A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
© Editorial De Vecchi, S. A. 2020
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Introducción
El arte de las sombras hunde sus raíces en el pasado más remoto. Se remonta sin duda a los albores de la civilización, no sólo porque proyectar la sombra de un objeto cualquiera es la forma más sencilla de obtener una imagen, aunque limitada a su silueta, sino sobre todo porque la sombra siempre ha sido vista como una criatura independiente del objeto que la produce, por lo que podía actuar con cierta autonomía.
Las culturas primitivas atribuyen a la sombra del hombre una vida e identidad sólo parcialmente supeditadas a quien la proyecta (piénsese en el tabú de pisar o profanar la sombra de reyes y sacerdotes, o en el robo de la sombra por parte de fuerzas malignas dirigidas por brujas y chamanes). Asimismo, estos mismos temas vuelven a aparecer en la cultura popular europea a través de leyendas y creencias que atribuyen a la sombra el protagonismo de vicisitudes completamente independientes del cuerpo u objeto al que debería estar ligada de forma indisociable. Según estas tradiciones, por tanto, la sombra es una entidad autónoma dotada de una identidad propia. Precisamente de esta creencia se deriva el más antiguo y elemental de los espectáculos: el que se funda en la habilidad gestual de las manos, que modifican su postura de forma estudiada.
Basta con una simple articulación de los dedos o el uso accesorio de un elemento extraño (un trozo de papel recortado y decorado, un palito, etc.) y resulta que nuestras manos se convierten en animales, monstruos, personajes fantásticos y reales, listos para recitar su texto o dar cuerpo a nuestras fabulaciones.
La atención del espectador está concentrada en las paredes o, con menor frecuencia, en las telas donde se desarrolla la representación. La figura del animador desaparece, como ocurre con la del titiritero en los teatrillos de marionetas.
La virtualidad teatral de las sombra ha sido objeto, especialmente durante el siglo XIX , de una amplia serie de estudios teóricos y prácticos, en los que concibieron e ilustraron centenares de posibilidades creativas, de personajes y de temas, tan variables como efímeros.
Debemos advertir que, respecto a las sombras chinescas más elaboradas, el uso de las manos se coloca, desde el punto de vista óptico, a un nivel superior y no inferior. De hecho, se trata de obtener imágenes bidimensionales a partir de cuerpos tridimensionales; por tanto, hay que saber aprovechar la mínima posibilidad de proyección, lo que no es poca cosa.
La preparación del escenario
No es casual que la representación de sombras esté considerada como el espectáculo más sencillo, económico y familiar. De hecho, no se necesita gran cosa para dar vida a la más mágica de las representaciones: una pared blanca, una habitación en semipenumbra y una fuente de luz cualquiera, siempre que sea unidireccional. De hecho, colocar las manos en una actitud premeditada entre el haz de luz y la pared es casi un gesto instintivo.
Sin embargo, hay más de una forma de administrar nuestras sombras, confiriéndoles una auténtica dignidad artística.
La pantalla
La superficie de una pared nos parece demasiado comprometida: limita el espacio y obliga a adoptar una postura forzada tanto al operador como al público. Además —y esto es algo que no debe descuidarse—, el operador debe colocarse cerca del escenario de manera que se expone a la vista de todos y el engaño queda al descubierto, incluso para los más pequeños.
No hay misterio que carezca de su alma oculta: la voz del narrador, que puede ser el mismo animador de los espectáculos de sombras, y todos los acompañamientos sonoros acaban pareciendo inevitablemente lejanos, separados de las figuras. La atmósfera se ve irremediablemente comprometida.
Sin duda, el mejor método para representar las sombras es, por tanto, recurrir a una pantalla móvil: se trata de un auténtico teatrillo, con una retroscena plana y translúcida detrás del cual evolucionan los distintos personajes que, de este modo, queda oculta a los ojos de todos. No es en absoluto difícil de montar: en las versiones más rudimentarias, bastará con colocar un marco de gran tamaño sobre una mesa, habilitarle dos montantes y revestirlo de tela blanca. En otros casos, y en función de la habilidad constructiva de cada cual, podemos fabricar un tipo de pantalla que sea capaz de responder a cualquier exigencia técnica.
De todos modos, de cara a espectáculos de mayor envergadura es conveniente estudiar con atención el lugar en el que se desea realizar la función.
Pantalla de montantes: el marco está formado por dos palos sencillos fijados entre dos montantes
De hecho, tendremos que elegir cuáles son las paredes más adecuadas para nuestro propósito: puede tratarse de las de un recibidor, las de un pasillo con el fondo ciego, las del patio comunitario o cualquier otro lugar.
Lo importante es que en el lugar elegido se pueda montar una pequeña estructura sin molestar a nadie. Para realizar el teatrillo más sencillo, se necesitan, por lo general:
— hojas de cartulina;
— listones de madera de distintas longitudes, de 5 mm de grosor como mínimo y de unos 2 cm de ancho;
— unas hojas de papel de dibujo;
— tela blanca u hojas de papel vegetal opaco muy gruesas;
— clavos;
— martillo;
— tijeras;
— cordel;
— papel adhesivo.
Por último, se necesita una buena dosis de voluntad, puesto que sin ella no hay nada que hacer.
Nos haremos con una mesa o con una silla grande. Si no nos resulta posible, se puede recurrir a dos cajas idénticas que uniremos y forraremos con una hoja grande de cartulina, para ocultar a la vista el soporte improvisado.
Levantaremos sobre la parte posterior de nuestro soporte (con independencia de su origen) una estructura rectangular, formada por listones de madera clavados, pegados o atados.
Extenderemos la tela o el papel vegetal sobre la parte anterior del armazón; por último, le daremos la forma de teatro propiamente dicha a nuestra estructura. Veamos cómo se hace.