CAPÍTULO
1
El futuro del cerebro
Una de las capacidades más fascinantes que tenemos los seres humanos es la de imaginar lo que puede llegar a suceder, la de planificar nuestras acciones, prever distintos escenarios. Es decir, pensar el futuro. La complejidad de nuestro cerebro no solo nos permite reflexionar sobre nosotros mismos en el momento presente, sino también revisar los pasos que nos llevaron hasta aquí e interrogarnos por los que aún no hemos dado. De esta manera, intentamos reducir la incertidumbre sobre lo que vendrá. Entonces nos planteamos: ¿cómo será nuestro devenir?, ¿cómo seremos nosotros mismos en el futuro? Y si, como se dice comúnmente, somos nuestro cerebro, ¿qué será de ese órgano tan complejo y fascinante que nos hace humanos?
Nuestro cerebro no está aislado del mundo exterior; por el contrario, forma parte de un cuerpo que se desarrolla y madura en un contexto específico, interactuando con seres sociales y con objetos inanimados. Ese contexto en el que una persona crece da forma a la organización funcional y a la conectividad del cerebro, afectando así a su comportamiento. De este hecho se desprende que el desarrollo y funcionamiento del cerebro no está determinado únicamente por la carga genética, sino que el ambiente cumple un papel esencial. Existen mecanismos epigenéticos que alteran la transcripción o expresión de los genes en partes específicas del cuerpo o del cerebro, y se cree que son justamente estos mecanismos los que posibilitan la gran adaptabilidad del organismo al entorno. Se ha demostrado, incluso, que las experiencias en el desarrollo temprano, como la nutrición, el cuidado parental y el estrés, pueden generar mecanismos que alteran la estructura y funcionamiento del cerebro, y estos cambios pueden influir en la expresión genética y persistir a través de las generaciones. Por lo tanto, el estudio del cerebro requiere de la comprensión del ambiente donde se desarrolla. Entonces, para intentar predecir cómo será nuestro cerebro dentro de cientos de años, debemos tener en cuenta el entorno en el que nos encontramos, los cambios físicos que experimentamos. Por ejemplo, factores como la temperatura, los patrones de alimentación, de locomoción y de sueño, y nuestra pericia en el uso de herramientas tecnológicas nos dan pistas sobre qué cambio es probable o improbable que experimentemos.
Nuestro presente está marcado por la revolución del desarrollo tecnológico. Este cambio, junto con la ampliación y profesionalización del campo de la investigación científica y sus consecuentes descubrimientos, potenciaron el recorrido de las neurociencias. En las últimas décadas, se han logrado una serie de descubrimientos fundamentales que permiten desbloquear algunos de los misterios del cerebro. Hemos sido testigos, por ejemplo, de la secuenciación del genoma humano, del desarrollo de nuevas herramientas para estudiar las conexiones neuronales y de la explosión de la nanotecnología. Estos descubrimientos han dado lugar a una integración inaudita entre diversas disciplinas. En la intersección de las nanociencias, las neuroimágenes, la ingeniería, la informática y otros campos emergentes de la ciencia late una gran promesa. Gracias a estos avances contamos con teorías parceladas sobre el funcionamiento de la mente en relación con el cerebro. Sin embargo, queda mucho por recorrer. Los modelos con que contamos son abstractos y simplificados, y no tenemos una teoría unificada. Mientras que algunos procesos se conocen con mayor o menor precisión (como el funcionamiento de los sentidos), los procesos cognitivos de orden superior, como el lenguaje, el razonamiento, la creatividad y la cognición social, entre otros, no tienen una explicación exhaustiva. Asimismo, aunque los científicos han sido capaces de desentrañar algunos correlatos neuronales de las experiencias conscientes, no podemos explicar por qué las experiencias se sienten como se sienten.
El estado actual de la ciencia nos hace estimar que en los próximos años algunos de estos enigmas fundamentales se irán desvelando.
Además de ayudarnos a profundizar nuestro conocimiento, las tecnologías también contribuyen a generar nuevos mecanismos de diagnóstico y nuevos tratamientos para diversas enfermedades. La relación entre la biología y la tecnología es posible porque los cerebros y los ordenadores se comunican en dialectos de la misma lengua. La información que proviene de los oídos, de la visión o de la piel es convertida en señales electroquímicas. El cerebro intentará decodificar cualquier información con una estructura que mapee el mundo externo. Conocer esto nos puede llevar a pensar cosas inimaginables. Por ejemplo, adicionar sentidos a los ya conocidos. Como esas viejas películas de ciencia ficción que veíamos en nuestra infancia, la tecnología se traduce en avances asombrosos que nos permiten conocer nuestro cerebro y otorgarle potencialidades.
Podemos decir que hoy nuestro cerebro funciona como el de nuestros ancestros, solo que adaptado a un mundo diferente con reglas diferentes. La tecnología afecta a nuestro cerebro de la misma forma en que lo hacen los demás estímulos de nuestro entorno. ¿Contribuirá entonces a facilitarnos la vida?, ¿nos permitirá encontrar la solución a nuestros problemas? O, por el contrario, ¿debilitará nuestras mentes?, ¿nos convertirá en hombres y mujeres deshumanizados?
Resulta fundamental dar a conocer los descubrimientos y el desarrollo de técnicas y tratamientos para el cerebro. También, revisar sus ventajas y consecuencias y debatir los dilemas que plantean. La tecnología forma parte de nuestra cotidianeidad. Para entender su impacto en nuestro órgano más complejo y fundamental, debemos ser conscientes de cómo la usamos, de la ansiedad que puede producirnos no disponer de ella, del estrés que ocasiona la sobreestimulación en cada etapa de nuestra vida. Preguntarnos qué pasará con nuestro cerebro en el futuro es, al fin y al cabo, pensar qué pasará con nosotros mismos, con los seres humanos.
Como no paramos de ver todos los días, el desarrollo de los avances tecnológicos es impactante. ¿Llegará a competir con nuestras propias habilidades humanas? ¿Nuestros cerebros se volverán piezas obsoletas en relación con la inteligencia artificial? ¿Será por fin realidad eso que muchas veces presagió el cine de catástrofes, que las máquinas nos superarán y nos dominarán? En este primer capítulo vamos a abordar muchas de estas preguntas y a plantear múltiples reflexiones para saber desde ahora mismo qué será del cerebro en el futuro. Este futuro.
¿SON LAS MÁQUINAS MÁS SABIAS QUE LOS HUMANOS?
Si buscamos vuelos en Internet para viajar a alguna ciudad del mundo, al poco tiempo comenzarán a aparecernos en pantalla anuncios de alojamiento para el destino elegido. Los teléfonos inteligentes nos entienden cuando preguntamos cómo está el tiempo y cuando pedimos que nos comuniquen con alguien. Las plataformas de redes sociales y los sistemas de streaming nos ofrecen información en función de nuestros intereses. Estos son ejemplos cotidianos de cómo la inteligencia artificial (IA) está cada vez más presente en nuestra vida, recopilando información sobre nuestras preferencias, analizando datos de nuestros comportamientos y actuando en consecuencia. Claro que no se trata de algo que haya empezado hace poco: en 1977, el célebre ordenador Deep Blue venció al campeón mundial de ajedrez Garry Kaspárov, y en 2011 el sistema informático Watson ganó el concurso de preguntas y respuestas Jeopardy! Pero la novedad que trae consigo la nueva ola de IA es que existen algoritmos capaces de procesar inmensas cantidades de información (bibliotecas enteras de texto), algoritmos que pueden encontrar patrones comunes en toda esa marea de datos y, por ejemplo, brindar respuesta a ciertas preguntas o clasificar esa información en entidades con características comunes. Por el momento, estos algoritmos siguen dependiendo de una integración humana que interprete su respuesta o su forma de clasificar la información y evalúe si es adecuada o no. También existe un
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