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José Antonio Millán González - Perdón imposible: Guía para una puntuación más rica y consciente

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José Antonio Millán González Perdón imposible: Guía para una puntuación más rica y consciente

Perdón imposible: Guía para una puntuación más rica y consciente: resumen, descripción y anotación

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Una coma puede alterar el sentido. Un rey cambió una resolución: “Perdón imposible, que se cumpla su condena” por la clemencia: “Perdón, imposible que cumpla su condena”. La puntuación es clave en la escritura, pero no se rige por reglas fijas. Puede expresar muchos matices, pero hay que hacer bricolaje con un antiguo sistema de signos que cada escritor usa a su manera. Perdón imposible explora la puntuación en novelas, webs o libros de cocina, aclarando el funcionamiento del sistema más anárquico de la lengua. Resuelve dudas y curiosidades, y hace consciente al lector de las ricas posibilidades que se abren ante él. Perdón imposible es la guía amena y apasionante de un recurso esencial

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ÍNDICE
ENTRE PARÉNTESIS

Hay veces en que en una oración por lo demás completa se inserta un elemento. Se reconoce porque «aunque se quite no queda imperfecta la oración», como señalaba Jiménez Patón en 1614. La puntuación los señala sobre todo mediante paréntesis, pero también con otros medios...

Encontramos el grado más leve en ciertos tipos de aposición (que es un nombre que se añade a otro sin preposición): cuando se cita el apodo o el nombre de una persona. Veamos este ejemplo de la prensa:

El ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús Caldera, anunció ayer que su departamento ha resuelto [...]

Lo insertado entre comas podría suprimirse —«El ministro de Trabajo y Asuntos Sociales anunció ayer»— y la sintaxis de la oración no sufriría (aunque sí, lógicamente, la información que aporta).

Otro caso típico de inserción en el seno de una frase son los vocativos, esas llamadas a un interlocutor presente o ausente, como en el primer verso de esta cita de Machado:

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta.

Las oraciones de relativo llamadas explicativas son también incisos de este tipo. La puntuación —es decir: las pausas y la entonación— es lo que las distingue de las variantes especificativas, como este ejemplo del gran lingüista americano Andrés Bello:

Las señoras, que deseaban descansar, se retiraron.

Las señoras que deseaban descansar se retiraron.

La primera forma —explicativa— indica que todas las señoras se retiraron: en ella se puede suprimir la cláusula entre comas; la segunda dice que se retiraron sólo las señoras que deseaban descansar.

Con las oraciones explicativas nos encontramos al borde de la posibilidad de utilizar el más famoso de los recursos de puntuación que sirve para marcar inserciones: los paréntesis. Éstos se usan cuando la circunstancia que se quiere añadir es más lateral o alejada que la que requiere una coma. Por supuesto, ello es siempre opinable. La siguiente versión del penúltimo ejemplo sería perfectamente válida:

Las señoras (que deseaban descansar) se retiraron.

Los paréntesis son los primeros signos dobles que nos encontramos: deben aparecer siempre por parejas. Su misma forma recuerda dos manos curvadas que agarraran una porción de la frase, o tal vez una especie de recipiente: el mencionado maestro del XVII Jiménez Patón veía los dos signos, el de apertura y el de cierre, como formando parte de un mismo ente: «Paréntesis es un círculo grande, partido por medio, que abraza la razón inserta». Era un procedimiento ya en uso en los manuscritos, pero cuando se introdujeron en los primeros libros impresos (a finales del siglo XV ) en ocasiones tuvieron que dibujarlos a mano en la página, porque la imprenta no contaba con los signos. Su nombre viene del griego parenthesis , ‘poner al lado’.

El paréntesis de apertura —como todos los signos dobles: rayas, comillas, interrogación y exclamación— presenta un espacio antes pero no después, y el de cierre a la inversa. Una expresión entre paréntesis admite en su interior otros signos de puntuación (salvo el punto y aparte) y a su vez coexiste con la puntuación de la oración en la que se inserta. La siguiente entrada de un diccionario presenta un paréntesis y tras él vemos la coma que exige la inserción de otra oración: «basados...»:

Los juegos de estrategia (también llamados, afortunadamente con poco éxito, wargames ), basados casi siempre en conflictos bélicos reales, son una variedad de juego de mesa de sociedad que simula una confrontación militar.

Cuando hay otro signo tras el cierre del paréntesis, este no mantiene el espacio en blanco que suele tener detrás, sino que se pega a la coma, punto y coma, etc., que le sigue (lo acabamos de ver en el ejemplo anterior). ¿Y qué pasaría si a una coma en función parentética le debiera seguir otra? Pues que las dos se fusionarían en una. Veamos un ejemplo de la prensa:

Se trata de Jamal Ahmidan, El Chino , cuya entrega ha sido autorizada por la juez Teresa Palacios [...]

La segunda coma es la suma de dos. La prueba es que si se suprimiera el alias (o si se sustituyeran las comas por un paréntesis) debería permanecer la coma exigida por cuyo: «Se trata de Jamal Ahmidan, cuya [...]» y «Se trata de Jamal Ahmidan (El Chino), cuya [...]».

Las expresiones parentéticas tienen una curva melódica particular: la cláusula entre paréntesis tiene una elevación de tono al principio y una caída al final, pero toda ella se encuentra en un tono inferior al de la frase principal. Así representa un clásico manual de fonética una frase que contiene un paréntesis:

Las tierras del dominio público dice el decreto son de igual naturaleza que - photo 1

Las tierras del dominio público (dice el decreto) son de igual naturaleza que las del dominio privado.

En las últimas décadas (y quizá por influencia del inglés) está cundiendo la utilización de las rayas ( — ) en la función del paréntesis. Las rayas funcionan exactamente igual: enmarcando una inserción dentro de una oración, con la diferencia de que el signo de apertura es igual al de cierre. He aquí un ejemplo del cronista taurino Joaquín Vidal:

Curro —por éstas que es verdad— había matado a la primera. Curro —por éstas también— había hecho una faena larga, maciza, hermoseada mediante fugaces centelleos de inspiración.

La raya es más larga que el menos (llamado así porque se usa para indicar la operación aritmética), y a su vez éste es más largo que el guión de separación de palabra al final de línea (que veremos en el capítulo 16). En los teclados normales de ordenador, como antaño en los de máquina de escribir, no existe tecla para la raya, con lo que muchos usan dos guiones seguidos para representarla: «Curro --por éstas que es verdad-- había matado a la primera».

Por desgracia algunos de estos dobles guiones llegan intactos a un libro o revista, aunque normalmente el programa de procesamiento de textos —que en Word se controla desde el menú Herramientas/Autocorrección— los sustituye automáticamente por la raya. (Si uno quiere meter directamente una raya desde el teclado, puede hacerlo con Ctrl+Alt+guión del teclado numérico). En vez de las rayas tampoco queda mal en un texto utilizar el menos , que se consigue directamente con Ctrl+guión del teclado numérico.

Los diálogos son un caso especial del uso de la raya. Cada vez que habla un nuevo personaje hay que empezar párrafo y encabezarlo con una raya. Ésta no funciona como un signo doble, puesto que no se cierra. Sin embargo los comentarios del narrador que interrumpen el parlamento sí que se sitúan entre una apertura y un cierre de rayas, aunque si van al final sólo figura la apertura. Veamos todos estos casos en una novela de Juan José Millás:

—No sé a qué se refiere —dije al fin.

—Veamos —dijo cambiando de tema al tiempo que volvía a sentarse—, ¿ha preparado el informe que le pedí por teléfono?

—Sí —mentí.

—¿Es minucioso?

—Bastante.

Igual que ocurría con los paréntesis, las rayas respetan la puntuación necesaria para la frase en la que se insertan, que se pone siempre tras ellas (como la coma tras «sentarse—»). La aclaración final («—dije al fin.») es uno de los casos en que la raya se abre, pero no se cierra. Pero esto también podemos encontrarlo fuera de un diálogo: así le escribía Luis Cernuda a Jorge Guillén, proponiéndose para un pequeño puesto en una universidad:

Y no sabe usted con cuánto entusiasmo me lanzaría en tal trabajo; ello me alejaría de mí mismo y de mis tristezas —perdone la palabra.

Como la llegada del punto expresa bien a las claras que se ha cerrado el paréntesis, se aprovecha para descargar la oración de signos superfluos. Sin embargo, debe huirse de utilizar la raya en la función de punto y coma o dos puntos, calcada del inglés (lo veremos en el capítulo 15).

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