En esta miscelánea kafkiana, precedida de unas reflexiones doctrinales sobre la escritura contemporánea, tenemos el desarrollo de algunas constantes relativas al escritor pragués.
Un hombre que, para huir de la prohibición paterna («no me heredarás, no tengo herederos») ensaya la escritura como salvación, para terminar aceptando, judaicamente, que no hay salvación y que la escritura sólo es posible como exclusión voluntaria de la vida, enclaustramiento, renuncia y habitación en el sótano. Para acreditar sus recorridos kafkianos, Blanchot apela a todo tipo de textos: ficciones, diario, correspondencia, testimonios de terceros.
El suyo es un rastreo biográfico por la vida de un hombre sin vida, cuya carencia vital es la cifra de su creatividad como escritor. Kafka acredita que la renuncia no es sosiego, pues la inmersión en el lenguaje es promesa de lo cierto y realidad de un laberíntico transcurso por los brillos y desalientos del significante, es decir de la palabra que nunca es Palabra. El nombre que el padre le ha negado, él lo convierte en tachado y lo rellena con una escritura en que se denuncia la oscuridad de la Ley y la imposibilidad, fatal, de la identidad.
Un drama que Kafka trata en espacios mudados, sombríos, donde hay refugio y también hay pequeños monstruos domésticos. Fantasmas y cucarachas deambulan por la ausencia de Dios, en esa noche heideggeriana tan magistralmente explorada por Blanchot como lugar de las iluminaciones nocturnas en el espacio literario.
Maurice Blanchot
De Kafka a Kafka
ePub r1.0
Primo y Murasaki 02.10.15
Título original: De Kafka à Kafka
Maurice Blanchot, 1981
Traducción: Jorge Ferreiro
Editor digital: Primo y Murasaki
ePub base r1.2
Lo que Kafka nos da, don que no recibimos, es una suerte de combate de la literatura por la literatura, combate cuya finalidad, se nos escapa y que al mismo tiempo es tan distinto de lo que conocemos por ese nombre o por otros, que lo desconocido mismo no basta para hacérnoslo sensible, ya que nos resulta tan familiar como extraño…
La escritura del desastre
MAURICE BLANCHOT(Quain, cerca de Devrouze, Saona y Loira, 22 de septiembre de 1907 – Le Mesnil-Saint-Denis, Yvelines, 20 de febrero de 2003). Novelista y crítico literario que nació en 1907. Su vida está enteramente consagrada a la literatura y al silencio que le es propio. Estas dos escuetas frases han acompañado durante años las ediciones francesas de algunos de los libros de Blanchot. Se podría añadir ahora la fecha de su muerte: febrero de 2003. Nacido en Quain, una grave enfermedad sufrida al final de la adolescencia le dejará secuelas para el resto de sus días y acaso marcará su carácter frugal y retirado. En la Universidad de Estrasburgo leerá a Husserl y a Heidegger en compañía de Emmanuel Levinas, a quien desde entonces le unirá una íntima amistad. Vinculado durante su juventud a publicaciones ultranacionalistas de derechas, donde verán la luz algunos de sus primeros artículos, conoce en 1940 a Georges Bataille, con quien compartirá «el reconocimiento de una común extrañeza» y cuya influencia será decisiva para el decurso futuro de su obra y su orientación política radical de izquierdas. Al tiempo de la publicación de sus primeros relatos y novelas (Thomas el Oscuro, Aminadab), a finales de los años cuarenta, Blanchot inicia una intensa actividad como crítico literario, textos que irá reuniendo en sucesivos volúmenes: Falsos pasos (1943), La parte del fuego (1949), Lautréamont y Sade (1949), El espacio literario (1955)-que ya es todo un clásico de la teoría literaria—, El libro por venir (1959), El diálogo inconcluso (1969) y La amistad (1973). En 1981 escribe De Kafka a Kafka, un ensayo de gran alcance que ahonda en torno a cuestiones universales como la muerte, con el sello personal del autor checo. Se trata de una escritura en la que Blanchot cuestiona permanentemente la posibilidad de la literatura, del escritor y de la obra, en una reflexión atravesada por las nociones de lo neutro, la soledad y la «desobra». A ésta consagrará uno de sus últimos escritos, La comunidad inconfesable (1983), en el que se muestra la convergencia de su pensamiento literario y político.
Notas
Capítulo 1
[1] En este planteamiento, Hegel considera la obra humana en general. Quedo entendido que las observaciones siguientes se hallan muy lejos del texto de La fenomenología y no pretenden esclarecerlo. Esta se puede leer en la traducción de La fenomenología que publicó Jean Hyppolite y seguir en su importante libro: Genèse et structure de la Phénoménologie de l’eprit de Hegel.
[2] Esta interpretación de Hegel es expuesta por Alexandre Koyéve en Introduction á la lecture de Hegel (lecciones sobre La fenomenología del Espíritu, reunidas y publicadas por Raymond Queneau).
[3] Ensayos reunidos con el Système de 1803-1804 . En Introduction à la lecture de Hegel, interpretando un pasaje de La fenomenología, Alexandre Kojève demuestra de una manera admirable que, para Hegel, la comprensión equivale a un crimen.
[4] En su libro De l’existence à l’existant , Enmmanuel Levinas arroja «luz», con el nombre de Il y a, sobre esa corriente anónima e impersonal del ser que precede a todo ser, el ser que ya está presente en la desaparición, que, en el fondo de la aniquilación aún vuelve al ser como fatalidad del ser, la nada como existencia: cuando no hay nada, hay ser. Véase también Deucalion I.
[5] «¿No es la angustia ante el ser el horror por el ser» —escribe Levinas— tan original como la angustia ante la muerte? ¿El miedo de ser tan original como el miedo por el ser? Incluso más original, pues ésta podría explicarse por aquélla». (De l’existence à l’existant .)
I. LA LITERATURA
Y EL DERECHO A LA MUERTE
CON toda seguridad se puede escribir sin preguntarse por qué se escribe. ¿Acaso un escritor, que mira su pluma trazar letras, tiene el derecho de suspenderla para decirle: detente?, ¿qué sabes de ti misma?, ¿con vistas a qué avanzas?, ¿por qué no ves que tu tinta no deja huella, que vas en libertad hacia adelante, pero en el vacío, que si no encuentras obstáculo es porque nunca dejaste tu punto de partida? Y sin embargo escribes: escribes sin reposo, descubriéndome lo que te dicto y revelándome lo que sé; leyendo, los demás te enriquecen con lo que te toman y te dan lo que les enseñas. Ahora has hecho lo que no has hecho; lo que no has escrito, escrito está: estás condenada a lo imborrable.
Admitamos que la literatura empieza en el momento en que la literatura es pregunta. Ésta pregunta no se confunde con las dudas o los escrúpulos del escritor. Si éste llega a interrogarse escribiendo, asunto suyo; que esté absorto en lo que escribe e indiferente a la posibilidad de escribirlo, que incluso no piense en nada, está en su derecho y así es feliz. Pero queda esto: una vez escrita, está presente en esa página la pregunta que, tal vez sin que lo sepa, no ha dejado de plantearse al escritor cuando escribía; y ahora, en la obra, aguardando la cercanía de un lector —de cualquier lector, profundo o vano— reposa en silencio la misma interrogación, dirigida al lenguaje tras el hombre que escribe y lee, por el lenguaje hecho literatura.