El Cruce Del Rio - Lynch Marta
Aquí puedes leer online El Cruce Del Rio - Lynch Marta texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
Novela romántica
Ciencia ficción
Aventura
Detective
Ciencia
Historia
Hogar y familia
Prosa
Arte
Política
Ordenador
No ficción
Religión
Negocios
Niños
Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.
- Libro:Lynch Marta
- Autor:
- Genre:
- Índice:4 / 5
- Favoritos:Añadir a favoritos
- Tu marca:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Lynch Marta: resumen, descripción y anotación
Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Lynch Marta" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.
Lynch Marta — leer online gratis el libro completo
A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Lynch Marta " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
MARTA LYNCH
EL CRUCE
DE L RÍO
EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES
COLECCIÓN “EL ESPEJO”
PRIMERA EDICIÓN
Diciembre de 1971
SEGUNDA EDICIÓN
Octubre de 1984
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito
que previene la ley 11.723.
© 1984, Editorial Sudamericana Sociedad Anónima,
calle Humberto I 545, Buenos Aires.
ISBN 950-07-0261-4
para atarse el amor que no tuvo tiempo de dar iba escribiendo en el techo del mundo “viva la gente para siempre o sea viva viva viva”.
Juan Gelman.
A la memoria de mi hermano
Reinaldo A. Frigerio, militante.
Primera Parte
EL RÍO
Si pienso que otros mueren de una muerte apretada entre zapatos, cama y cuero; si pienso que otros mueren a través de una estrecha ventanilla con barrotes; si pienso en la cara tersa y aburrida del nuevo sacerdote, casi me conformo con mi suerte. Mientras tanto, ellos van y vienen por la barraca donde me colocaron, bajo el penetrante olor a lavandina, y hasta el perro que atinó a colarse y que ahora tiembla en su rincón sin que a ninguno se le ocurra desprenderse de él.
Van y vienen, ajetreándose, tratando de tomar confianza con el nuevo acontecimiento y de infundirla en los demás. Quién sabe si a esta hora Rafael ya ha conseguido el sendero seco desde el cual largarse y salvar con él lo que queda de nosotros.
Por la luz que penetra en la barraca, por el tinte en la cara de mis asesinos, serán las seis, las siete cuanto más, justamente la hora en que comenzaban las guardias en el campamento y el fin del largo día. Nuestro empeño era dichoso y sin embargo ahora he muerto y cargo con un nombre, quizá una cruz, y seguramente este par de manos que no son mías.
El que llamábamos Repuche está a mi lado y muy furioso:
—Yo quisiera saber quién fue —dijo.
Hay otros junto a él: el cabo Vallejo, por ejemplo, al que conocí cuando no era cabo ni cabrón. Vallejo, el que apretó el gatillo con íntima satisfacción. Supuse que sería aquello lo que se le exige, y el parte diario, equivalente a un par de palmaditas protectoras, al respeto del teniente.
Rafael nos lo advirtió el último domingo, mientras se afeitaba en un pequeño espejo roto. Yo miraba las grandes ramas bien verdosas ya. Es noviembre; hace muchos meses que aguardamos la transformación del monte, este río que aumenta su caudal. Rafael nos dijo:
—Quizá en el verano estemos preparados.
Todos esperábamos pues la llegada del verano.
Pero ahora es preciso que haya muerto y que mis verdugos anoten con cuidado la forma de mis uñas, la conformación del pecho y el ángulo imposible de los huesos que sobresalen justamente en el lugar donde Dolores colocó su mano. Quizá lo primero que se advierta en la vida y muerte que elegimos es lo lejos que están todos; la Vieja frente a la cocina, cavilando sobre lo que hay para comer y Dolores escribiendo en el pizarrón: “Luis sala la masa”, y luego muy cansada: “atención a esa masa, chicos”; Dolores, a la que irán a detener esta misma tarde porque su nombre, como el de los otros, figuraba en lista. Mi cabeza yace sobre un escalón y mis piernas aún visten el andrajoso pantalón del uniforme. Nosotros elegimos ese color pardo verdoso y nos sentimos orgullosos el día que Rafael dio la orden de que se nos entregara. Verde seco, de modo que éramos los verdes y no los rojos de América. Los verdes, dijo Rafael, pero después de noventa días de campaña ya nadie hace caso del color y hasta dejamos de lado la camisa y nos arreglamos sólo con el pantalón, el ancho correaje prendido al cuerpo del fusil, acaso porque éste es la única posibilidad de ser.
A fuerza de escudriñar mi cuerpo no han dejado en mí parte secreta. Nosotros teníamos miedo de caer con vida, aunque la vida es lo único que puede dar mediocre garantía. Si se respira, si se camina, si se grita, puede llegar el día de mañana y con él la salvación o los compañeros que avanzan desde el Nordeste o el milagro de aquella familia campesina que cerró de golpe el rancho miserable y se vino con nosotros. La única, es cierto, pero vino, y aquella noche dormimos bien, mejor que nunca, y Silverio, que tosía, durmió como un bendito y se despertó con el sol, hecho una fiesta. La primera, eso por conservar la vida. Bien que nos lo enseñan desde que abrimos los ojos y elegimos esta historia: la vida hasta el momento de perderla. Y bien: Vallejo se inclinó y oí su voz, el olor de su encía y su resuello:
—A éste ni un minuto, mi teniente.
El Teniente asintió sin convicción. A través de su frente angosta los pensamientos se le ubicaban para bien de la patria que es su pellejo, el contrabando a través de Tupirí y estos asquerosos queriendo destruir el orden.
Pero Repuche no había dado aún la última palabra y podía ocurrir que lo quisiera vivo. La palabra vivo se les hace agua en la boca. Vivo significa recompensas, testículos y miembros devorados por la mugre y los mosquitos. Significa también la humillación. Todos ellos quieren humillar a Rafael y a los verdes que huyen por el monte o que acaso se esconden después de la última batida en la cañada. Esa sí que fue una fecha gloriosa. Y aún no había llegado el verano, pero de todos modos se hizo y liquidamos de seis a trece porque cinco de ellos quedaron mal heridos y a los demás los vimos bien; yo los conté.
Estudian detenidamente las yemas de mis dedos. Fui un estudiante pobre. Diez años en el aula pidiendo referencias, y paciencia para los ideales. De modo que ya han de notar que mis manos no tienen callos como las de Silverio ni costras como las del Rubio, ni son tampoco las manos de mi jefe. A veces nosotros pensábamos que Rafael iba a bendecirnos. Lo juro: hubo días, noches sobre todo, que estuve tentado de arrodillarme, con la cabeza descubierta, y esperar que Rafael moviera su mano en cruz. Pero Repuche no está capacitado para descubrir si las uñas de un estudiante pobre, violáceo por las horas de la muerte, se asemejan o no a las de un jefe. Ellos lo creen y por eso soy feliz de estar muerto con una tarjeta de identidad atada al cuello, con un nombre ajeno en la tarjeta, un par de deudos que reclaman otro cuerpo y un parte de guerra anunciando la noticia cuidadosamente redactada. Aquéllos quedaron asimismo dentro del monte. El boliviano que se unió a nosotros por casualidad, muerto. El chico Fuertes, que llegó antes que los otros, muerto. El peruano que hacía gárgaras, muerto. El que no hablaba nunca hasta que habló ese día, muerto. Solamente yo soy rescatado de una muerte común que a esta hora de la tarde se vuelve piadosa y triste. Me cabe ser colocado en el lugar del cuerpo de otro, glorioso honor, remedo de la gloria, orden última en labios de Rafael que quizá ya está lejos, reagrupado con Zelmar, perdiéndose junto a un recién llegado que reza para darse ánimos. Quizá a esta hora se hayan reunido, e inclinados unos hacia los otros, las cabezas juntas, hagan conjeturas recordándome. Tampoco el recuerdo sobrevive demasiado. Se pierden compañeros, hijos, brazos y piernas; se pierde tanto, tantas veces que apenas si cabe recordar el mundo tranquilo que prosigue apenas a unos cientos de kilómetros de allí; una ciudad bien ubicada con autobuses y casas con jardín, salas de espera con enfermos que aguardan su diagnóstico, un par de muchachas con hermosas piernas y grifos de agua fría y caliente. A unos pocos kilómetros de allí la gente consulta su reloj acerca de la hora de la muerte con la misma desaprensión con que de joven se decide fornicar o no. Dolores, en la cama, olvida la masa que Luis sala en el pizarrón. Es alta, de piel dorada. Cuando llegaba el momento yo la escuchaba suspirar. La Vieja, aun de lejos, la quería bien y ahora con asombro ambas han de preguntarse si es casual la semejanza atroz en la fotografía, si las medidas que toma la gente de Repuche son parte del juego. Dolores me lo dijo casi al principio:
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
Libros similares «Lynch Marta»
Mira libros similares a Lynch Marta. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.
Discusión, reseñas del libro Lynch Marta y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.