W. H. Auden - El arte de leer: Ensayos literarios
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Muy pocos poetas en el siglo XX consiguieron alcanzar el nivel de extrema exigencia y aceptación popular que logró W. H. Auden, un éxito que sin duda se explica por su virtuosismo, por su dominio del lenguaje y la técnica, por su fraseo inconfundible, pero también por la inteligencia y la calidad reflexiva de sus poemas, en definitiva por su talento crítico.
Este volumen recoge una amplia antología de los mejores ensayos literarios que Auden escribió mientras componía el grueso de su obra poética madura, entre los años cuarenta y principios de los setenta. En todo momento, ya sea para hablar de una contemporánea como Marianne Moore, de un maestro como Paul Valéry, de un clásico como Shakespeare o del legado de la civilización griega, el poeta demuestra una iluminadora perspicacia como lector, sin dar nunca nada por sentado, desafiando tópicos académicos e históricos, con un gran sentido del humor y una contagiosa libertad interpretativa.
W. H. Auden
Ensayos literarios
ePub r1.0
Titivillus 18.09.16
Título original: El arte de leer: Ensayos literarios
W. H. Auden, 2013
Traducción: Juan Antonio Montiel
Edición: Andreu Jaume
Diseño de cubierta: Marta Borrell
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
W. H. AUDEN (York, Reino Unido, 21 de febrero, 1907 – Viena, Austria, 29 de septiembre, 1973). Estudió en el Christ Church de Oxford, donde coincidió con otros escritores como Stephen Spender o Louis MacNeice. En 1930, su libro Poems sentó las bases de su prestigio como una de las voces más originales y contundentes de su generación. Durante la década de los treinta, viajó por Alemania, Islandia, China y España, donde fue testigo de la Guerra Civil Española.
En 1939 abandonó Europa y se trasladó a Estados Unidos, donde adquirió la nacionalidad y conoció a Chester Kallman, su compañero de toda la vida. En 1948 recibió el Premio Pulitzer de poesía y en 1956 ganó el National Book Award. Ese mismo año fue nombrado profesor de poesía en Oxford, ciudad a la que finalmente regresó en 1970. Murió en Viena en 1973.
Prólogo
[1] W. H. Auden, The Garrison («El centinela»), 1969. Los versos se pueden traducir como «la canción personal y el lenguaje… gracias a los cuales es posible aún para los que respiran partir el pan con los muertos».
[2] El poema se publicó en el libro Another Time, 1940. La traducción es de Álvaro García en W. H. Auden, Otro tiempo, Valencia, Pre-textos, 1993.
[3] El poema se publicó en Another Time, 1940. La traducción es de Eduardo Iriarte, en W. H. Auden, Canción de cuna y otros poemas, Barcelona, Lumen, 2006.
[4] W. H. Auden, Lectures on Shakespeare, New Jersey, Princeton University Press, 2002. Traducción española: Trabajos de amor dispersos, Barcelona, Crítica, 2003.
[5] Joseph Brodsky, Less Than One, Nueva York, Farrar, Straus & Giroux, 1987. Traducción española: Menos que uno, Madrid, Siruela, 2006.
[6] W. H. Auden, The Enchafed Flood, Nueva York, Random House, 1950. Traducción española: Iconografía romántica del mar, México, UNAM, 1996.
Personal song and language… |
Thanks to which it’s possible for the breathing still to break bread with the dead. |
W. H. AUDEN |
De entre todos los grandes poetas anglosajones del siglo XX, W. H. Auden es el único que se preocupó por hacer de la poesía un género efectivamente democrático, capaz de asumir la totalidad del mundo y de la vida, a pesar del canto de cisne que había entonado la generación precedente, que parecía haber abocado el género a una natural extinción o, en el mejor de los casos, a una hermética agonía. No era fácil, desde luego, abrirse paso tras el cul-de-sac del simbolismo ni tratar de levantar casa en las geografías exploradas y saqueadas por el modernism, pero muy pronto supo cómo aprovecharse de esas dificultades y reformuló el estatuto público del poeta para salir a enfrentarse a su tiempo con la mayor ambición y sin ningún complejo de inferioridad.
Ya en los años treinta, Auden vio que debía sortear la sombra de sus inmediatos antecesores, en especial de W. B. Yeats y T. S. Eliot, que ejercieron en su obra, por otra parte, una influencia muy particular pero también muy bien disimulada y que progresivamente fue depurando. Guiado por un instinto de supervivencia, buscó alimentarse con la corriente de cierta poesía de tono menor —que no es lo mismo que la poesía de segunda—, siempre excelente y abundante en todas las épocas de la tradición inglesa, como la que habían practicado Thomas Hardy, Edward Thomas, Robert Graves o incluso el Byron del Don Juan. Ahí, para empezar, Auden encontró un modo de volver, tras la multiplicidad polifónica de la vanguardia, a una modulación íntima del habla del poema, que se dirige a un oyente muy definido. Para ello, se atrevió también a recuperar formas métricas que habían sido descartadas y que le permitieron —como ya nunca dejaría de hacer— ensayar todas las posibilidades formales y prosódicas de la lengua, desde la canción ligera o el limerick hasta enrevesadas estrofas como la sextina. Al mismo tiempo, lejos de limitarse al ámbito lúdico y aun cómico que esa ruta podía sugerir, cual fue el caso de algunos contemporáneos suyos como John Betjeman, quiso sacar partido del trabajo que habían hecho Pound o Eliot y abrazó su cosmopolitismo, su altura de miras y esa concepción del canon como un organismo vivo y mutante que supone una aguda conciencia, por parte del poeta, de la responsabilidad contraída con los antepasados.
Otro de los retos que se propuso siendo muy joven fue el de encararse a la sociedad, hablar como ciudadano y en calidad de miembro de una polis atacada, sabedor de que la poesía —y la literatura en general— no podía recluirse y dedicarse a cultivar privadas estupefacciones, sino que tenía la obligación de salir a la calle. Aunque su relación con esa idea se modificó críticamente a lo largo de las décadas, siempre se preocupó por armonizar en su poesía todo el ruido de su siglo, sin ninguna barrera estética, desechando, por impracticable, el presupuesto según el cual hay asuntos poéticos que la prosa no puede abordar, además de un lenguaje encriptado y constitutivo del género por el que fue desarrollando una alergia creciente y que desembocó en la áspera sensatez de sus últimos poemas.
Leída de principio a fin, la poesía de Auden refleja, tal vez como ninguna otra, el magma ideológico, político, estético y espiritual del siglo XX. De hecho, en su trayecto intelectual, que parece seguir al dictado la tríada de su querido Kierkegaard —según la cual primero se vive de acuerdo con la estética, después con la ética y finalmente con la religión—, pueden apreciarse todas las convulsiones que configuraron ese periodo y a cuya reflexión siguen invitando, ahora más que nunca, sus poemas. Del esteticismo posvanguardista de sus primeras obras pasó al marxismo de los años treinta, fuertemente inducido, como para todos los de su generación, por la guerra civil española, a la que se asomó brevemente, en Barcelona y Valencia, para regresar al poco bastante escandalizado, sobre todo por la quema de conventos. De ahí pasó a un escepticismo que le llevó a abandonar cualquier intento de militancia política, paralelo a una ostensible desafección por su propio país, que se tradujo en una necesidad de desarraigo y que en enero de 1939, pocos meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, le convenció de la idoneidad de instalarse en Nueva York, que desde entonces y hasta 1972 fue su principal domicilio; aunque a partir de los años cincuenta empezó a pasar los veranos en Europa, primero en la isla de Ischia y al final en Kirchstetten, un pequeño pueblo de Austria.
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