Gretchen Rubin es una de las escritoras más inspiradoras e influyentes sobre temas vinculados a los hábitos, la felicidad y la naturaleza humana. Conduce el podcast Happier with Gretchen Rubin y es autora de los best sellers Mejor que nunca y Objetivo: felicidad. Sus libros han vendido casi tres millones de ejemplares en todo el mundo, en más de treinta idiomas.
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LAS CUATRO TENDENCIAS
Los perfiles básicos de personalidad que te enseñan a mejorar tu vida (y la de los demás)
Título original: THE FOUR TENDENCIES. The Indispensable Personality Profiles That Reveal How to Make Your Life Better (and Other People’s Lives Better, Too)
© 2017, Gretchen Rubin
Traducción: Enrique Mercado
Diseño de portada: Jennifer Carrow
D. R. © 2018, Editorial Océano de México, S. A. de C. V.
Homero 1500 – 402, Col. Polanco
Miguel Hidalgo, 11560, Ciudad de México
www.oceano.mx
Primera edición en libro electrónico: mayo, 2018
eISBN: 978-607-527-527-7
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.
Libro convertido a ePub por:
Capture , S. A. de C. V.
Para Christy Fletcher (cuestionadora)
Al final llegué a la conclusión de que mi ambición más grande es ser lo que ya soy.
Diario de Thomas Merton (rebelde)
TU TENDENCIA
1. Las cuatro tendencias
Aunque en su momento no me percaté de ello, una lluviosa tarde de invierno atravesé la puerta del restaurante Atlantic Grill, rumbo a la que sería una de las conversaciones más importantes de mi vida.
Mientras saboreaba una hamburguesa con queso y mi amiga picoteaba su ensalada, hizo un comentario que ocuparía mi mente durante varios años. De pronto mencionó: “Me gustaría adoptar el hábito de correr, pero no puedo, y eso me molesta mucho”. Después de eso, agregó una observación crucial: “Cuando estaba en el equipo de atletismo de la preparatoria, nunca me perdí un entrenamiento; ¿por qué ahora no puedo convencerme de ir a correr?”. “Sí, ¿por qué?”, repetí. “¡Bueno! Tú sabes que es casi imposible tener tiempo para uno mismo.” “Mmm…”, mascullé.
Pese a que después hablamos de otras cosas, una vez que nos despedimos yo no podía dejar de pensar en nuestro diálogo. Mi amiga era la misma persona que fue en la preparatoria y quería realizar la misma actividad que en ese entonces practicaba; pero mientras que en el pasado fue capaz de ir a correr, ahora no lograba hacerlo. ¿Por qué? ¿Se debía a su edad? ¿A la falta de motivación? ¿A su situación familiar? ¿Al lugar? ¿A su espíritu competitivo?
Además, dio por hecho que a todos se nos complica “tener tiempo para uno mismo”, pero a mí eso no se me dificulta en absoluto. ¿Qué diferencia existía entre nosotras?
Dediqué los años siguientes a tratar de responder esas preguntas.
El origen de las cuatro tendencias
Dicen que hay dos tipos de personas: las que dividen el mundo en dos tipos de personas y las que no.
Yo pertenezco, sin duda, al primero. Mi principal interés es la naturaleza humana, y todo el tiempo busco estándares para identificar qué hacemos y por qué.
He pasado años estudiando la felicidad y los hábitos, y ahora tengo la certeza de que no existe una receta mágica y universal para forjar una vida más feliz, sana y productiva. Diferentes estrategias son útiles a diferentes personas; de hecho, lo que le sirve a una podría ser justo lo contrario de lo que le funciona a otra. Algunas son diurnas, otras nocturnas; a algunas les favorece resistirse a una tentación intensa, otras ceden a ella con moderación; algunas aman la sencillez, otras prefieren la abundancia.
No sólo eso. Mientras consideraba la observación de mi amiga acerca de su hábito de correr, intuí que bajo las divergencias del tipo “nocturnas versus diurnas” había una diferencia básica que determinaba la naturaleza de la gente, algo profundo pero también obvio y notable que, sin embargo, escapaba a mi entendimiento.
Para comprenderlo, les hice a los lectores de mi página de internet varias preguntas, entre ellas: ¿Qué opinas de los propósitos de Año Nuevo? ¿Respetas el reglamento de tránsito? ¿Por qué? y ¿Te inscribirías en un curso por el placer de tomarlo?
Cuando recibí las respuestas, vi que entre ellas se percibían patrones distintivos. Era increíble, como si varios grupos se hubieran puesto de acuerdo para contestar basándose en el mismo guion.
En relación, por ejemplo, con los propósitos de Año Nuevo, varias personas respondieron prácticamente lo mismo: “Cumplo un propósito si es útil, pero no de Año Nuevo, porque el 1 de enero es una fecha arbitraria”. Todas ellas usaban la palabra “arbitraria”; la elección de este término específico me intrigó, porque a mí la arbitrariedad del 1 de enero nunca me había incomodado. No obstante, todas esas personas contestaron lo mismo; entonces, ¿qué tenían en común?
Muchas otras respondieron: “Ya no hago propósitos de Año Nuevo porque jamás los cumplo; nunca tengo tiempo para mí”. Otro grupo dijo: “Jamás hago propósitos de Año Nuevo porque no me gusta atarme a nada”.
Pese a que yo sabía que detrás de todo eso existía algún estándar significativo, no lograba distinguirlo.
Luego de varios meses de reflexión, al fin lo descubrí. Sentada en el escritorio del despacho de mi casa, miré por casualidad los garabatos de mi lista de pendientes y de pronto entendí que la pregunta decisiva era: “¿Cómo respondes a las expectativas?”. ¡Lo había resuelto!
Di con la clave y sentí la misma emoción que sintió Arquímedes cuando salió de la bañera. Aunque no me moví, por mi mente discurrieron múltiples pensamientos sobre las expectativas. En ese momento me percaté de que todos enfrentamos dos clases de expectativas:
•
Externas: las que otros nos imponen, como cumplir una fecha límite en el trabajo.
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Internas: las que nos imponemos a nosotros mismos, como cumplir un propósito de Año Nuevo.
Y entonces llegó la idea crucial: dependiendo del modo en que cada individuo responde a las expectativas externas e internas pertenece a uno de estos cuatro tipos:
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Los favorecedores responden sin demora a las expectativas externas e internas.
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Los cuestionadores ponen en duda todas las expectativas, y como sólo las cumplen si las creen justificadas, responden nada más a las internas.
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Los complacientes responden sin demora a las expectativas externas, pero se resisten a satisfacer las internas.
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Los rebeldes se resisten por igual a todas las expectativas, sean externas o internas.
Así de simple. Por medio de una sola pregunta, la humanidad entera quedaba dividida en cuatro categorías.
Comprendí entonces por qué mi amiga tenía problemas para adoptar el hábito de correr: era complaciente. Cuando tuvo un equipo y un entrenador que esperaban cosas de ella, no se resistía a entrenar; ahora que se trataba de sus expectativas internas, las cosas se complicaban. Comprendí también esos repetidos comentarios sobre los propósitos de Año Nuevo y muchas cosas más.