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Blaise Pascal - Pensamientos Tomo II

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Blaise Pascal Pensamientos Tomo II
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    Pensamientos Tomo II
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Pensamientos Tomo II: resumen, descripción y anotación

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Datos del libro
Título Original: Pensées
Autor: Pascal, Blaise
ISBN: 9788420658247
Generado con: QualityEbook v0.62
P E N S A M I E N T O S
P A S C A L
TOMO - II
Ediciones elaleph.com
2001 - Copyright www.elaleph.com
Todos los Derechos Reservados
INDICE
P E N S A M I E N T O S. 1
TOMO - II 1
Indicaciones Tipográficas. 2
Sección VII 3
Sección VIII 63
Sección IX.. 80
Sección X.. 107
Sección XI 132
Indicaciones Tipográficas
C IFRA del medio: orden de la presente edición (Brunschvicg).
Cifra de la izquierda: número de la página del manuscrito en la que se encuentra el fragmento (salvo otra indicación).
Un tilde (') junto a ese número: el fragmento no está escrito por la mano de Pascal.
Dos tildes (") junto a ese número: el fragmento contiene correcciones o agregados autográficos.
Entre barras / ... /: pasajes tachados por Pascal.
Entre barras y subrayadas palabras agregadas o rectificadas por Pascal.
Sección VII
377)
Segunda parte. Que el hombre, sin la fe, no puede conocer ni el verdadero bien ni la justicia. - Todos los hombres pretenden ser felices; esto no tiene excepción; cualesquiera sean los medios que emplean para conseguirlo, todos tienden a ese fin a. Unos van a la guerra y los otros no, a causa de ese mismo deseo, que existe en ambos, acompañado de distintas consideraciones. Todo paso de la voluntad, por mínimo que sea, sólo tiende hacia ese objetivo b. Es el motivo de todas las acciones de todos los hombres, aun de los que van a colgarse.
Y sin embargo, después de tantos años, nadie ha llegado nunca, sin la fe, a ese punto que todos persiguen continuamente. Todos se quejan: príncipes, súbditos; nobles, plebeyos; viejos, jóvenes; fuertes, débiles; sabios, ignorantes; sanos, enfermos; de todos los países, de todos los tiempos, de todas las edades y de todas las condiciones.
Prueba tan larga, tan continua y tan uniforme debiera convencernos totalmente de nuestra impotencia para llegar al bien mediante nuestros esfuerzos; pero el ejemplo poco nos instruye. Nunca es tan perfectamente igual que no se deslice alguna diferencia sutil; y ahí esperamos, que nuestra espera no quedará desilusionada en esta ocasión como ocurrió en la otra. Y así, porque el presente nunca nos satisface, la experiencia nos estafa con su engaño y, de desdicha en desdicha, nos lleva hasta la muerte, que es de ello un colmo eterno.
378) Así pues, ¿qué nos grita esa avidez y esa impotencia, sino que hubo otrora en el hombre una verdadera dicha, de la cual sólo le queda ahora la señal y el rastro totalmente vacío, y que él trata inútilmente de llenar con todo lo que lo, rodea, buscando en las cosas ausentes el auxilio que no consigue de las presentes, auxilio del cual son todas incapaces, porque el abismo infinito sólo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable, es decir por Dios mismo?
Sólo Él es su verdadero bien; y, desde que él lo ha abandonado (extraña cosa), nada en la naturaleza ha sido capaz de reemplazarlo: astros, cielo, tierra, elementos, plantas, coles, puercos, animales, insectos, terneros, serpientes, fiebre, peste, guerra, hambre, vicios, adulterio, incesto. Y desde que ha perdido el verdadero bien, todo puede igualmente parecerle tal, hasta su propia destrucción, aunque tan contraria a Dios, a la razón y a la naturaleza al mismo tiempo d.
Unos lo buscan en la autoridad, otros en las curiosidades y en las ciencias, otros en las voluptuosidades. Otros, que efectivamente se le han acercado más, han considerado que es necesario que el bien universal, que todos los hombres desean, no resida en ninguna de las cosas particulares que sólo pueden ser poseídas por uno solo y que, al estar repartidas, más afligen a su poseedor por la falta de la parte que él no /tiene/, de lo que lo contentan por el goce de la parte que le pertenece. Éstos han comprendido que el verdadero bien debía ser tal que todos pudieran poseerlo a la vez, sin disminución y sin envidia, y que nadie, a contra gusto, pudiera perderlo. Y la razón de ellos estriba en que, siendo ese deseo natural al hombre, puesto que existe necesariamente en todos y que ninguno puede no tenerlo, de esto infieren ...e
Copia 193)
Puesto que la verdadera naturaleza está perdida, todo se torna su naturaleza; del mismo modo, puesto que el verdadero bien está perdido, todo se torna su verdadero bien.
465)
El hombre no sabe en qué puesto ubicarse. Evidentemente, está perdido, y caído de su verdadero lugar, que no puede volver a encontrar. Lo busca por todas partes con inquietud y sin éxito en tinieblas impenetrables.
444’)
Si probar a Dios por la naturaleza es una señal de debilidad, no despreciéis por eso las Escrituras a; si haber conocido esas contrariedades es una señal de fuerza, apreciad por eso las Escrituras.
23)
Bajeza del hombre: hasta someterse a los animales, hasta adorarlos.
317)
En P. R. a (Comienzo, después de haber explicado la incomprensibilidad). - Las grandezas y las miserias del hombre son tan evidentes, que es necesario que la verdadera religión nos enseñe que hay en el hombre tanto un gran principio de grandeza como un gran principio de miseria. Por lo tanto, es necesario que ella nos dé razón de esas asombrosas contrariedades.
Es necesario que, para tornar al hombre feliz, ella le muestre que hay un Dios; que estamos obligados a amarlo; que nuestra única felicidad consiste en estar en él, y nuestro único mal en estar separados de él; que ella reconozca que estamos llenos de tinieblas que nos impiden conocerlo y amarlo; y que, porque nuestros deberes nos obligan a amar a Dios y nuestras concupiscencias nos apartan de este amor, nosotros estamos llenos de injusticia. Es necesario que ella nos dé razón de esas oposiciones que sentimos para con Dios y nuestro propio bien. Es necesario que ella nos enseñe los remedios para esas impotencias y los medios de obtener esos remedios. Examínense sobre esos puntos todas las religiones del mundo, y véase si hay otra que los satisfaga mejor que la cristiana.
¿Serán acaso los filósofos, quienes nos proponen por todo bien los bienes que están en nosotros? ¿Es éste el verdadero bien? ¿Han encontrado el remedio para nuestros males? ¿Haber puesto al hombre parejo con b Dios significa haber curado la presunción del hombre? ¿Quienes nos han igualado con los animales, y los mahometanos que nos han dado los placeres de la tierra como único bien (aun en la eternidad), han conseguido el remedio para nuestras concupiscencias? Así pues, ¿qué religión nos enseñará a curar el orgullo y la concupiscencia? Por último, ¿qué religión nos enseñará nuestro bien, nuestros deberes, las debilidades que de ellos nos apartan, la causa de esas debilidades, los remedios que las pueden curar y el medio de obtener esos remedios?
Todas las otras religiones no lo pudieron. Veamos qué hará la Sabiduría de Dios.
Ella dice: "No esperéis ni verdad ni consuelo de los hombres. Yo soy la que os ha formado, y la única que puedo enseñaros quiénes sois. Pero vosotros ya no estáis ahora en el estado en que yo os he formado. Yo he creado al hombre santo, inocente, perfecto; lo he llenado de luz y de inteligencia; le he comunicado mi gloria y mis maravillas. El ojo del hombre vela entonces la majestad de Dios. (318) No estaba entonces en las tinieblas que lo enceguecen, ni en la mortalidad y en las miserias que lo afligen. Pero él no pudo sostener tanta gloria sin caer en la presunción. Quiso convertirse en centro de sí mismo, volverse independiente de mi auxilio. Se sustrajo a mi dominación, y, como se igualó a mí por el deseo de encontrar su felicidad en sí mismo, yo lo abandoné a sus propias fuerzas; y, haciendo que se rebelaran las criaturas, que le estaban sometidas, yo las torné enemigas de él: de modo que hoy el hombre se ha vuelto semejante a los animales, y se encuentra tan lejos de mi que apenas conserva una luz confusa de su creador: ¡a tal punto todos sus conocimientos han sido apagados o perturbados! Los sentidos, independientes de la razón, y a menudo dueños de la razón, lo han arrastrado a la búsqueda de los placeres. Todas las criaturas lo afligen o lo tientan, y prevalecen sobre él, ya sea sometiéndolo por su fuerza, ya sea seduciéndolo por su dulzura, lo cual es un dominio más terrible y más imperioso.
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