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Peter Stanford - 50 cosas que hay que saber sobre religión

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Peter Stanford 50 cosas que hay que saber sobre religión
  • Libro:
    50 cosas que hay que saber sobre religión
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2010
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50 cosas que hay que saber sobre religión: resumen, descripción y anotación

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Entender la religión y su papel en el mundo nunca ha sido tan necesario como en la actualidad. Las creencias de dos mil millones de cristianos, mil millones doscientos mil musulmanes, ochocientos millones de hindúes y setecientos millones de creyentes de otras religiones, sirven para entender aspectos como la paz y la guerra, la ética, la política, la reproducción, la familia y las estructuras sociales de las distintas civilizaciones y continentes. 50 ideas que hay que saber sobre religión pretende disipar la confusión que suele acompañar a las ideas sobre la religión y abordar sus principales aspectos.

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Hago constar aquí mi agradecimiento al editor de Quercus, Slav Todorov, y a sus colegas, así como a mi agente, Derek Johns. También a mi familia (Siobhan, Kit y Orla), que me ha escuchado pacientemente y compartido conmigo una mirada comprometida sobre los detalles de este gran, aunque espero que no grandilocuente, viaje.

Un agujero en forma de Dios

Se suele atribuir al filósofo francés del siglo XVII Blaise Pascal la frase «un agujero en forma de Dios» con la que habría descrito el vacío espiritual que albergan y anhelan llenar todos los seres humanos. El concepto, sin embargo, es mucho más antiguo, se remonta hasta los orígenes de la vida en nuestro planeta: son muchos los autores que consideran que el afán religioso, la necesidad interior de encontrar un sentido más profundo a la existencia, coincide con el origen de la especie humana.

Naturalmente los creyentes religiosos sinceros consideran que Dios estaba primero, y que él creó a los hombres y a las mujeres que poblaron la Tierra. «En el principio ya existía la palabra, y la palabra estaba junto a Dios y era Dios», es el comienzo del Evangelio de san Juan en el Nuevo Testamento, mientras que los Upanishad, los textos sagrados del hinduismo, dicen que Hiranyagarbha, o el embrión dorado, albergaba los orígenes del universo, y de Brahma, el dios de la creación hindú.

« Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti ».

San Agustín, 354-430

Otros, en cambio, consideran que el proceso fue exactamente inverso. Pero aunque ha habido muchas teorías acerca del origen de la religión, todas ellas coinciden en que los seres humanos siempre han creado dioses: cuando el primer hombre y la primera mujer descubrieron cuán azarosa era su suerte —la enfermedad y el sufrimiento eran tan probables como la alegría y la salud— buscaron y encontraron una explicación para esos inexplicables avatares de la fortuna: los atribuyeron a la intervención de una remota divinidad.

El origen de la idea de Dios como constructor humano se sitúa 14 000 años a. C. en Oriente Medio. Allí, los historiadores y los arqueólogos han encontrado evidencias de que se singularizó y adoró como dioses con características humanas a fuerzas de la naturaleza como el sol, el viento o las estrellas, así como también a entidades o espíritus que se creía que vivían en el paisaje, menos tangibles pero no obstante igualmente poderosas.

El origen de la idea de Dios

Muchos historiadores y teólogos han intentado demostrar que el concepto de Dios se origina en la mente humana. Uno de los autores más influyentes fue el antropólogo, etnólogo y sacerdote católico alemán Wilhelm Schmidt (1868-1954) quien, en 1912, publicó su obra en doce volúmenes titulada El origen de la idea de Dios. Su teoría del «monoteísmo primitivo» sostenía que en los albores de la humanidad, el ser humano creó a un benevolente Dios creador, al que solía aludirse como el «dios Cielo», pues se pensaba que moraba sobre la Tierra, en una región que terminó conociéndose como el cielo. Este Dios brindaba una explicación para algunas de las cosas, tanto buenas como malas, que ocurrían en la Tierra y resultaban inexplicables. Pero era tan ajeno a los dilemas de la existencia humana que parecía absurdo darse una imagen de él, o adorarlo mediante ritos oficiados por hombres o mujeres sagrados. Esta sensación de distancia hizo que los seres humanos prefirieran divinidades más próximas, creadas a su imagen y semejanza. Según Schmidt, el culto al dios Cielo subsistió sólo en algunos pueblos aislados, como algunas tribus africanas y latinoamericanas, y entre los aborígenes de Australia.

La siguiente etapa en este proceso se produjo entre los siglos 800 y 300 a. C., en el período que los historiadores denominan era axial. Durante este período, la busca del sentido de la vida giró en torno a figuras como Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, todos los cuales compartían la idea de que la vida tiene una dimensión transcendente o espiritual, a la que ellos intentaban dar forma por primera vez. La noción primitiva de una divinidad era cada vez más precisa y elaborada.

Los intentos de definir la soberanía divina desembocaron finalmente en las diversas confesiones y fes que integran el mundo religioso actual. Todas las religiones siguen compartiendo el fundamento de orientar el comportamiento ético y la preocupación por cómo deberían relacionarse entre sí los individuos; pero difieren en las explicaciones o, dicho de otro modo, difieren en lo que, sin demasiado rigor, puede calificarse de doctrina. Por ejemplo, el cristianismo, el judaísmo y el islamismo son religiones monoteístas, lo cual significa que las tres creen en un único Dios todopoderoso. En cambio, el hinduismo y otras fes orientales tienen un panteón de dioses.

« Si lo conociera, sería Él ».

Rabino Yosef Albo, 1380-1445

Figuras imprecisas. Con la era axial llegó la escritura de los libros sagrados a las distintas tradiciones religiosas, así como el consiguiente auge de los estudios religiosos, y el establecimiento de códigos de comportamiento que guiaran la vida de los miembros de una determinada confesión. Pero hasta hoy, en la mayoría de confesiones la naturaleza exacta de la divinidad sigue resultando imprecisa. En ocasiones la imprecisión es deliberada, como en el taoísmo y en el confucionismo, y contribuye a poner el énfasis en la importancia de llevar una vida ética acorde con la fe, en vez de fomentar la especulación teológica. Por lo demás, la idea de que la divinidad se encuentra más allá del lenguaje convencional es común a todas las religiones. El Catecismo de la Iglesia Católica, un resumen popular de estas reglas y creencias esenciales de la confesión, muy usado hasta 1960, consiste en una serie de preguntas y respuestas. A la pregunta «¿Qué es Dios?», se responde de un modo oscuro: «Dios es el Espíritu Supremo, que existe por sí mismo y es infinito en todas sus perfecciones».

Cualquier definición de lo divino se sume en las abstracciones y en los tabúes. Los judíos tienen prohibido pronunciar el nombre sagrado de Dios, y los musulmanes no pueden servirse de las imágenes para representar a la divinidad. Y aun así, este profundo misterio sólo parece acrecentar el atractivo de la religión, que es un modo de introducir orden en un mundo que sin ella resultaría imprevisible.

Las metamorfosis de la divinidad Las necesidades y los anhelos humanos han cambiado a medida que el mundo se transformaba, y siguen cambiando a medida que surgen nuevos desafíos para el planeta y su población. Los conceptos de lo divino también evolucionan y cambian, aunque casi todas las religiones prefieran no reconocerlo y se pretendan inamovibles tanto en la esencia de su fe como en las reglas en torno a las cuales se organizan las prácticas de sus instituciones.

De modo que la idea de la divinidad sigue siendo considerablemente flexible, y para algunos autores es precisamente esta flexibilidad la que ha permitido al concepto sobrevivir durante tanto tiempo. Esta posibilidad parece insinuar un cierto grado de cálculo por parte de las autoridades religiosas: supuestamente habrían adecuado su representación a las necesidades de cada época. No obstante, todas las fes abordan explícitamente la idea de que Dios es en última instancia incognoscible, lo cual parece indicar que el afán de conocer a Dios, o a los dioses, se debe precisamente a que buscamos (y, con suerte, encontramos) el valor y el sentido de la vida.

¿Estamos diseñados para creer en Dios?

Recientemente algunos científicos han investigado para demostrar que el cerebro humano está predispuesto o diseñado para creer en Dios. De acuerdo con investigadores de la Universidad de Bristol, los seres humanos están programados para creer en Dios porque ello les proporciona mayores oportunidades de supervivencia. En un estudio sobre el desarrollo del cerebro infantil de 2009, Bruce Hood, profesor de psicología evolutiva, sugirió que los individuos con inclinaciones religiosas empezaban a beneficiarse de sus creencias durante el proceso de desarrollo, posiblemente mediante el trabajo en grupo, asegurando el futuro de sus comunidades. En consecuencia, las «creencias sobrenaturales» se incorporan al diseño de nuestro cerebro desde el nacimiento, haciéndonos receptivos a los principios de las distintas religiones. Las investigaciones del profesor Hood muestran que «los niños tienen una forma natural, intuitiva, de razonar que lleva a todas las criaturas a elaborar creencias sobrenaturales sobre cómo funciona el mundo. A medida que crecen, los individuos elaboran estas creencias de forma racional, pero la tendencia a las creencias sobrenaturales ilógicas subsiste en forma de religión». Estas conclusiones coinciden con otros hallazgos, especialmente con los de un grupo de investigadores del Centro para la Ciencia de la Mente, en la Universidad de Oxford, que se publicaron en 2008: se han descubierto evidencias que permiten vincular los sentimientos religiosos con partes específicas del cerebro. Por ejemplo, los creyentes católicos a los que se les enseñaba una imagen de la Virgen María sentían menos dolor cuando se les sometía a una descarga eléctrica que los no creyentes, porque experimentaban un mayor grado de alivio en la zona derecha de la corteza prefrontral ventrolateral del cerebro.

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