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INTRODUCCIÓN
Florecerán los besos sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos elevará la sábana
su intensa enredadera nocturna, perfumada.
El odio se amortigua detrás de la ventana.
Será la garra suave. Dejadme la esperanza.
De Miguel Hernández, Canción última
En el complejo y extraordinario contexto que vivimos resulta imprescindible volver a reconocernos como especie, dar cuenta de quiénes somos, de nuestras cualidades, de nuestras potencialidades y también de nuestros límites. Quizás fue esto último lo que se manifestó con toda la fuerza y nos puso frente a frente con nuestra propia vulnerabilidad.
Las crisis tienen efectos diversos en las sociedades. Sabemos que pueden impulsar nuestras capacidades de adaptación a las adversidades y hacernos más resilientes. Pero también pueden tener el efecto contrario, es decir, conducir a un estrés intenso y sostenido, que corroe los lazos sociales, haciendo que las personas se vuelvan más individualistas. Es necesario pensar de nuevo sobre nosotros mismos. Y, a partir de esto, esforzarnos por desarrollar un espíritu colectivo robusto que pueda hacer frente a las consecuencias de esta crisis y también prepararnos para futuras amenazas. Salir de esto fortalecidos es un enorme desafío, porque se trata de abordar las consecuencias físicas, psicológicas, económicas y sociales, al mismo tiempo de reconocernos nuevamente.
La pandemia ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestra especie como hacía décadas la humanidad no lo asumía. Nos ha obligado a concebirnos colectivamente y a maniobrar rápidamente para poder sostener las nuevas rutinas. Nuevas modalidades de trabajo y educación se pusieron de manifiesto. Y también nuevas maneras de relacionarnos unos con otros. Se expandió de manera vertiginosa el “vínculo digital” y todo parece indicar que nos encaminamos a un modelo híbrido que combine lo presencial con las alternativas digitales. Tenemos la chance de tomar lo mejor de ambos mundos. El contexto nos obliga a superar el miedo a la “deshumanización” ya que solo sería un riesgo si pensáramos en reemplazar las habilidades humanas con inteligencias artificiales o dispositivos tecnológicos. Las capacidades humanas son y seguirán siendo irremplazables, pero las tecnologías son una enorme ventana de oportunidades para aprender y compartir el aprendizaje.
Nuestro cerebro, como lo veremos en detalle en este libro, está adaptándose permanentemente al contexto, cambiando, generando miles de conexiones nuevas. Es un órgano plástico que se modifica con cada nuevo aprendizaje, hasta el último día de vida. Hoy el cerebro humano se está poniendo a prueba de manera drástica.
Estábamos transitando a pasos agigantados una nueva revolución industrial, que se volvió aún más arrolladora en este contexto. Se trata de una revolución mucho más categórica que las anteriores, ya que no solo trasforma lo que hacemos sino lo que somos. Se trata de la fusión de esferas entre lo físico, lo digital y lo biológico. Varios ejemplos de esto veremos en estas páginas. La combinación de esta nueva revolución industrial y el contexto pospandemia acelerarán los cambios en las habilidades que son consideradas fundamentales para adaptarse a este nuevo contexto. Todo esto nos plantea enormes retos.
Pero este panorama no debe desalentarnos, sino más bien impulsarnos a pensar los cambios urgentes que necesitamos en los procesos de formación de las personas y las comunidades. Por ejemplo, el conocimiento enciclopédico y las memorias prodigiosas dejarán lugar a nuevas competencias ya que hoy, como nunca antes en la historia, la información está más disponible y accesible. Por el contrario, los trabajos del futuro, para los que tenemos que prepararnos sin más demora, valorarán nuestra resiliencia y nuestra capacidad de adaptarnos a contextos cambiantes junto con aquellas habilidades que nos hacen humanos, aquello que la tecnología no puede –y difícilmente logre algún día– imitar o reemplazar y que nos permiten aprender y funcionar en distintos escenarios. Una de estas habilidades es la capacidad de resolver problemas complejos, es decir, encontrar respuestas novedosas a situaciones difíciles. Igualmente, la creatividad humana será esencial y, por eso, los roles que la requieran no podrán ser fácilmente reemplazados. La sensibilidad estética es una de estas: si bien la tecnología puede aportar mucho, la emoción contenida en una obra literaria no puede provenir más que de la experiencia humana. En las páginas que siguen reconoceremos huellas de esto. Otra de las habilidades imprescindibles será la capacidad de pensar críticamente, de observar y reflexionar. Además, poder tomar decisiones que tengan en cuenta las consecuencias a corto y a largo plazo de las acciones será sumamente valorado; así como la negociación, y, con ella, la flexibilidad cognitiva, es decir, la capacidad de adaptar nuestra conducta a escenarios cambiantes.
La intuición y el contacto entre las personas también será insustituible. Nuestro cerebro es un órgano social. En ese sentido, las habilidades emocionales y sociales son esenciales para la supervivencia y para el bienestar, y estas no pueden ser trasladadas a un robot ni a una computadora. Las máquinas pueden ser “más inteligentes” que nosotros en muchos aspectos, pero nunca lo van a ser en la compasión, en imaginar qué piensa el otro y en entender que ese otro piensa diferente a nosotros, en sentir la alegría o el dolor ajeno.
Por eso, la empatía, entender lo que los demás sienten y necesitan, continuará siendo una cualidad esencial. La inteligencia colectiva, la capacidad de interactuar con el prójimo, de comprender cómo se sienten y qué es lo que ellos saben, será un valor clave en lo que resta de este tumultuoso siglo XXI. Por más información estadística que una máquina pueda procesar, es improbable que detecte líderes, lidie con personalidades complejas y ayude a crear vínculos entre los miembros de un equipo.
Por más exposición a pantallas que estemos experimentando, la compañía y el cuidado amoroso del prójimo seguirán siendo un deseo y una necesidad, por ende, aquellos con la capacidad de brindarlos serán personas sumamente valiosas. Los seres humanos seremos irremplazables para enseñar, inspirar, motivar y formar a las próximas generaciones no solo en estas habilidades necesarias sino también en los valores esenciales para vivir en sociedad. Nuestro cerebro aprende fundamentalmente cuando algo nos motiva, nos inspira y nos parece un ejemplo. Esto nunca lo hará la tecnología por más avanzada que sea.