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Sinopsis
La idea del cerebro como máquina, propuesta por primera vez hace siglos, ha llevado a suposiciones sobre la relación entre la mente y el cerebro que los científicos y los filósofos persiguen hasta nuestros días. Gazzaniga, sin embargo, afirma que se trata precisamente de lo contrario: los cerebros hacen máquinas, pero no pueden reducirse a una. Una nueva investigación sugiere que el cerebro es en realidad una confederación de módulos independientes que trabajan juntos. Comprender cómo la conciencia podría emanar de tal organización ayudará a definir el futuro de la neurociencia y la inteligencia artificial, y cerrará la brecha entre el cerebro y la mente.
EL INSTINTO DE LA CONCIENCIA
Cómo el cerebro crea la mente
Michael S. Gazzaniga
Traducción de Francisco J. Ramos
Para Leonardo,
una conciencia en desarrollo donde las haya
Introducción
Imagine, si puede, que únicamente fuera consciente de un solo momento: el ahora. Ese momento existe sin pasado ni futuro. Ahora imagine que la vida fuera una serie de esos momentos, cada uno de los cuales existe en una especie de momento aislado con respecto a todos los demás, no conectados por el tiempo subjetivo. Imagínese temporalmente congelado en cada uno de los momentos que juntos forman una vida normal. Resulta difícil concebir ese escenario porque nuestra mente viaja de aquí para allá a través del tiempo con tanta soltura como una bailarina en El cascanueces. Un momento sirve como materia prima para la siguiente acción planificada, que a su vez se evalúa en el presente comparándola con nuestra experiencia pasada. Es difícil imaginar que pueda no ser así; sin embargo, basta con darse un golpe en la cabeza de la manera apropiada y usted mismo podría encontrarse en esa situación: todavía capaz de entender el concepto de tener un pasado y un futuro, pero incapaz de ubicarse en un pasado o futuro propios. Extraño, pero cierto. Sin pasado; sin futuro: solo el presente.
En este libro llevaré al lector de viaje a un mundo donde son habituales una serie de alteraciones de lo que denominamos «experiencia consciente», por difíciles de imaginar que resulten. La planta de neurología de cualquier hospital está repleta de trastornos de la experiencia consciente normal. Cada uno de esos casos nos dice algo acerca de cómo se organizan nuestros cerebros para proveernos de nuestra preciada conciencia, momento a momento. Cada ejemplo de alteración pide a gritos ser descifrado, ser utilizado para deducir una historia coherente acerca de cómo nuestro cerebro construye y produce las alegrías cotidianas que implica el hecho de ser conscientes. En el pasado, la gente se contentaba con contar historias sobre esos extraños fenómenos; hoy, en el siglo XXI , no basta con limitarse a describir toda esa variedad de intrigantes trastornos. Mi objetivo en este libro es avanzar en la investigación del problema de la conciencia, y trataré de ilustrar cómo nuestro cerebro —un órgano exquisitamente evolucionado— se organiza para hacer su magia. En suma: pretendo examinar cómo la materia crea la mente.
Hace unos años, en un viaje de trabajo, tuve que pasar la aduana en el aeropuerto londinense de Heathrow. El encargado del control de pasaportes, un atento funcionario británico, me preguntó diligentemente por mi nombre y profesión, y la razón por la que viajaba al Reino Unido. Yo le dije que me dedicaba a investigar sobre el cerebro y que iba a Oxford a una reunión. Me preguntó si conocía las diferentes funciones de los dos hemisferios cerebrales, el izquierdo y el derecho. No sin cierto orgullo, le respondí que no solo había oído hablar de ello, sino que en parte era responsable del trabajo que lo había dado a conocer. Mientras examinaba mi pasaporte, me preguntó de qué iba a tratar la reunión en Oxford. Le contesté, con aire de autoridad:
—De la conciencia.
El funcionario cerró el pasaporte y, al devolvérmelo, inquirió:
—¿Alguna vez ha pensado en dejarlo correr?
Aparentemente no. Algunos de nosotros somos naturalmente incautos en nuestro deseo de preguntarnos por nuestra propia naturaleza. Trabajar en la ciencia de la mente y del cerebro como yo llevo haciendo sesenta años me permite tener claro que los humanos todavía no hemos comprendido el problema en toda su plenitud. Aun así, está en nuestra naturaleza pensar en quiénes y qué somos y en qué significa ser conscientes. Una vez nos pica la curiosidad sobre esta cuestión, nos pasamos la vida corroídos por el deseo de encontrar una respuesta. Sin embargo, cuando intentamos aferrar el problema de la conciencia, este parece disolverse como la niebla. ¿Por qué el esfuerzo por entender la conciencia se ha revelado tan difícil? ¿Acaso las persistentes ideas del pasado nos impiden ver claramente cómo se produce? ¿Es la conciencia solo lo que hace el cerebro? Al igual que un reloj de bolsillo, con sus engranajes, nos da la hora, ¿el cerebro, con sus neuronas, nos da la conciencia? La historia del tema es extensa y se ha visto sacudida por oscilaciones pendulares entre los mecanicistas puros y los esperanzados mentalistas. Sorprendentemente, dos mil quinientos años de historia humana no han resuelto la cuestión ni han enseñado a nuestra especie a enmarcar la comprensión de nuestra personal experiencia consciente. De hecho, nuestras ideas básicas al respecto no han cambiado tanto. Aunque fue Descartes quien dio origen al pensamiento sobre la conciencia hace trescientos años, ha habido dos concepciones generales contradictorias —que la mente forma parte del funcionamiento del cerebro, o, por el contrario, que de algún modo funciona de manera independiente de este— que parecen haber existido desde siempre. De hecho, estas ideas todavía nos acompañan.
En los últimos años el tema de la conciencia se ha convertido de nuevo en una cuestión candente. Al mismo tiempo, y a pesar de la actual avalancha de nuevos datos, hay muy pocas propuestas que cuenten con una aceptación generalizada —por no decir ninguna— acerca de cómo el cerebro construye una mente y, con ella, una experiencia consciente. El objetivo del presente volumen es salir de este atolladero y, a la vez, presentar una nueva visión de cómo conceptualizar la conciencia. Nuestro viaje incluye el conocimiento obtenido no solo a partir de la neurología, sino también de la biología evolutiva y teórica, la ingeniería y la física, y, por supuesto, la psicología y la filosofía. Nadie dijo que la búsqueda iba a ser sencilla, pero la meta —comprender cómo la naturaleza realiza el truco de convertir las neuronas en mentes— es perfectamente alcanzable. Así que ¡allá vamos!