Traducción de Romer Cornejo y Liljana Arsovska
Para mis familiares,
mi amor y la Universidad Fudan
I Al encuentro de mi amor
Dora dice: "¡Ten hijos!"
Mamá y Betsy dicen: "Haz una obra de caridad,
ayuda al necesitado y al incapacitado
o dedica un tiempo a la ecología".
Sí, hay un mundo de causas nobles
y encantadores paisajes por descubrir,
pero lo único que quiero en este instante
es… encontrar otro amante.
Joni Mitchell
Me llamo Nike, pero mis amigos me dicen Cocó (como Cocó Chanel, esa famosa señora francesa que murió a los noventa años, mi ídolo número dos, el número uno es Henry Miller, naturalmente). Cada mañana al despertar pienso en qué cosa extraordinaria hacer para llamar la atención de la gente, me imagino el día en que me elevaré por el cielo de la ciudad estallando en un espléndido ramillete pirotécnico; ése es el único ideal de mi vida, mi única razón para existir.
Esto tiene mucho que ver con el hecho de vivir en Shangai. Inmersa todo el día en una bruma espesa y en medio de chismes aplastantes, arrastrando un sentido de superioridad que proviene de los tiempos gloriosos de la ciudad. Ese sentido de superioridad me excita a mí, a esta chica sensible y altanera, que siente placer y rechazo por esta gran urbe.
Como sea, apenas tenía veinticinco años, hacía un año había publicado una colección de cuentos que no me reportó mucho dinero pero sí algo de fama (algunos hombres me enviaron cartas y fotos provocativas), y hacía tres meses que había renunciado al puesto de periodista en una revista y estaba trabajando como moza, de minifalda, en una cafetería llamada Lüdi.
Había un cliente joven y muy apuesto que iba frecuentemente al Lüdi, tomaba café mientras leía casi todo el día. Me encantaba observar sus expresiones y sus movimientos, parecía saber que yo lo observaba pero no decía nada.
Un día me dio una nota en la que decía "Te amo", con su nombre y su dirección. Ese muchacho, un año más joven que yo, Conejo en el horóscopo, me embrujó con su belleza indefinida que venía de su hastío de la vida, de su sed de amor.
Aparentemente éramos dos personas muy diferentes. Yo era explosiva, llena de vida, el mundo para mí es una fruta madura, que espera ser mordida en cualquier momento. Él era taciturno, de pocas palabras, angustiado y sensible, para él la vida era como un pastel cubierto de arsénico, cada bocado lo envenenaba un poco más. Pero estas diferencias sólo aumentaban la atracción mutua, igual que el polo sur y el polo norte que jamás se pueden separar. De inmediato nos enamoramos perdidamente.
Poco después de conocernos me confesó un secreto familiar. Su mamá vivía en un pequeño pueblo de España, con un lugareño con el cual tenía un restaurante chino. Con eso se habían hecho ricos vendiendo langosta y sopa de ravioles.
Su papá había muerto hacía un tiempo, no había pasado un mes de haber llegado a España para visitar a su esposa cuando repentinamente murió. El acta de defunción decía "infarto de miocardio". Las cenizas del difunto regresaron en un avión McDonnell, él aún recordaba a su abuela, diminuta, en aquel día soleado, llorando sin parar, con las lágrimas corriéndole por la cara, empapada como un trapo húmedo.
– Mi abuela decidió que era un asesinato, mi padre jamás había tenido problemas cardíacos, mi madre lo mató, la abuela decía que mi madre tenía otro hombre allá, con el cual planeó asesinar a mi padre. -Tiantian mirándome de una manera extraña dijo: -¿Qué crees tú? Yo hasta hoy no entiendo nada, tal vez sea cierto. Pero mi madre cada año me manda bastante dinero, es con lo que vivo.
Me miraba tranquilo. Esa historia extraña me atrapó de inmediato. Ya de por sí soy una chica que se conmueve fácilmente ante la tragedia o la intriga. Desde la época en que estudiaba en el departamento de chino de la Universidad Fudan había decidido firmemente ser una escritora de novelas estremecedoras. El mal agüero, la intriga, las llagas, los puñales, la lujuria, el veneno, la locura, el brillo de la luna, eran temas sobre los que me documentaba muy bien. Con suavidad y ternura miré su cara, bella y delicada, y entendí de dónde le venía esa extraña depresión.
– La sombra de la muerte se hace cada vez más densa con el paso del tiempo, entre tu vida actual y los sucesos del pasado por siempre habrá sólo un cristal transparente.
Sus ojos se humedecieron al escuchar mis palabras, se apretaba una mano contra la otra.
– Pero te encontré a ti, decidí confiar en ti, estar contigo -dijo-. No quiero que sientas sólo curiosidad por mí, ni tampoco que me dejes enseguida.
Me mudé a la casa de Tiantian, en el lado oeste de la ciudad, era un departamento enorme de tres dormitorios. Estaba amueblado de manera sencilla pero confortable, pegado a la pared había un sillón comprado en IKEA, también había un piano Strauss, y arriba del piano estaba colgado su autorretrato, su cabeza parecía recién sacada del agua. Pero a decir verdad, no me gustaba el barrio en el que estaba el departamento.
Casi todas las calles estaban llenas de baches, a los lados había muchas casuchas horribles, anuncios espantosos y montones de basura apestosa, además había una cabina telefónica que en tiempos de lluvia se inundaba como el Titanic. Desde la ventana no se veía ni un sólo árbol verde, ni una mujer hermosa u hombre apuesto, no se veía cielo limpio y así parecía que no se vislumbraba el futuro.
Tiantian solía decir que el futuro era una trampa cavada en el medio del cerebro.
Cuando murió su padre se sumió en una especie de mutismo y en primero de secundaria abandonó la escuela. La soledad en la que había crecido lo había convertido en un nihilista y por su baja inmunidad ante el mundo exterior pasaba la mayor parte del día en la cama. Allí leía, veía videos, fumaba, y meditaba sobre la vida y la muerte, sobre el alma y el cuerpo, hablaba constantemente por teléfono, jugaba juegos en la computadora o dormía. El resto del tiempo lo ocupaba en pintar, pasear conmigo, comer, ir de compras, ir a las librerías y locales de música, estar en los cafés, ir al Banco, y cuando necesitaba dinero iba al correo y le enviaba a su madre un hermoso sobre azul.
Visitaba pocas veces a su abuela. Cuando él se fue de la casa de ella, aquello ya parecía una pesadilla, apestaba. La abuela deliraba obsesionada por el asesinato en España, recababa evidencias, su corazón estaba desecho, la cara lívida, su alma se había perdido pero ella no moría, y hasta la fecha vive furiosa en la vieja casa estilo occidental en el centro de la ciudad, maldiciendo a su nuera y al destino.
Sábado. Día espléndido, temperatura perfecta. Me desperté a las ocho y media en punto de la mañana; Tiantian, acostado a mi lado, también abrió los ojos. Nos miramos un momento y luego empezamos a besarnos lentamente. Los besos de la mañana son húmedos y resbalosos como peces que nadan en el agua. Ésta era nuestra tarea de todos los días y también el único contacto sexual entre Tiantian y yo.
Él tenía un gran obstáculo en el plano sexual. No sé si eso era una consecuencia psicológica de la tragedia que vivió. Recuerdo que cuando por primera vez lo abracé en la cama y descubrí su problema, me decepcioné terriblemente y hasta dudé de poder seguir con él. Desde la universidad yo había asumido un tipo de "teoría de la sexualidad", en la que el sexo era una necesidad básica en la vida, aunque ahora la he corregido un poco.
Él no me pudo penetrar; pensativo, me miraba sin hablar, su cuerpo empapado en sudor frío, era la primera vez en más de veinte años que se enfrentaba al sexo opuesto.
En el mundo de los hombres la capacidad sexual tiene casi la misma importancia que la vida, cualquier defecto en ese aspecto es un sufrimiento difícil de soportar. Lloró, yo también lloré. Toda la noche nos besamos, nos amamos, nos susurramos. Pronto me enamoré de sus besos dulces, del suave consuelo de sus abrazos. Sus besos en la punta de la lengua se derretían como helado. Con él supe por primera vez que los besos tienen alma, que tenían color.
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