Muchas gracias a todos y también a los que no. A Leslie Abigail y familia por ese corazón de grueso calibre. A Luis Enrique Escobar Ramírez, El Cabazorro, por las rodilleras y los guantes de portero, y por mantener tibia la col ros. Al pinche Nájera, aunque escriba bien. Al equipo de Ríodoce: Ismael Bojórquez, Alejandro Sicarios, Cayetano Osuna, Pepe Franco, Milagros García, Nayeli Mejía, Zulema (Mei) Melchor, Crístofer y Clark. También a Mireya Cuéllar, por estar cerca, y a Andrés Villarreal, Andrea Miranda y Claudia Peralta, por acompañar con cacahuates y güisquis mis insomnios. A los bomberos, sacerdotes, sociólogos y terapeutas de El Guayabo: Zita, Nadia, Mireya, Angélica, Lichi y Zurdo. A Verónica Landeros y Martín Coronel, por los fogonazos. A Casimira, por no acceder a mis invitaciones y porque solo le aguanto dos. A César Ramos, mi editor y amigo, por las estrellas diurnas y el rocanrol que ameniza el teclear de estas historias. A la familia de editorial Aguilar: Paty Mazón, David García, Andrea Salcedo, Araceli Velázquez, Leticia Reyes y Claudia López. A Gabriela Polit, aunque no me lo merezco, y a Andrés Montoya Restrepo y Lina y Emilia, por la fértil posición fetal. A mi amigo Luis Valencia, Alonso Torres y la banda de Guadalajara que siempre es mi segunda piel. A Paco Sahagún, ese gran caballero de la bohemia y músico pertinaz. A Martín Diego, Raúl Elenes, Alma Ruiz y otros que no puedo nombrar. A Karla Lugo, Stef Rea, Cristina Montoya, Dante Aguilera, Alex López, Leonardo Yáñez y toda la banda de Recuper-Arte por sembrar esperanzas en tiempos de sequía.
A Tania, Fran y Gris, como siempre: por ser y por estar, a pesar de mí.
Fragmentos de una granada, de una bitácora periodística, de una esperanza mutilada
Eso de reportear el narco es una tarea bien cabrona, intensa, llena de dolor y asombro. Llevo más de diez años viendo los rostros doloridos, el mismo sufrimiento de quienes buscan a sus seres ejecutados, la misma sonrisa del morro cuya mirada perdida a veces no sé si es de amargura o de intoxicación. Eso de reportear el narco es salir cada mañana a buscar una verdad para que sepan que los muertos están vivos en busca de sus difuntos. Y sí, aunque suene enredado es cierto, es buscar la sangre y las pisadas de las mujeres que perdieron a sus hijos, el grito y las manchas de cal de los padres con un balazo en la cabeza y las manos ateridas, amarradas, indefensas, parecen gritar “ya valió madres todo”.
“Ya no sé dónde buscarlo, ya no sé ni dónde esconderme a llorar para que no me vean mis hijos, y lo peor, ellos mismos me dicen que busque a su papá, que lo traiga de vuelta a la casa… y sí, lo extrañan, también ellos lloran y se quejan, puta madre, pero dónde lo busco, ya hasta los del ministerio me ven con cara de asco, les ha de hartar que pregunte y pregunte; en el semefo ya no me hablan, me miran en silencio y se meten a las fregaderas esas donde tienen a los muertos, y yo los sigo, ya ni me persigno, los mismos muertos, los mismos con hoyos en la panza y sus caras de ‘ya no me pude despedir’, tiesos me ven con sus heridas y sus ojos torcidos, pero ahí voy siempre, con la ilusión ¿ilusión? Bueno, ya sin ilusión de encontrarlo pero siempre con el pensamiento rabioso y con el miedo de que tal vez en el monte a donde me llevan a veces los policías a ver a los encostalados lo encuentre, o entre los arbustos, en el hocico de los perros, en la patrulla quemada, pero de verdad ya no sé, ya no sé…”
Recojo en este libro una serie de testimonios sobre seres humanos que han secado todas sus lágrimas y aún en la más miserable de las condiciones escarban en la tierra seca para encontrar a sus desaparecidos; hombres y mujeres que ya no sueñan, ni duermen, pues su vida es una pesadilla cotidiana; muchos dejaron sus casas, otros nunca las han tenido, a unos cuantos el hogar es una burla y sólo la noche y sus misterios les permite acomodarse para rezongar su llanto, su encabronamiento. Estas historias se repiten y se multiplican en este país mutilado, golpeado con fuerza por el crimen organizado. El pretexto es la droga, el delito por controlar la plaza de venta de estupefacientes o la intención de mostrar el rostro del más poderoso, del más chingón para mover coca o marihuana, pasando por encima de quien sea. Me han preguntado muchas veces si tengo miedo y he dicho que sí. Miedo y dolor. Miedo y desesperanza. Miedo y rabia.
“Que fuera en chinga con el narco, quesque él sabía, que le dijera, que juntara dinero, todo lo que pudiera, carajo, si ni pa’ tragar tengo, que le dijera al chile que lo soltaran y que le pagaba con un favor, que me hiciera el paro y quebraba a cualquier jijo de la chingada, que le dijera ‘ya ni joden, tú nos conoces, sabes que somos leña’ pero dicen que si me ven me agarran a chingazos y hasta me levantan, entonces acá me aguanto, agazapado en este lugar donde cada vez hay menos gente, todos se van, unos vivos y otros muertos, pero se largan de aquí, dejan sus pertenencias, puras pinches mugres de muebles y ropa que ni pa’ tapar cadáveres; pero aquí me aguanto, mentando madres pero no salgo, si lo matan pues ya qué hago, a veces pienso que de todas maneras aunque lo suelten ya está bien pinche muerto…”
Pero tengo que escribir lo que veo y lo que escucho, tengo que levantar la voz para que sepan que el narco es una plaga, un devorador que traga niños y mujeres, devora ilusiones y familias enteras. Tengo que decirlo, con miedo y coraje, indignación y tristeza. Somos muchos los reporteros que buscamos la nota en plena incertidumbre, que tenemos claro que algún día un balazo puede llegar antes que nosotros; somos muchos reporteros indignados por el silencio que quieren imponer, por las mentiras oficiales, pues a diario vemos a personas a las que arrancaron a punta de chingazos sus ilusiones, a mujeres con el beso ardiente de una granada en la boca, a jóvenes, casi niños, atascados de dolor y cocaína, vemos en las calles a sicarios y madres desesperadas, a comandos armados y padres de familia atascados en lodazales o encostalados a la orilla del mustio camino. Por eso tengo que escribir, tratar de rescatar la voz de tantas personas hundidas en la desesperación y una esperanza enferma.
“La verdad es que odio los espejos, los vidrios, los cristales de las patrullas… con estas pinches cicatrices qué chingaos, mi madre decía que era muy bonita y allá en el rancho cuando mi papá pisteaba hasta quedar dormido presumía a su florecita, ‘tan re chula’, decía, ‘namás mírenla’ y sí, dicen que era bonita, llenita y bonita, plantosona y muy chula, pero ya qué, tampoco recuerdo bien, no soy la única que dejan desfigurada, pos qué trapo viejo y escurrido, pinche rostro percudido que tengo, algunas quedan bien a pesar de los madrazos, algunas siguen bien bonitas a pesar del balazo o los putazos del cabrón que nos humilla, y eso a mí qué, acá estoy como pendeja encerrada, y ganar dinero, para qué, no quiero trabajar, no quiero planear nada, me dicen los doctores que tengo que reintegrarme a la sociedad, que busque una actividad, pero para qué, ya no quiero hacer nada, no quiero trabajar, no quiero, tenía mi novio y aunque sólo nos divertíamos decía quesque nos íbamos a casar, qué casar, puro coger y coger, él sólo soñaba con ser un narco de respeto, cuando me pasó esta chingadera vino a verme, se asustó y lloró conmigo, me abrazó muy fuerte y lloró, me abrazó hasta doler y lloró, después ya no volvió, pues sí, a qué chingaos regresaba, ni a llorar carajo, ni a llorar…”