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Stefan Zweig - Encuentros con libros

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    Encuentros con libros
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    Acantilado
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Encuentros con libros: resumen, descripción y anotación

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«Desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad». Stefan Zweig fue un lector empedernido que plasmó sus observaciones tanto en las reseñas que publicó en la prensa escrita como en los prólogos a la obra de otros autores. Los textos aquí reunidos dan buena prueba de la sagacidad, la erudición y la elegancia a las que Zweig nos tiene acostumbrados, pero sobre todo son un testimonio de su amor por la literatura como invitación al diálogo, una pasión tan intensa y franca que no es extraño que sepa contagiarla a sus lectores como pocos maestros.

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ENCUENTROS CON LIBROS

STEFAN ZWEIG

EDICIÓN Y EPÍLOGO

DE KNUT BECK

TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN

DE ROBERTO BRAVO DE LA VARGA

Picture 1

ACANTILADO

BARCELONA 2020

«A DIESTRA Y SINIESTRA», UNA NOVELA DE JOSEPH ROTH

Lo que nuestra época les pide a sus escritores es que tracen una imagen de ella, quiere que den cuenta de su ayer y de lo que sucede hoy, un síntoma inequívoco de la desorientación que sufre desde la Gran Guerra y de que, en el fondo, no ha decidido aún hacia dónde debe encaminar sus pasos. Necesita testigos, portavoces e intérpretes, más que poetas atemporales, por eso, la literatura actual tiene un marcado carácter épico y documental. Uno de estos portavoces, uno de los testigos más destacados de la nueva realidad es Joseph Roth, un novelista de treinta y dos años que habla en nombre de esa trágica generación, la suya propia, que pasó de las aulas a las trincheras directamente, a la que la guerra primero y la crisis económica después arrebataron la inocencia y la esperanza. La mitad de aquellos jóvenes, que rondarían en total los dos millones, no sobrevivió a la contienda, y la mayoría de los que regresaron ha tenido que arreglárselas como han podido, aferrándose a un trabajo, a un partido de derechas o de izquierdas, a determinada manera de ver el mundo. Otros muchos, seguramente los más débiles, los más vulnerables, pero también los más valiosos, siguen sin encontrar su sitio cuando ya ha pasado casi una década. No han sido capaces de cerrar los ojos, zambullirse en una corriente y dejarse arrastrar por ella. Todavía andan buscando alguna compensación por la traición de la que fueron objeto, por la fe juvenil que perdieron. Necesitan entrar en cuentas consigo mismos para forjar una relación transparente, sincera y honesta con esta nueva época. Para estos deracinés, para estos desarraigados, para estos «nómadas que conocen el extranjero, pero no una patria», es para quien escribe Joseph Roth. Sus novelas, que se cuentan entre las más impresionantes del panorama literario alemán, son una Fuga sin fin, de país en país, de clase en clase, de partido en partido, sin aferrarse a nada y sin desprenderse de nada, la epopeya de «después de la guerra», la misma que ha descrito Hans Sochaczewer en su última novela, publicada recientemente, el drama de quienes tienen que seguir viviendo con el mismo corazón de antes en una época y en una tierra en la que ya no hacen pie. Buscan una patria en Alemania y no la encuentran, viajan a Francia, a Rusia, recorren todos los países, tratan de integrarse en todas las clases, partidos y grupos, adaptándose a sus normas, a sus costumbres, pero no lo logran, todo es en vano. Unos son comunistas; otros, radicales de derechas; pero todos buscan algo que dé sentido a su vida y esto los convierte, de algún modo, en hermanos. Los personajes de Joseph Roth despiertan a una realidad siniestra, amenazadora, miran la vida con desconfianza. No se dejan engañar, pero, en secreto, envidian a los que sí lo hacen, a los que se dejan llevar por las ilusiones, a los que se apoyan en sus creencias, a los que siguen determinadas consignas políticas o a los que entregan su vida a un proyecto con el que esperan alcanzar el éxito. Observan la realidad bajo el prisma del recelo, que ha ido puliéndose a lo largo de los años y cuyas aristas son demasiado agudas para no contemplar con dolor lo que sucede, para no calar inmediatamente la mentira, sobre todo cuando les afecta directamente. Esa mirada atenta, sobria, vigilante, inmisericorde de Joseph Roth puede resultar angustiosa, lo admito. Sus novelas son demoledoras; no queda ninguna salida, no hay lugar para los sentimientos ni para la esperanza. Es comprensible que, a pesar de estar excelentemente escritas, a pesar de su deslumbrante realismo, su repercusión, hasta ahora, haya sido más bien limitada. Es obvio que la generación de hoy necesita reafirmarse, reforzar sus convicciones, y su instinto de conservación le anima a apartarse de los textos literarios que denuncian abiertamente su desconcierto, su falta de seguridad. Eso no dice nada en contra de la veracidad y de la conveniencia de los libros de Joseph Roth, pues la mayoría de los alemanes, que silencian su confusión interior alargando su jornada laboral hasta las diez horas o gritando consignas políticas, no saben ni quieren saber cuántos de sus compatriotas volvieron de la guerra con el alma herida, con su porvenir truncado, cuántos se esconden detrás de las puertas y de las ventanas de las casas vecinas atormentados por la sensación de vivir en una época que no es la suya, y lo que puede suponer para ellos encontrarse de pronto con un retrato de su alma, con una historia que refleje sus luchas más secretas. Ésta es la virtud de las novelas de Joseph Roth, al menos desde mi punto de vista; describen el desconcierto que experimenta su generación con extrema claridad, con una transparencia que permite ver hasta la última piedra del lecho de río, son espantosamente exactas en sus juicios, por duros que sean, y tienen un gusto auténticamente delicioso, aunque resulte amargo. Con una conmovedora humanidad, una sensibilidad exasperada y una emoción a flor de piel, Joseph Roth destaca por su habilidad para trazar la semblanza de un hombre en particular o de toda una época. Conoce perfectamente los mecanismos que mueven la sociedad, cada engranaje, cada resorte, cada llave, y ofrece un diagnóstico certero, sin exageraciones, sin patetismo, del trastorno que sufre el alma de cada cual. Este Joseph Roth es un tipo nervioso; reacciona bruscamente ante cualquier inexactitud, no soporta la falta de claridad, no tolera la impostura, no acepta ningún tipo de componendas, no admite el fingimiento, ni siquiera en el plano artístico. Se comprende que sus novelas sean tan luminosas, aunque su luz no sea la de esos días claros, soleados, cuando el aire tiene ese olor fresco tan característico, sino más bien la luz metálica y cristalina de una sala de disección, donde se emplea el bisturí para separar los tejidos y llegar a las fibras más profundas. Esta luminosidad transparente, lo cual no implica que sea fría, domina también su lenguaje. Su técnica se parece a la del retratista de siluetas, que toma una afilada cuchilla y traza, con líneas precisas y con una economía de medios sorprendente, cada personaje, cada acontecimiento, con una nitidez absoluta, con una exactitud milimétrica. Hasta lo más prosaico adquiere relieve estético gracias a esas líneas rectas, claras, conmovedoras, que armonizan el relato, pues la ansiedad, la pesadumbre y la angustia quedan en el interior, tienen que ver con la salud del alma. Así, en su anterior libro, la prioridad es proporcionar un diagnóstico acertado del mal que aqueja a nuestra época, sin preocuparse, de momento, por la terapia. Todos sus relatos terminan en una encrucijada con un signo de interrogación invisible, sus personajes no saben adónde encaminar sus pasos, han concluido sus años de peregrinación y de aprendizaje sin llegar a ninguna conclusión, han acumulado conocimientos y experiencias, pero, en esta Fuga sin fin, ninguno llega a encontrarse a sí mismo, no acaba de entender quién es y cuál es su lugar en el mundo.

Lo mismo se puede decir de su nueva novela, A diestra y siniestra, en la que mantiene su enfrentamiento con la realidad, profundizando en esa observación sobria y clarividente que le caracteriza, pero sin dar una respuesta definitiva a los problemas que plantea. Los hermanos Bernheim, uno más joven, el otro mayor, no deciden libremente el camino que han de recorrer, son empujados por fuerzas que les obligan a tomar una dirección ajena a su voluntad. Sin embargo, aparece por primera vez una figura con capacidad para resolver, de una vez por todas, el problema del yo y la tarea de la vida. Se trata de Nikolai Brandeis, un personaje escéptico, como todos los de Roth, pero que se sitúa en un plano superior. Es un hombre de éxito, pero no se deja deslumbrar por ello, no pasa de largo, no da nada por perdido de antemano, no desprecia la época que le ha tocado vivir, sino que se pone a sí mismo en juego y trata de vencer los obstáculos con fuerza de voluntad. Este Nikolai Brandeis es el primer individuo que trata de afirmarse frente al mundo en la obra de Joseph Roth. Hasta ahora no había creado a nadie dispuesto a forjar su propio destino. De momento, ya es un comienzo, tendremos que esperar a su próxima novela para ver cómo acaba. En cualquier caso, es la primera vez que nos encontramos con alguien resuelto a superar su propia resignación, a romper las cadenas que le mantienen preso, a infundirse fuerza y seguridad. Con él parece que Joseph Roth supera una crisis de conciencia. Pues el escepticismo, en el arte, sólo tiene dos caminos para ser fructífero. El primero es el de la ironía como contrapunto para aliviar la angustia interior. El resultado es la novela de los ingleses, Dickens y Shaw, o de los franceses, como Anatole France. El otro camino es el de la pasión por lo eterno, por lo perdurable, como forma de afrontar la realidad contingente. Joseph Roth, uno de los prosistas con más talento de los últimos años, es libre de elegir entre ambos. Sólo le hace falta tener un poco más de fe en sí mismo para confirmarse como el gran novelista que ya es desde hace mucho tiempo por la intensidad con la que trata las emociones, por su dominio de la narrativa, por su amplio conocimiento del mundo. A este creador decisivo sólo le hace falta atemperar los nervios para resistir los embates de la época, sólo necesita contar con la determinación necesaria para aplicar el análisis psicológico a segmentos más amplios de la realidad, en obras de mayor envergadura. No tiene más que quererlo y el reconocimiento que hasta ahora le ha negado su época de forma injusta, aunque comprensible desde un punto de vista humano, le pertenecerá por derecho propio.

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