La invención de la imprenta fue una innovación espectacular que sacudió el mundo de arriba abajo, y los signos de puntuación desempeñaron un papel crucial en dicho proceso, ya que contribuyeron a que pudiésemos escribir y leer de manera efectiva, precisa y hermosa.
Cuentan que Victor Hugo, justo después de publicar Los miserables, envió un telegrama a su editor para saber cómo iban las ventas con un conciso «?», y que la respuesta fue un breve «!». Con los signos de puntuación, a veces sobran las palabras.
I NTRODUCCIÓN
Hubo una vez en que fuimos simios, y en esa época nuestro pasatiempo favorito era rascarnos la espalda los unos a los otros. A menudo, esta costumbre se debe a los parásitos o a la suciedad, pero los primates de algunos clanes pasan el 20 % de las horas del día rascándose la espalda entre sí. ¿Por qué lo hacen?
El psicólogo evolucionista Robin Dunbar encontró la respuesta: los simios no saben hablar, por lo que tienen que expresarse de otra forma. De ahí la importancia de ese gesto. Cuando un simio le rasca la espalda a otro le está diciendo: «Me gustas». El mono al que rasca se siente relajado y seguro, algo eufórico simplemente.
Los simios que no han evolucionado hasta convertirse en seres humanos siguen siendo monos. Si hubiesen sido capaces de hablar o escribir, habrían preguntado qué nos pasó a los que nos convertimos en seres humanos. ¿Cómo hemos podido avanzar más que ellos? Conocemos la respuesta: aprendimos a hablar. Fue un paso gigantesco. Más tarde, descubrimos que sería una buena idea anotar nuestros pensamientos, opiniones, ideas, observaciones, reflexiones, exclamaciones y preguntas. Entonces el progreso fue aún mayor.
Los pobres monos siguen subidos a los árboles rascándose la espalda los unos a los otros para decirse «me gustas», mientras que el lenguaje escrito ha sido un motor poderoso para la evolución humana. La palabra escrita se perfeccionó definitivamente hace quinientos años, cuando la puntuación empezó a formar parte del sistema y se estandarizó. Su fin no fue complicar más la escritura, sino facilitar la lectura. Actualmente, los signos de puntuación siguen garantizando el funcionamiento efectivo de la palabra.
Cabe preguntarse, sin embargo, si no estaremos retrocediendo en nuestra manera de comunicarnos a como lo hacen los simios. Los emojis se están adueñando de la comunicación escrita. ¿Qué hacemos para expresar amistad? Nos limitamos a menudo a enviar un .
A los puritanos meticulosos con cajas llenas de bolígrafos rojos les disgustan los cambios que ha experimentado el lenguaje desde que ellos dejaron el colegio. El libro que tienes en tus manos toma como punto de partida la perspectiva de que el lenguaje cambia inevitablemente, y que estos cambios también afectan al lenguaje escrito. Usamos palabras diferentes, adquirimos nuevo vocabulario, combinamos las palabras de las oraciones de maneras distintas y modificamos la puntuación. Así mismo, se usa el lenguaje en nuevos canales, en nuevos contextos y en nuevos géneros. Por consiguiente, el lenguaje es un organismo vivo que se adapta a su tiempo y surge mientras hablamos y escribimos.
Así son las cosas: las mentes brillantes han contribuido a la creación de unas formas de escribir que aseguran que lo que escribimos se entienda rápidamente, de manera eficaz y correcta para los lectores. El punto final, la coma, el signo de exclamación o el de interrogación son ejemplos de este tipo de ayuda lingüística. La manera en que estos signos se usan también se modifica a lo largo de los siglos, pero no existen motivos para rechazar los principios básicos de una puntuación que ha convertido la escritura en un medio de comunicación superior durante cinco siglos.
A lo largo de estas páginas hablaremos de un aspecto de la historia cultural europea novedoso y poco tratado en los libros de divulgación. ¡Bienvenidos a este viaje por la historia de los signos de puntuación!
B ÅRD B ORCH M ICHALSEN
Harstad, junio de 2019
P RIMERA PARTE
1494: «CONSUMADO ES»
A NTES DE LA ESCRITURA
Los humanos nos las apañábamos bastante bien sin escribir y sin hablar, pero, como todos sabemos, una vez que nos acostumbramos a algo que experimentamos como una mejora o un alivio, como un gran avance, nos resistimos a que nos lo quiten. ¿Serías capaz de vivir sin teléfono inteligente, sin váter y sin electricidad? Pues lo mismo ocurrió con el lenguaje.
Lo primero no fue la palabra, pero cuando el ser humano comenzó a utilizar la boca para algo más que para comer y morder, descubrió las grandes ventajas que implicaba esta novedad. Nos permitía avisar de los peligros, contar historias y chismes sobre las aventurillas del vecino en una tribu desconocida e incluso debatir sobre cómo organizar la cacería del día siguiente.