Introducción
Pascal es uno de esos pensadores que la historia oficial de la filosofía suele mantener ocultos. El motivo de esta omisión no es que sus ideas no merezcan un papel principal dentro de la disciplina, sino que su pensamiento constituye una anomalía, y lo anómalo, al interrumpir el curso de la narración establecida, suele desecharse y relegarse a los márgenes. Muchos han justificado esta decisión señalando que la obra de Pascal no se sitúa dentro del territorio filosófico, sino que más bien pertenece, por una parte, al de la ciencia y, por otra, al de la apologética cristiana. Pero Pascal, al que podríamos comparar con un rayo, tanto por la corta duración de su vida —murió con apenas treinta y nueve años—, como por la fuerza de su pensamiento, justifica de sobra que visitemos esos márgenes y nos aproximemos a su obra, que sin lugar a dudas es de naturaleza filosófica. Tanto es así, que Pascal podría ser uno de los interlocutores más estimulantes que haya dado la historia del pensamiento.
La suya no es una filosofía amable, sino más bien un bosque oscuro que obliga a visitar espacios normalmente ignorados. Pascal firma uno de los retratos de la condición humana más duros e implacables que ha dado la filosofía, y nadie que lo contemple con detenimiento puede salir indemne. Hay quien ha calificado su pensamiento de antihumanista, y el poeta Paul Valéry incluso acusó al filósofo de ser un «enemigo del género humano». Pero es necesario que el lector conozca el pensamiento pascaliano: lleno de pliegues, matices y contraluces, no tiene una única lectura. No hay que olvidar que este filósofo es hijo del siglo XVII, un momento histórico en el que la revolución científica, la fe, la razón y la superstición coexistieron de una forma muy peculiar, entrelazadas en una tensión que configuró la cultura y el pensamiento de la época.
En cualquier caso, si Pascal atacó al género humano fue porque consideró que este, ebrio de una soberbia sin límites, se había autoproclamado amo y señor del mundo, y se impuso la tarea de derribarlo de un trono que no le pertenecía. Su filosofía, así, busca recordar al hombre cuál es su medida. Por tanto, le enseñó su miseria, pero también le mostró su grandeza: el pensamiento. De este modo, la filosofía de Pascal destaca por ser un ejercicio soberano e inconformista que tiene como fin responder una única pregunta: ¿qué es el hombre? Su inconformismo radica en el rechazo de cualquier respuesta fácil, de cualquier fórmula que no dé cuenta de todo lo que somos. Desde luego, fue crítico con los filósofos que ensalzaron al hombre hasta hacer de él un dios en la Tierra, pero no lo fue menos con aquellos que lo rebajaban hasta ponerlo al nivel de los animales. Para Pascal, el hombre es un ser paradójico, y su filosofía se mueve y crece dentro de este principio: ni ángel ni bestia.
Pero si la historia de la filosofía no sabe dónde ubicar a Pascal, él mismo ya se encontró con este problema, y podríamos llegar a decir que dentro de Pascal cohabitaron «dos pascales», por un lado, el hombre de ciencia, aquel brillante matemático y físico proyectado al mundo, y por otro, el filósofo que buscaba a Dios y se exigía dar la espalda a lo terrenal. De este modo. Pascal vivió escindido, en la tragedia de tener que elegir entre el mundo o Dios. Fruto de esta tensión, que lo acompañó durante toda su vida, emergió su filosofía, y también aquello que la dotó de una intensidad y una pasión desconocidas por otros pensadores.
Retrato de Blaise Pascal realizado hacia 1691 por François II de Quesnel.
El presente libro propone recorrer esta tensión, y conocer cuáles fueron sus frutos. Para ello, en el primer capítulo se relata la biografía de Pascal, poniendo de relieve aquellos episodios de su vida que más determinaron su pensamiento, y se presenta al hombre de ciencia: al genial matemático que sentó las bases del cálculo de probabilidades y del cálculo infinitesimal, al geómetra que estableció el teorema del hexágono místico con la edad de dieciséis años, al inventor de la primera calculadora, y al físico que revolucionó la hidrostática, tanto a nivel teórico como práctico, al dar al mundo la ley que a día de hoy lleva su nombre.
En el segundo capítulo, se habla de las influencias que determinaron su pensamiento, con el fin de ir conociendo al Pascal filósofo. Así, se muestra la importancia de su encuentro con el jansenismo. De esta doctrina cristiana, inspirada en la recuperación de las obras de san Agustín, Pascal tomó su interpretación del pecado original: el hombre, después de la caída, se halla completamente separado de Dios, y su salvación, lejos de depender de sus actos en la Tierra, depende solo de que Él le entregue el don de la gracia. Esta forma de entender el pecado original será una piedra angular de su filosofía, ya que condicionará de manera radical su concepción antropológica: el hombre es una criatura cuya inteligencia y voluntad se encuentran corrompidas a causa de su desobediencia de Dios y su posterior caída. Responde a su afinidad con el jansenismo el ingreso de Pascal en el círculo de Port-Royal, el cual fue acusado de protestantismo, y en cuya defensa participará activamente escribiendo y haciendo públicas las cartas Provinciales. En ellas se expresa un Pascal especialmente hábil con la pluma, ya que, gracias al género y al estilo que empleó, logró llevar hasta la calle una disputa de carácter teológico haciendo que la opinión pública tomara partido. Las Provinciales serán consideradas por Voltaire, entre otros, como una de las mejores obras escritas en francés moderno. En cualquier caso, las Provinciales nos muestran a un pensador insumiso que no tiene miedo de enfrentarse al poder. Este episodio vital y filosófico tendrá una relevancia decisiva en la configuración de sus Pensamientos, que constituyen sus apuntes para una Apología del cristianismo, algo que no deberíamos perder de vista.
En el mismo capítulo se habla de otra influencia crucial: la lectura que hizo Pascal del estoicismo de Epicteto y del escepticismo de Montaigne. Del primer filósofo admiró su afirmación de que el único deber que tiene el hombre es someterse a la voluntad de Dios, mientras que del segundo aplaudió que, en su escepticismo radical, demostrara la imposibilidad de fundamentar sólidamente conocimiento alguno con la razón humana.
Preparado el terreno, el tercer capítulo está dedicado a su obra principal, los Pensamientos. Es esta, póstuma e inacabada, la que le valió a Pascal la acusación de antihumanista. Ataca en ella al progreso científico de su época, que estaba asombrando al mundo por su capacidad explicativa y por los abundantes conocimientos prácticos que reportaba. Expone dos opiniones contundentes sobre la ciencia: por un lado, la acusa de ser un disciplina vana e inútil, ya que las cuestiones a las que se dedica a dar respuesta, que tienen que ver con el ámbito de los fenómenos físicos, no nos ayudan a resolver qué es el hombre, y en consecuencia, cuál es el sentido de su existencia. Por otro lado, trata de mostrar cómo la ciencia nace de una pretensión tan grande como su objeto, ya que Pascal considera que la Naturaleza es inabarcable, doblemente infinita (infinitamente grande e infinitamente pequeña), y cualquier intento de descifrarla está, por el mismo motivo, condenado al fracaso.
El ataque a la ciencia contemporánea incluía también a Descartes, al que conoció personalmente y con el que estuvo enfrentado. Pascal acusó a su filosofía racionalista de olvidar que la razón tiene unos límites que debe reconocer, ya que la realidad es demasiado rica para poder ser explicada solamente a través de nuestra racionalidad. De este modo, Pascal impugna el optimismo referido a la razón que define su época. En cambio, reivindica que hay dos formas de acceder al conocimiento: por un lado la razón, y por otro el corazón; esta segunda forma tiene que ver con sentir que algo es verdadero sin necesidad de demostración, ya que además, aquello a lo que el corazón accede suele excluir a la razón.