Javier Valdez Cárdenas - Narcoperiodismo
Aquí puedes leer online Javier Valdez Cárdenas - Narcoperiodismo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial México, Género: Política. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Narcoperiodismo
- Autor:
- Editor:Penguin Random House Grupo Editorial México
- Genre:
- Año:2016
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Narcoperiodismo: resumen, descripción y anotación
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A Maicol O’Connor (+) y Tracy Wilkinson,
inconmensurables periodistas,
a quienes tanto extraño y amo.
A los periodistas mexicanos valientes y dignos,
exiliados, escondidos, desaparecidos, asesinados,
golpeados, atemorizados y pariendo historias,
a pesar de la censura y los cañones oscuros.
A Tania, Saríah, Fran, Javier Erasmo y Gris.
Por estar conmigo, soportarme y sembrar en mí,
a pesar de los nubarrones. O quizá por eso.
A Blues y sus pececitos, por la cama tibia, los sueños compartidos y los viajes de mezcal. A Daniela Pastrana y Daniela Rea, por marcarme con su voz y su ejemplo el camino, lleno de rosas con espinas. A Patricia Mazón, Andrea Salcedo, David García Escamilla, César Arístides, ese gran y portentoso equipo de editorial Aguilar. A la banda de Tamaulipas, Monterrey, Veracruz, Xalapa, Ciudad de México y Guadalajara, que no pudieron darme sus nombres pero se abrieron a mi libreta y mi pluma, me entregaron sus latidos y me confiaron su corazón erguido. A Cristian Díaz, por las fotos y por las no sonrisas que le regalé. Al extraordinario y rijoso del periodismo Josetxo Zaldúa, y a los grandes de la lente: Marco Peláez y José Núñez, de La Jornada, con un chingo de admiración y gratitud. A Carlos Lauría, del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) por estar siempre. A Ismael Bojórquez y Andrés Villarreal, de Ríodoce, por la amistad, la insumisión, los sueños quebrados pero vigentes, y el periodismo y punto. A Norma y Héctor, y toda la familia Macías, por el hogar ensanchado y la luz. A Fernanda y Mariana, mi solidaridad y compañía. A Ethel: buen viaje. A Fernanda López Villafuerte, por sus mariscos de chapopote… en Puebla.
a la indignación, a la muerte
Los ojos de la reportera se pierden en el vidrio, en la miseria de un sol vespertino que ya no calienta, o al menos, su calor parece que no sirve; la mujer es una lágrima herida, o mejor, una gota de sangre que no sabe dónde esconder tanta rabia, frustración y miedo, no sabe si aquellas ilusiones por indagar, sentir el asedio de la policía, llegar a redacción a afilar la nota, valieron la pena; ella mira a través de los vidrios y en esos ojos que se llenaron de tantos colores, anhelos y paisajes, sólo un gris funeral matiza los destellos…
Las manos del reportero tiemblan, quiere escribir la verdad y la palabra “miedo” se anota sola, desea decir en dónde, cuándo, quién, por qué… y la palabra “miedo” escupe burla, angustia, desilusión, olor de sangre o pestilencia de una casa de seguridad; el reportero tiene hijos, esposa, padres, hermanos, pero también tiene sus muertos y una mordaza, sus muertos y hambre y llanto y sed y una punzada en el pecho que lo obliga reprimir algunas lágrimas, sabe que no puede escribir, no debe escribir, no siente escribir, no sabe escribir porque “miedo” es su casa, el periódico donde trabaja, la ciudad y el país donde vive, donde se esconde y miserablemente sobrevive, pero aun así le dice al teclado, “ándale, cabrón, no te agüites, digamos lo que sabemos, pero sólo “miedo” aparece en la pantalla…
El fotógrafo corre, tropieza, la policía está cerca, los matones, los golpeadores, los sicarios, los perros, las hienas, las pesadillas, y corre desesperado, abraza a su cámara como si fuera un hijo, la palpa con su mano sudorosa mientras la otra manotea en el aire, ardiente, corta las angustias con su desesperación, se aferra a la existencia, pero cae, siente el primer chingazo en la sien, trata de levantarse, manotea, mira de pronto el sudor y la sonrisa del uniformado, del lodo que brama, “ya te chingaste, pendejo”, “ya te cargó tu puta madre”; lo golpean, le arrancan la cámara y el alma, se resiste, se revuelca, cede, aprieta los puños, los ojos y todo es negro, gruñidos y voces del infierno, lejanas, muy lejanas, un seco y apenas perceptible llamado del demonio…
Cada vez son más los periodistas desaparecidos, torturados, asesinados en México. Conscientes de que el problema del narcotráfico ha masticado con rabia todas las fronteras, podemos pensar que son sólo los emisarios de los cárteles quienes dan la orden de la ejecución, el levantón, el jodido calambre para que no escriban más en ese periódico que incomoda, estorba, se entromete. Pero no. No sólo los narcos desaparecen y matan a los fotógrafos, los redactores, los periodistas. También hacen su tarea de exterminio los políticos, la policía, la delincuencia organizada coludida con agentes, ministerios públicos, funcionarios de gobierno y militares. El gran pecado, el imperdonable delito, escribir sobre los dolorosos acontecimientos que sacuden a nuestro país. Denunciar los malos manejos del erario, las alianzas entre narcos y mandatarios, fotografiar el momento exacto de la represión, darle voz a las víctimas, a los inconformes, a los lastimados. El gran error, vivir en México y ser periodista.
Cuesta trabajo creer que en un país tan grande y lleno de contrastes, con una geografía maravillosa y recursos naturales que lo harían una potencia, los intereses económicos de unos cuantos estén por encima de la gran mayoría y el discurso con el que impongan su ley sea la impunidad, el asesinato, la corrupción, el despojo electoral, los levantones, la mordaza y el puñetazo artero, implacable a los periodistas que buscan la verdad.
Porque este libro no sólo intenta señalar los nexos del narcotráfico con los periodistas y las dos caras de la moneda ensangrentada: la de quienes son muertos por publicar lo que nunca debieron y la de aquellos que se alían con sicarios, halcones, narcos de todas las escalas para salvar su vida y llevar unos pesos más a casa, manchados, con lodo y sangre, pero en una mano viva, temblorosa pero viva; señalar el silencio obligado, la amenaza que esconde sus fusiles en Tamaulipas, para recordar a cada momento a cada redacción de los diarios que vivir es callar, o publicar sólo lo estrictamente necesario, recordarle a los periodistas que una cuerno de chivo es más efectiva que cualquier teclado.
No. No sólo es un libro de narcotráfico y periodismo, es también un libro sobre el poder político que secuestra y persigue, para matar, torturar, amenazar, a quienes trabajan en los medios de comunicación, como en Veracruz, donde los fotógrafos, reporteros y editores son vigilados en sus casas por enviados del gobierno y amenazados, amarrados de la cabeza a los genitales por el terror psicológico y obligados a dejar el pueblo, la casa, la entraña. Son perseguidos y asesinados por no complacer las preferencias de gobernantes y sus allegados. Mujeres y hombres en la mira, señalados, intimidados, hasta ser emboscados y después de la cotidiana tortura matarlos con salvajismo.
Un libro en el que el periodista es obligado a no hacer nada, a callar, a ponerse la venda en los ojos y el trapo pestilente en la boca; obligado a no informar y alinearse a políticos y empresarios gustosos del aplauso y la farsa, el ocultamiento y la mentira. Un libro en el que el periodista es perseguido como rata, asediado, amenazado, condenado a la tortura, a la pena de muerte por opinar, por pensar, donde el reportero o el fotógrafo, el editor o el redactor deben buscar, qué paradójico, asilo en Estados Unidos pues en su patria la muerte los busca, los huele, los desea con su hocico insaciable.
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