LA RECETA DEL
G RAN M ÉDICO
para
EL RESFRÍO
Y LA GRIPE
JORDAN RUBIN
con el doctor Joseph Brasco
El propósito de este libro es educar, por tanto no se han escatimado esfuerzos para darle la mayor precisión posible. Esta es una revisión de la evidencia científica que se presenta para propósitos informativos.
Ninguna persona debe usar la información contenida en esta obra con el fin de autodiagnosticarse, tratarse ni justificarse para aceptar o rechazar cualquier terapia médica por problemas de salud o enfermedad. No se quiere convencer a nadie para que no busque asesoría y tratamiento médico profesional; además, este libro no brinda asesoría médica alguna.
Cualquier aplicación de la información aquí contenida es a la sola discreción y riesgo del lector. Por lo tanto, cualquier persona con algún problema de salud específico o que esté tomando medicamentos debe primero buscar asesoría de su médico o proveedor de asistencia sanitaria personal antes de comenzar algún programa alimenticio. El autor y Grupo Nelson, Inc., no tendrán obligación ni responsabilidad alguna hacia cualquier persona o entidad con respecto a pérdida, daño o lesión causados o que se alegue que han sido causados directa o indirectamente por la información contenida en este libro. No asumimos responsabilidad alguna por los errores, inexactitudes, omisiones o cualquier incongruencia aquí contenidos.
En vista de la naturaleza compleja e individual de los problemas de la salud y del buen estado físico, este libro y las ideas, los programas, los procedimientos y las sugerencias aquí contenidos no pretenden reemplazar el consejo de profesionales médicos capacitados. Todos los aspectos con respecto a la salud de una persona requieren supervisión médica. Se debe consultar a un médico antes de adoptar cualquiera de los programas descritos en este libro. El autor y la editorial niegan cualquier responsabilidad que surja, directa o indirectamente, del uso de esta obra.
© 2006 por Grupo Nelson
Una división de Thomas Nelson, Inc.
Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América
www.gruponelson.com
Título en inglés: The Great Physician’s Rx for Colds and Flu
© 2006 por Jordan Rubin y Joseph Brasco
Publicado por Nelson Books
Una división de Thomas Nelson, Inc.
Traducción: Rolando Cartaya
Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN-10: 0-88113-174-1
ISBN-13: 978-0-88113-174-1
Reservados todos los derechos. Ninguna parte del presente libro puede reproducirse, guardarse en sistema de almacenamiento alguno, o transmitirse en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabado, escaneado o cualquier otro, a excepción de citas breves en revisiones o artículos de crítica, sin el permiso escrito por anticipado de parte de la casa editorial.
Impreso en Estados Unidos de América
CONTENIDO
Llave # 2: Complemente su dieta con alimentos integrales,
nutrientes vivos y superalimentos
Llave # 4: Acondicione su cuerpo con ejercicios y
terapias corporales
Plan de batalla de La receta del Gran Médico para el
resfrío y la gripe
INTRODUCCIÓN
¡Está en el aire!
¿H ay alguien aquí que no haya oído hablar de la gripe aviaria?
Sé que los ciclos de atención son cortos en nuestros días, pero usted tendría que haber estado durmiendo recostado en un árbol como Rip Van Winkle para no darse cuenta el pasado invierno de la publicidad por parte de los medios de comunicación.
«Los expertos temen la aparición de la gripe aviaria, pero no pueden predecir cuándo», rezaba un titular del Servicio de Noticias Knight Ridder. «Carrera para prevenir epidemia global », declaraba Newsweek presentando en su portada un gallo colorado de aspecto enfermizo. Desde que Alfred Hitchcock lanzó su filme The Birds [Los pájaros], a principios de los años sesenta, no habían tenido nuestros amigos emplumados tan mala reputación.
La prensa trabajaba a partir de un esquema, y con la gripe aviaria las historias seguían generalmente este diseño:
1. Algo malo está sucediendo en Asia y podría extenderse hasta nuestras fronteras.
2. A los expertos les preocupa que uno de los peores desastres naturales en la historia de la humanidad pueda ocurrir muy pronto.
3. El gobierno de Estados Unidos no quiere que le tome desprevenido y está adoptando medidas para proteger la salud pública.
4. A pesar de todos los esfuerzos bien intencionados, estamos condenados a sufrir la epidemia a menos que la ciencia pueda desarrollar una vacuna.
Estos reportajes eran con frecuencia acompañados por una granulosa foto en tono sepia de la época de la Primera Guerra Mundial, que presentaba un improvisado y oscuro hospital de emergencia en Camp Funston, Kansas, donde centenares de víctimas esperaban en catres de campaña para recibir atención médica. Un recuadro informaba que alrededor de seiscientos setenta mil estadounidenses perecieron a consecuencia de la pandemia de influenza conocida como «gripe española», que asoló al mundo entre 1918 y 1919.
No me cabe duda de que el año 1918 no era un buen momento para contraer la gripe. La pandemia de influenza de 1918-19 mató a muchos más soldados estadounidenses que la carnicería de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial. Los historiadores están divididos en cuanto al saldo total de víctimas en todo el mundo del masivo brote gripal, pero los cálculos oscilan entre veinte millones y cincuenta. En Estados Unidos, una cuarta parte de la población se infectó con el virus; en todo el orbe, contrajo la influenza el veinte por ciento de la población mundial. Mi buen amigo el escritor Mike Yorkey perdió entonces a su bisabuelo.
Los aliados de la Primera Guerra Mundial llamaron a la epidemia «gripe española», probablemente porque el brote recibió una mayor atención de la prensa en España, dado que ese país no participó en la contienda ni promulgó leyes de censura para tiempo de guerra. Cuando España fue golpeada por un brote inicial de la enfermedad, otros países se apresuraron a atribuirle la responsabilidad, aunque algunos pensaron que los alemanes —que habían introducido el tóxico gas mostaza en el frente occidental en 1915— estaban tras un diabólico plan para exterminar a sus enemigos con otra forma de guerra biológica.
La gripe española atravesó rápidamente el Atlántico y llegó a las costas de los Estados Unidos, gracias a la carga humana en los barcos mercantes y de transporte de tropas. Como una fuerza invasora, no tardó en establecer su cabeza de playa en nuestras principales ciudades. A medida que el número de muertes aumentaba y las autoridades locales comprendían que tenían en sus manos una plaga moderna, se adoptaron fuertes restricciones sobre las reuniones públicas y los viajes.
Teatros, salones de baile, iglesias y otros sitios frecuentados por grupos de personas fueron clausurados. Se hicieron cumplir las cuarentenas y los funerales quedaron limitados a quince minutos.
Muchas de esas restricciones públicas eran medidas totalmente justificadas. Una vez que «la gripe» a secas —la otra designación asociada con la influenza de 1918— le agarraba a uno por la adolorida garganta, el peligro era mortal, especialmente entre las edades de veinte a cuarenta años. Por alguna razón la Parca segaba con su guadaña a quienes estaban en la flor de sus vidas, y no a los niños o los ancianos. Los pulmones de las víctimas se llenaban rápidamente de líquido, y aquellas pugnaban por limpiar sus vías respiratorias de la espuma sanguinolenta que les brotaba por la boca y las fosas nasales. Lo que ocurría en esencia era que uno se ahogaba en sus propios fluidos corporales en cuestión de días o hasta de horas. Una muerte espantosa. Los médicos se veían impotentes contra una epidemia que los historiadores reconocen hoy como la más devastadora que haya asolado al planeta, causando muchas más muertes que la peste bubónica entre 1347 y 1351, aunque debe observarse que muchas más personas vivían en el mundo en el período entre los siglos XIX al XX que hace seiscientos cincuenta años. Como la gripe española no discriminaba entre sus víctimas por el status económico o social, reinaba un fatalismo general, que fue captado en una rima que cantaban los niños mientras saltaban la cuerda en 1918:
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