Marta Peirano - El pequeño Libro Rojo del activista en la Red
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- Libro:El pequeño Libro Rojo del activista en la Red
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- Año:2015
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El pequeño Libro Rojo del activista en la Red: resumen, descripción y anotación
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Bradley Manning es un soldado raso que no quiso aceptar los crímenes de guerra como daños colaterales. Julian Assange es un informático que ha decidido hacer un trabajo al que los grandes periódicos han renunciado. Edward Snowden es un técnico informático que, ante la evidencia de un abuso contra los derechos de sus conciudadanos, decidió denunciar. Los tres son ciudadanos ordinarios que, enfrentados a circunstancias extraordinarias, decidieron cumplir con su deber civil. Las consecuencias para ellos no podrían ser más graves ni más reveladoras: son víctimas de una campaña internacional de descrédito personal cuya intención es convencer a los espectadores de que lo importante son las apariencias y no los hechos.
En cada oficina hay cientos de personas como ellos. Por sus manos pasan documentos secretos, algunos de los cuales necesitan salir a la luz. El pequeño Libro Rojo del activista en la Red es un manual para proteger sus comunicaciones, cifrar sus correos, borrar sus búsquedas y dispersar las células de datos que generan sus tarjetas de red, en el caso de que, al igual que ellos, usted decida arriesgarlo todo por el bien de su comunidad.
Marta Peirano
Introducción a la criptografía para redacciones, whistleblowers, activistas, disidentes y personas humanas en general
ePub r1.0
RLull 02.11.15
Título original: El pequeño Libro Rojo del activista en la Red. Introducción a la criptografía para redacciones, whistleblowers, activistas, disidentes y personas humanas en general
Marta Peirano, 2015
Editor digital: RLull
ePub base r1.2
«Si estamos, como parece, en pleno proceso de convertirnos en una sociedad totalitaria donde el aparato de Estado es todopoderoso, entonces el código moral imprescindible para la supervivencia del individuo libre y verdadero será engañar, mentir, ocultar, aparentar, escapar, falsificar documentos, construir aparatos electrónicos en tu garaje capaces de superar los gadgets de las autoridades. Si la pantalla de tu televisor te vigila, invierte los cables por la noche, cuando te permitan tenerlo apagado. Y hazlo de manera que el perro policía que vigilaba la transmisión de tu casa acabe mirando el contenido de su propio salón».
PHILIP K. DICK, The Android and the Human, 1972
«The internet is on principle a system that you reveal yourself to in order to fully enjoy, which differentiates it from, say, a music player. It is a TV that watches you. The majority of people in developed countries spend at least some time interacting with the Internet, and Governments are abusing that necessity in secret to extend their powers beyond what is necessary and appropriate».
EDWARD SNOWDEN, 2013
MARTA PEIRANO (Madrid, 1975) periodista que escribe sobre cultura, tecnología, arte digital y software libre para diarios y revistas. Fue jefa de cultura en el difunto ADN.es y sus blogs La Petite Claudine y Elástico.net han recibido múltiples premios y han figurado entre los más leídos e influyentes de la blogosfera española. Ha codirigido los festivales COPYFIGHT sobre modelos alternativos de propiedad intelectual y es la fundadora de la HackHackers Berlín y Cryptoparty Berlín. Ha publicado varios libros: El rival de Prometeo, una antología editada sobre autómatas e inteligencia artificial; dos ensayos colectivos (Collaborative Futures y On Turtles & Dragons (& the dangerous quest for a media art notation system), y The Cryptoparty Handbook, un manual para mantener la intimidad y proteger las comunicaciones en el ciberespacio.
Desde septiembre de 2013 dirige la sección de cultura de eldiario.es
La historia ya es leyenda: Glenn Greenwald estuvo a punto de perder el mayor bombazo periodístico de las últimas décadas solo porque no quiso instalarse la PGP. Él mismo la contaba con sana ironía cuando, seis meses más tarde, le invitaron a dar una conferencia como cabeza de cartel en el congreso del Chaos Computer Club, el mismo festival de hackers donde cinco años antes se presentó WikiLeaks. Todo empezó cuando el 1 de diciembre de 2012 Greenwald recibió una nota de un desconocido pidiéndole su clave pública para mandarle cierta información de suma importancia.
A pesar de tratar con fuentes delicadas y escribir sobre asuntos de seguridad nacional; a pesar de su apasionada defensa de WikiLeaks y de Chelsey (entonces Bradley) Manning, Glenn Greenwald no sabía entonces lo que era una clave pública. No sabía cómo instalarla ni cómo usarla y tenía dudas de que le hiciera falta, así que, cuando llegó un misterioso desconocido pidiendo que la utilizara, simplemente le ignoró. Poco después, el desconocido le mandó un tutorial sobre cómo encriptar correos. Cuando Greenwald ignoró el tutorial, le envió un vídeo de cifrado para dummies.
«Cuanto más cosas me mandaba más cuesta arriba se me hacía todo —confesó Greenwald más tarde a la revista Rolling Stone—. ¿Ahora tengo que mirar un estúpido vídeo?». La comunicación quedó atascada en un punto muerto, porque Greenwald no tenía tiempo de aprender a cifrar correos para hablar con un anónimo sin saber lo que le quería contar y su fuente no podía contarle lo que sabía sin asegurarse de que nadie escuchaba la conversación. Lo que hoy parece obvio entonces no lo era, porque ahora todos sabemos lo que la fuente sabía pero Greenwald ignoraba: que todos y cada uno de sus movimientos estaban siendo registrados por la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana. La fuente lo sabía porque trabajaba allí.
Pero Greenwald recibía correos similares cada día. A medio camino entre el periodismo y el activismo, gracias a su trabajo en la revista Salon, su cuenta en Twitter y su columna en The Guardian, el periodista se había convertido en la bestia negra del abuso corporativo y gubernamental y su carpeta de correo estaba llena de anónimos prometiendo la noticia del siglo que luego quedaban en nada. Después de un mes, la fuente se dio por vencida. Seis meses más tarde, Greenwald recibió la llamada de alguien que sí sabía lo que era la PGP: la documentalista Laura Poitras.
Poitras no solo sabía encriptar correos; se había pasado los dos últimos años trabajando en un documental sobre la vigilancia y el anonimato. Había entrevistado a Julian Assange, a Jacob Appelbaum y a otros. No era un tema al que estaba naturalmente predispuesta, sino al que se vio empujada desde que la pararon por primera vez en el aeropuerto internacional de Newark, cuando la cineasta iba a Israel a presentar su último proyecto, My Country, My Country.
Se trataba de un documental sobre la vida del doctor Riyadh al-Adhadh y su familia en la Bagdad ocupada. Poitras había convivido con ellos mientras filmaba la película y un día estaba en el tejado de su casa con la cámara cuando tuvo lugar un ataque de la guerrilla local en el que murió un soldado norteamericano. Que Poitras estuviera por casualidad en el tejado y lo grabara todo generó rumores entre las tropas. Los soldados la acusaron de estar al tanto de la insurrección y de no haberles avisado para así asegurarse material dramático para su documental. Aunque nunca fue acusada formalmente, y nunca hubo pruebas, sus billetes fueron marcados como «SSSS» (Secondary Security Screening Selection). Poitras ya no pudo coger un avión sin ser interrogada y sus pertenencias registradas.
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