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Johann Gottlieb Fichte - Primera y Segunda Introducción a la Doctrina de la ciencia, Ensayo de una nueva exposición de la Doctrina de la ciencia

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Johann Gottlieb Fichte Primera y Segunda Introducción a la Doctrina de la ciencia, Ensayo de una nueva exposición de la Doctrina de la ciencia
  • Libro:
    Primera y Segunda Introducción a la Doctrina de la ciencia, Ensayo de una nueva exposición de la Doctrina de la ciencia
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1797
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ENSAYO DE UNA NUEVA EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA DE LA CIENCIA
CAPITULO PRIMERO

Toda conciencia [de algo] se halla condicionada por la conciencia inmediata de nosotros mismos.

I

El lector, con quien hemos de llegar a una coincidencia en el pensar, va a permitirnos el dirigirnos a él y tratarlo familiarmente de tú.

1. Sin duda puedes tú pensar «yo»; y al pensarlo, hallas interiormente tu conciencia determinada de una cierta manera. Tú piensas sólo algo en particular, justamente aquello que concibes bajo el concepto del yo, y eres consciente de ello. Y en tal caso no piensas algo distinto que en otra circunstancia podrías muy bien pensar y que a lo mejor has pensado ya.— Por el momento no me interesa si en el concepto «yo» puedes haber compendiado más o menos elementos que yo mismo. Lo que me importa es saber que tú encuentras también algo en dicho concepto, y esto me basta.

2. En lugar de este objeto determinado habrías podido también pensar algo distinto, como, por ejemplo, tu mesa, tus paredes o tu ventana, y piensas realmente estos objetos cuando te lo pido. Lo haces a consecuencia de una petición, a consecuencia de un concepto de lo que ha de ser pensado; este concepto, según has admitido, hubiera podido ser otro, digo. Por lo mismo constatas actividad y libertad en este tu pensar, en este pasar del pensar el yo al pensar la mesa, las paredes, etc. Tu pensar es para ti un actuar. No temas que por esta confesión me concedas algo de que luego puedas arrepentirte. Hablo únicamente de la actividad de la cual tú en ese estado vienes a ser inmediatamente consciente, y en tanto que vienes a ser consciente de ella. Mas si te hallaras en el caso de que en tal estado no te haces consciente de ninguna actividad —y hay varios ilustres filósofos de nuestra época que se encuentran en este caso—, ahora mismo separémonos aquí en paz el uno del otro, pues desde este momento no comprenderás ninguna de mis palabras.

Yo hablo de aquellos que sobre este punto me entienden. Vuestro pensar es un actuar, vuestro pensar concreto es, por tanto, un actuar determinado; o sea, aquello que pensáis es exactamente esto, porque vosotros en el pensar actuáis exactamente así. Y sería algo distinto (vosotros pensaríais algo distinto) si en vuestro pensar hubierais actuado de otro modo (si hubierais pensado de otro modo).

3. Pero en este momento debéis pensar concretamente el «yo». Dado que se trata de un pensamiento determinado, se efectúa necesariamente, según las proposiciones que acabamos de sentar, mediante una determinada forma de proceder en el pensar, y mi misión con respecto a ti, lector inteligente, es la de hacer que te hagas propia e interiormente consciente de cómo procedes cuando piensas «yo». Como podría ser que en este concepto no concibiéramos ambos enteramente lo mismo, me veo precisado a ayudarte.

Cuando pensabas tu mesa o tu pared, dado que tú, como lector inteligente, eres consciente de la actividad en tu pensar, eras para ti mismo, en aquel pensar, lo pensante: pero lo pensado no era para ti tú mismo, sino algo que ha de ser distinguido de ti. En una palabra: en todos los conceptos de esta índole lo pensante y lo pensado deben ser, como sin duda constatarás en tu conciencia, dos cosas diferentes. Pero cuando te piensas, eres para ti no sólo lo pensante, sino al propio tiempo también lo pensado; en este caso lo pensante y lo pensado deben ser uno; tu actuar en el pensar debe revertir en ti mismo, que eres lo pensante.

Por consiguiente, el concepto o el pensar del yo consiste en el actuar sobre sí del yo mismo; y a la inversa: semejante actuar sobre sí mismo da un pensar del yo y absolutamente ningún otro pensar. Lo primero hace un momento que lo has constatado en ti mismo y me lo has concedido; y si lo segundo te choca y tienes tus dudas sobre nuestro derecho a invertir la frase, dejo a tu propio cuidado el averiguar si, por el revertir de tu pensar en ti mismo como lo pensante, surge algún otro concepto que no sea el de ti mismo, y si puedes pensar la posibilidad de que surja otro.— Por lo mismo ambas cosas, el concepto de un pensar que revierte en sí mismo y el concepto del yo, se crean el uno al otro. El yo es lo que se pone a si mismo, y nada más; lo que se pone a sí mismo es el yo, y nada más. En virtud del acto descrito no surge otra cosa que el yo; y el yo no surge en virtud de ningún otro posible acto fuera del descrito.

Aquí ves al propio tiempo en qué sentido se te exigió pensar el yo. Pues sucede que los signos lingüísticos han transcurrido manejados por la irreflexión, y se les ha pegado algo de la imprecisión de ésta: al usarlos no podemos entendernos satisfactoriamente. El único modo de obtener un concepto perfectamente determinado consiste en dar cuenta del acto por el cual se produce. Haz lo que te digo y pensarás lo que yo pienso. Utilizaremos este método sin excepción incluso en partes ulteriores de nuestra investigación.— Cabe así muy bien que en el concepto del yo hayas quizá hecho entrar algunos elementos que yo no había hecho entrar en el mismo, por ejemplo, en el concepto de tu individualidad, ya que también éste viene significado por aquel signo verbal. Todo esto queda para ti ahora al margen; aquello únicamente que se produce en virtud del mero revertir de tu pensar en ti mismo constituye el yo del cual hablo aquí.

4. Las proposiciones establecidas, expresión directa de nuestra observación hecha ahora mismo, podrían suscitar reparos sólo a condición de que se las tomara por algo más que esta expresión directa. El yo se produce sólo por el revertir del pensar sobre sí mismo, digo yo; y a este respecto hablo únicamente de aquello que puede producirse por el mero pensar: aquello que, cuando yo así pienso, tiene lugar inmediatamente en mi conciencia, y aquello que, cuando así tú piensas, tiene lugar inmediatamente en tu conciencia; en suma, hablo solamente del concepto del yo. De un ser del yo fuera del concepto, no hablamos aquí en modo alguno; si puede suscitarse el tema de ese tipo de ser en general, y hasta qué punto, es algo que se indicará a su debido tiempo. Para hacer, pues, que el lector se sienta seguro ante todas las posibles dudas y ante todo peligro de ver, en el transcurso de la investigación, la proposición admitida tomada en un sentido que yo no le he querido dar, a esta proposición acabada de establecen «El yo es un ponerse a sí mismo», etc., le añado: para el yo.

El fundamento de ese reparo del lector consistente en que se le hagan conceder tal vez demasiadas cosas, puedo también aducirlo, pero a condición de que con esto nadie vaya a dispersarse; pues este asunto constituye todo él una observación accidental que aquí no viene todavía propiamente al caso y que insertamos únicamente para que en ningún momento haya lugar a alguna oscuridad.— El-yo se produce tan sólo en virtud del revertir de tu pensar sobre sí mismo, se ha afirmado. En un pequeño rincón de tu alma se encierra una doble objeción contra esto. «Yo debo pensar, pero antes de que pueda pensar tengo que ser»; o también: «Yo debo pensarme, revertir en mí mismo; pero lo que debe ser pensado, sobre lo cual debe revertirse, ha de ser antes de que sea pensado o se revierta sobre ello». En ambos casos postulas una existencia de ti mismo independiente del pensar y estar-pensado de ti mismo y que ha de antecederles; en el primer caso, como existencia de lo pensante, y en el segundo, como existencia de le que ha de ser pensado. A propósito de esto, por el momento dime sólo lo siguiente: ¿Quién es el que afirmar que tú tendrías que haber existido antes de tu pensar? Eres sin duda tú mismo, y este afirmar tuyo es, a buen seguro, un pensar; y es, según sigues aún afirmando y te concedemos nosotros con ambas manos, un pensar necesario que se te impone en este contexto. Es de suponer que, sin embargo, esta existencia antecedente tú la conoces sólo en tanto que la piensas; y esta existencia del yo no es, por consiguiente, otra cosa que un estar puesto de ti mismo por ti mismo. En el hecho que nos has mostrado, si lo examinamos con la suficiente agudeza no se encierra, pues, otra cosa que lo siguiente:

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