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Giambattista Vico - Ciencia Nueva

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Giambattista Vico Ciencia Nueva

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CONCLUSIÓN DE LA OBRA

Así explicado el carácter de Hércules, cóbranse uniformes los orígenes de las naciones antiguas, comprendidos todos en esta historia fabulosa de los griegos, explicada por la historia verdadera romana, que suple la trunca de los egipcios, y aclara la densamente oscura del Oriente. Y sus principios deben preceder a la historia universal, que empieza en la monarquía de Nino; y deben preceder a la filosofía, a fin de que esta, en su pensamiento de la Providencia, razone sobre el hombre, el padre, el príncipe; y deben preceder a la jurisprudencia del derecho natural de las gentes por la Providencia ordenado. Pues hasta ahora se había tratado sin principios, en absoluto, la historia, y la filosofía en las partes que dijimos, y la jurisprudencia del derecho en los sistemas de Grocio, de Selden, de Pufendorf; y esos principios malversaron los estoicos con el hado, los epicúreos con el acaso, por lo cual desesperamos desde el comienzo de hallar en filósofos y filólogos esta ciencia que demuestra ser la Providencia, la ordenadora del mundo de las naciones. Y para concluir con el ejemplo con que empezamos a razonar, de aquellos auspicios, tenidos por necesarios para distinguir los dominios de las tierras comunes del mundo primero bajo los reinos divinos, se pasó a la entrega hercúlea del nudo bajo los reinos heroicos, y luego a la entrega del poder mismo bajo los reinos humanos, lo que es principio, progreso y fin del derecho natural de las gentes, con uniformidad, siempre expedita entre las naciones, para llegar finalmente a la inteligencia del derecho natural de los filósofos, que es eterno en su idea, y conspira con el derecho natural de las gentes cristianas, pues la voluntad deliberada del señor de transferir su dominio a toro, y la voluntad de este decidida a recibirlo, por entrambos bastamente significadas, bastan bajo el reinado de la conciencia, que es el reinado del verdadero Dios. Y esta era la idea de la obra, que empezamos con aquella divisa: AB JOVE PRINCIPIUM MUSAE, y ahora cerramos con la otra parte: Jovis omnia plena. Y queda probado a Polibio que de no haber existido en el mundo religiones, no hubiera en el mundo habido filósofos, ¡así resultará de verdadero su dicho de que si hubiera habido en el mundo filósofos no fueran menester las religiones! Y se refuta con hechos el dicho de Bayle de que sin religiones puedan las naciones ser regidas, pues sin un Dios providente no hubiera jamás existido en el mundo sino error, bestialidad, fealdad, violencia, fiereza, podre y sangre; y tal vez, y sin tal vez, por la gran selva de la Tierra, muda, hórrida, no existiría hoy el género humano.

TABLA DE LAS TRADICIONES VULGARES

De ellas, al dirigir nosotros esta obra a las universidades de Europa, reverentemente dijimos que era menester someterlas a la crítica severa de un exacto raciocinio metafísico; y desesperamos en el Libro Primero de hallar los principios de esta ciencia entre filósofos y filólogos, como aviso al lector de que suspendiera recordarles o imaginarles siquiera en el breve espacio de tiempo que requiera la lectura de estos libros, a fin de que, recurriendo a ellos más tarde, por sí mismo reconociera lo verdadero, que su aparición motivara, y entendiera las causas de que tanto acertara a cubrir la falsedad: de las que Juan Clérico en la parte II del volumen XVIII de la Biblioteca Antigua y Moderna, al tratar en el art. VIII del libro De Constantia Philologiae, que es parte de la obra nuestra que allí considera, y en la que por otros principios y orden del todo opuesta al presente se califica a estas tradiciones de ligeras, emite el siguiente juicio: «Nos da acordadamente las principales épocas desde el Diluvio hasta el tiempo en que Aníbal llevó la guerra a Italia. Pues discurre durante todo el curso del libro sobre diversas cosas que en tal espacio de tiempo se sucedieron, y se vale de muchas observaciones de filología sobre gran número de materias, enmendando cantidad de errores vulgares en que hombres entendidísimos no habían parado mientes». Ahora bien, estos son los siguientes:

I. Que existieran en Grecia diluvios particulares: el Ogigio y el Deucalionio. Fueron tradiciones truncas del Diluvio universal.

II. Que Jafet fue el Japet de los griegos. No fue sino la raza de Jafet, enviada por su autor ya en impiedad a la fiera divagación por Europa; por lo que en tal parte de él procedieron las gentes de Grecia.

III. Que los gigantes de los poetas fueron hombres impíos, violentos, tiranos, a los que por metáfora se dio aquel nombre. Gigantes fueron verdaderos; impíos todos hasta que el cielo, por vez primera después del Diluvio, tronara; y violentos los permanecidos en la comunión bestial, que, con el tiempo, al quererse robar las tierras cultivadas por los gigantes religiosos, fueron esbozos de tiranos.

IV. Que los primeros hombres gentílicos vivieron venturosos según su naturaleza, y por lo tanto inocentes y justos, y constituyeron la edad de oro, primera narrada por los poetas, en cuyo estado supone Grocio a fuer de Sociniano que vivieran sus inocentones. Se satisficieron con los frutos de la naturaleza; tan inocentes y justos como de sí y los demás gigantes narra Polifemo a Ulises, en lo que Platón advierte el primer estado de las familias. Y la edad de oro fue la del trigo, por esos gigantes hallado.

V. Que los hombres, cayendo al fin en la cuenta de los males de la vida común, sin religión, sin fuerza de armas, sin imperio de leyes, se dividieron los campos con justicia; y hasta que surgieran las ciudades, con sus solos términos positivos, en seguridad los poseyeron. Esta ha sido nuestra propia fábula de la edad de oro; porque los términos fueron puestos en los campos por la religión, como se ha demostrado en esta obra, y los aleccionados por los males de la vida, no común y humana, sino solitaria y fiera, fueron los impíos inocentones de Grocio perseguidos por los violentos de Hobbes, y poniéndose en salvo, al amparo de las tierras de los fuertes religiosos.

VI. Que la primera ley, como dijera Breno, capitán de los galos, a los romanos, fue en el mundo la de la fuerza, como lleva imaginado Tomás Hobbes, impuesta por unos a otros hombres; y que por ello los reinos, como nacidos de la fuerza, deberán ser conservados. Pero la primera ley nació de la fuerza de Jove, que los hombres creían precipitada en el rayo, por lo que los gigantes se sentían sobrecogidos en sus cavernas; y de su espanto, como se demostró en la obra, procedió toda la humanidad gentílica.

VII. Que el temor fabricó en el mundo los primeros dioses, según la idea de Samuel Pufendorf; que tal temor fue por unos hecho experimentar a otros, con lo que hubo quienes hicieron leyes hijas de la impostura, por la cual los estados deben conservarse con ciertos secretos de potencia y ciertas apariencias de libertad. Pero el temor que a los gigantes inspiraron los rayos, les movió, por permiso de la Providencia, a fantasear, y a reverenciar la divinidad de Jove, rey y padre de todos los dioses: por lo que la religión, no la fuerza o la impostura, es esencial en las repúblicas.

VIII. Que el saber arcano del Oriente se esparció por el resto del mundo, con esta sucesión de escuelas: Zoroastro adoctrinó a Beroso, Beroso a Hermes Trismegisto, Hermes a Atlante, Atlante a Orfeo. Pero esta fue la sabiduría vulgar, que según los mismos principios de las religiones fue propagándose por la tierra, al compás de la propagación del género humano, el cual sin duda salió todo del Oriente. Y la sabiduría arcana también del Oriente fue traída por los fenicios a los egipcios, a quienes comunicaron el uso del cuadrante y la ciencia de las elevaciones polares, y a los griegos, a quienes dieron a conocer las figuras geométricas, con las que después los griegos formaron las letras, como se demostró en la obra.

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