Agradecimientos
Quiero dar las gracias a las muchas personas que han contribuido, en formas de las que tal vez no son conscientes, a la escritura de este libro. Muchos leyeron bocetos tempranos y ofrecieron comentarios y sugerencias útiles. Otros me inspiraron con su comprensión.
Mi agradecimiento a Reb Anderson, Stephen Batchelor, Guy Claxton, Peter Coonradt, John Crook, Peter y Elizabeth Fenwick, Mike Finch, Adam Hart-Davis, Mike Luetchford, Jack Petranker, Emily Troscianko, y a Mandy Little, mi agente, y Marsha Filion, mi editor en Oneworld.
Cayendo en el zen
P ENSAR EN EL NO PENSAMIENTO
Pensar es divertido. De hecho, podríamos decir que pensar es la alegría de mi vida. Pero pensar claramente es difícil, y a la mayoría de nosotros no nos han enseñado cómo hacerlo.
Las ciencias necesitan de un pensamiento claro, y los científicos tienen que construir argumentos lógicos, pensar críticamente, formular preguntas incómodas y encontrar los errores en los argumentos de los demás, pero de algún modo se espera que lo hagan sin ningún tipo de entrenamiento mental previo. Ciertamente, los cursos de ciencias no empiezan con una sesión para apaciguar la mente.
Tal vez no tenga importancia. Si eres inteligente y agudo es posible alejar pensamientos no deseados por un tiempo, realizar grandes saltos intelectuales o llevar a cabo minuciosos experimentos, aun con una mente confusa, pero algunas preguntas exigen un planteamiento diferente. Entre ellas se encuentran las que yo formulo aquí; preguntas que se ciernen sobre lo obvio —«¿Qué es esto?», «¿Dónde está esto?»—; aquellas que giran sobre sí mismas, como «¿Quién formula la pregunta?»; o aquellas que preguntan acerca de la naturaleza de la propia mente que pregunta. Todas ellas requieren una claridad mental que no es necesaria para la mayoría de las preguntas científicas. Parecen exigir a un tiempo la capacidad de pensar y de abstenerse de pensar.
Abstenerse de pensar es, precisamente, la habilidad que se enseña en meditación. En muchas tradiciones se rechaza un excesivo pensamiento, y con buenas razones, porque frecuentemente las personas aprehenden ideas intelectualmente, pero fracasan a la hora de ponerlas en práctica. Tal vez comprendan un concepto difícil, pero no alteran su visión del mundo. Así, por ejemplo, a menudo los maestros budistas castigan a sus estudiantes por pensar demasiado. Por otro lado, utilizar la meditación para pensar no es completamente desconocido en la práctica budista, y es evidente que el propio Buda era un pensador profundo. En cualquier caso, mi objetivo aquí no ha sido alcanzar la iluminación o trascender el sufrimiento, sino explorar diez preguntas difíciles; y para este propósito necesitaba combinar el pensamiento con el no pensamiento.
Además de mi ciencia he explorado muchos puntos de vista alternativos, desde la brujería al espiritismo y de la teosofía a los chakras, pero a pesar de su atractivo superficial todos se revelaron profundamente insatisfactorios. Es cierto que ofrecían respuestas, pero éstas eran dogmáticas y confusas; no se ajustaban a la comprensión científica y tampoco conducían a nuevos descubrimientos. Y lo peor de todo, sus doctrinas no cambiaban en respuesta al cambio, sino que permanecían rígidamente dependientes de libros antiguos o de las afirmaciones de sus defensores. Esto fue así hasta que tropecé con el zen. Me alentaron a albergar la «Gran Duda», me dijeron «¡Investiga!» y me enseñaron cómo hacerlo.
El zen es una rama del budismo que empezó como «chan» en la China del siglo XVII y más tarde se extendió hacia el este para ser conocida como zen en Japón. Aunque basado en las enseñanzas y palabras del Buda histórico, el zen pone menos énfasis en la teoría y el estudio de los textos que otras ramas del budismo, y al mismo tiempo destaca la práctica de la meditación como medio para lograr una experiencia directa de la propia naturaleza.
Tal vez sea ésta la razón por la que, desde su aparición en Occidente a finales del siglo XIX , el zen ha atraído a académicos, filósofos y otros pensadores que disfrutan de sus extrañas paradojas y que no quieren implicarse en prácticas religiosas o creencias dogmáticas.
Como la ciencia, el zen te exige plantear preguntas, aplicar disciplinados métodos de investigación y derribar las ideas que no se ajustan a los descubrimientos. De hecho, el zen se parece a la ciencia en cuanto que es más un conjunto de técnicas que un cuerpo de dogmas. El zen tiene sus doctrinas y la ciencia sus teorías, pero en ambos casos se trata de intentos temporales de comprender el universo, pendientes de una investigación más profunda y de descubrimientos ulteriores. El zen no te pide que creas en algo o que tengas una fe ciega, sino que trabajes duro para descubrir las cosas por ti mismo.
Yo no soy budista. No me he unido a las órdenes budistas, no he adoptado ninguna creencia religiosa ni he asumido los votos formales. Lo digo ahora porque no quiero que nadie piense que escribo con engaños. Nada de lo que diga aquí debe tomarse como las palabras de un budista zen. En lugar de eso, soy una persona con una mente inquieta que ha tropezado con el zen y ha descubierto su inmensa utilidad. Me ha empujado cada vez más hacia el tipo de preguntas que siempre me he planteado, incluidas aquellas que he elegido abordar aquí. Son el tipo de preguntas que se aplican a la propia mente que formula la pregunta.
Este libro es una exploración de diez de mis preguntas favoritas y el lugar al que me han llevado. Es también mi intento de comprobar si la observación de la propia mente puede contribuir a una ciencia de la conciencia. Aportar nuestra experiencia personal a la ciencia es algo que se desdeña decididamente en buena parte de la ciencia; y ello por buenas razones. Si pretendes descubrir la verdad acerca del movimiento planetario, el genoma humano o la eficacia de una nueva medicina, las creencias personales son un obstáculo, no una ayuda. Sin embargo, tal vez esto no sea cierto en todas las ciencias. Cuando nuestra creciente comprensión del cerebro nos acerca al problema de la conciencia, quizá sea el momento para que la propia experiencia del científico sea bienvenida como parte de la ciencia misma, aunque sólo sea como guía para teorizar o proporcionar una mejor descripción de lo que necesita ser explicado. Este libro describe mi propio intento de combinar ciencia y práctica personal en la investigación de la conciencia.
Explicaré los métodos de investigación que he utilizado y cómo aprendí a practicarlos antes de centrarme en las preguntas, pero si prefieres ir directamente a ellas no dudes en hacerlo.
C ALMAR LA MENTE
Formular estas diez preguntas zen requiere y estimula una mente en calma. Pero las mentes tienden a no estar en calma. De hecho, tienden a precipitarse, llenas de pensamientos superpuestos, empujadas aquí y allá por respuestas emocionales, irritadas por melodías que van y vienen, y saltando normalmente de una cosa a otra. No es posible abordar una cuestión con firmeza y profundidad con una mente inquieta.
¿Cómo puede, entonces, calmarse la mente? La meditación es la respuesta obvia, y es el método que he utilizado aquí. Aprender a meditar significa nada menos que aprender a sentarse inmóvil y prestar atención, permanecer relajado y alerta, sin dejarse atrapar por la cadena del pensamiento, las emociones o las conversaciones interiores. Aprendí a meditar en parte debido a la curiosidad y en parte porque el dolor y la confusión de la vida me asolaban, y el pensamiento y la meditación podían serme de ayuda.
Más tarde descubrí que en el zen hay técnicas para entrenar la mente en la observación pura, y atenerse resueltamente a la formulación de preguntas; preguntas que son difíciles. En un primer momento, el método zen de investigación parecía muy alejado de mi ciencia, e incluso contrario a ella, pero poco a poco llegué a comprender hasta qué punto ambos métodos eran compatibles.