrez. Todo cambia. El médico que dilucidaba diariamente cuadros clínicos difíciles de resolver con sus pacientes y el científico que abordaba problemas novedosos sobre la memoria de los camareros o los extraños comportamientos causados por singulares formas de demencia no solo se convirtió en un referente global, sino que nucleó a investigadores de Argentina y de otros países, organizó simposios internacionales con algunas de las figuras más destacadas del mundo y empezó a dirigir equipos que publican trabajos de investigación en las revistas cardinales de la especialidad. Y hasta se transformó en una figura conocida para el gran público cuando explicó delante de las cámaras lo que hoy él y muchos otros están descubriendo sobre este órgano tan vasto y sorprendente en un programa de máxima audiencia de la televisión.
Usar el cerebro destila esa aventura vertiginosa desde un puesto de avanzada. Como debió de ocurrirles a los descubridores del Nuevo Mundo a fines del siglo xv, nos invita a deslumbrarnos ante ese territorio de maravillas que solo ahora está comenzando a cartografiarse con mayor detalle. ¿Qué es eso que llamamos «inteligencia»?, ¿dónde se almacenan los recuerdos?, ¿cómo se articula el sonido de una palabra con la idea que representa?, ¿cómo surge la conciencia?, ¿pensamos diferente las mujeres y los hombres?, ¿a qué llamamos «amor»?, ¿cómo tomamos decisiones?, ¿qué nos pasa con el dinero?
Las respuestas a estas preguntas y muchas otras son todavía provisionales o tentativas. Pero cuán estimulante es acompañar a este explorador de la mente en su travesía a los confines de lo que significa ser humano. Créanme si les digo que se trata de una oportunidad que sería imperdonable pasar por alto.
N ORA B ÄR
Buenos Aires, 26 de mayo de 2013
Palabras preliminares
Este libro comenzó a pensarse a partir de un diálogo. En realidad, muchas cosas empiezan así, con el empujón de un diálogo que nos mueve hacia un nuevo desafío. Pero en este caso, no se trató de un diálogo particular, sino más bien del diálogo abarcador, múltiple, heterogéneo. Este libro, entonces, no partió de una voz solitaria e iluminada, sino de un diálogo en infinidad de charlas con colegas, con alumnos, en reuniones sociales, en entrevistas y en viajes. Cada tema de los que se desarrollan aquí pudo surgir de una conversación de gente curiosa, interesada por comprender los enigmas del pensamiento, de la conducta, de las decisiones, de la memoria o de qué hacer para vivir mejor. Y es que a nadie le resulta ajena ninguna de estas cuestiones. La especificidad de las neurociencias —el campo en el que me desenvuelvo— está en que aborda estos temas con método riguroso; pero otra cualidad, tan importante como la primera, es que se desenvuelve a partir de la interacción entre tradiciones y campos disímiles de la ciencia: neurólogos, psicólogos, biólogos, físicos, lingüistas, antropólogos, etc., dialogan para profundizar en el estudio del órgano más complejo del universo: el cerebro humano. No se podría desarrollar una disciplina tan ambiciosa de otra forma. Pero, aunque esto fuese posible, yo no podría, o no querría, porque sé que no estaría dando lo mejor de mí. Todo lo que fui haciendo a lo largo de mi carrera lo hice con otros. Y este libro también.
Muchas veces me han preguntado si lo que he dicho en alguna conferencia o escrito en una columna de opinión en un diario podía encontrarse en algún libro. Yo solía responder que seguramente sí, que me había nutrido de lo que decían grandes maestros que habían escrito excelentes obras. Sabía que, en todos los casos, la pregunta estaba orientada hacia otro asunto: si podía hallarse algo mío con esa gracia que ostenta el libro, la de conservarse, la de ser releído, la de poder colocarlo a resguardo en una biblioteca. Debería haber explicado que en realidad el libro por el cual me preguntaban estaba en un proceso como el de las frutas que se gestan y maduran con el tiempo, que no hay nada ni nadie que pueda acelerar y hacer que termine antes. Y finalmente llegó.
Este libro se propone pensar el cerebro con el objetivo de que podamos vivir mejor. ¿Qué significa esto? Que cuanto más comprende uno sobre sí mismo, más va a saber atenderse y cuidarse, es decir, vivir plenamente. Por este motivo, las siguientes páginas considerarán muchos de los hallazgos científicos sobre el cerebro humano de los últimos años de manera dinámica y ordenada a la vez. A pesar de que resulta difícil trazar una línea divisoria entre un tema y otro cuando tratamos estas cuestiones (una de las consignas más recurrentes de estas páginas será que el cerebro trabaja en red), organizamos el libro a partir de cuatro grandes núcleos temáticos: el primero tiene que ver, justamente, con temas introductorios de las neurociencias (cómo funciona el cerebro, mitos y verdades, qué es la conciencia, entre tantos otros); el segundo, sobre la memoria (los tipos de memoria, un elogio del olvido, los recuerdos indeseados y el impacto de la enfermedad de Alzheimer); el tercero trata temas sobre la toma de decisiones y la emoción (la biología de la felicidad y la belleza, la llamada «miopía del futuro», el trastorno de la ansiedad y el libre albedrío); y en el cuarto y último esbozamos una serie de premisas que promueven una mente en forma (la alimentación, el sueño, el ejercicio físico y los desafíos intelectuales). Estos capítulos están compuestos por un conjunto de textos relativamente breves, con el objetivo de que puedan leerse en un tiempo acotado, o de corrido, durante esos ratos en los que decidimos dedicarnos a la lectura. Varios de estos capitulillos han sido adaptados de artículos que publicamos oportunamente en los diarios