El falo ha sido considerado siempre un símbolo de dominación y poder. El cuerpo del hombre y, ya de paso, la sociedad, está controlada por el pene. Nunca tan poca carne ha dado tanto de sí.
«Para muchas mujeres, y también para muchos hombres, lo que caracteriza al género masculino es su absoluta necedad. Me refiero al bonito axioma que afirma que los hombres tienen el cerebro entre las piernas. No obstante, yo alteraría un poco la formulación: no es que los hombres piensen con el pito, es que, básicamente, los órganos genitales residen en el cerebro. Eso explicaría muchísimas cosas». Y entre las muchas cosas que nos explica Josep Tomàs, con un irreverente sentido del humor, se encuentran la sorprendente vida propia del pene, la relación entre tamaño y felicidad, las claves para conseguir un buen funcionamiento de apéndice tan delicado (incluyendo técnicas «digitales»); en fin, una completa disección (con perdón) del pene, que hará que lo miremos aún con más cariño, si cabe, y le perdonemos los pequeños desfallecimientos momentáneos, o «gatillazos», que nos dejan al género masculino tan en evidencia.
Josep Tomàs
El pene
El mejor amigo del hombre
ePub r1.0
XcUiDi 29.10.15
Título original: El pene. El mejor amigo del hombre
Josep Tomàs, 2006
Ilustraciones: Doyague
Editor digital: XcUiDi
ePub base r1.2
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A Josep y a Glòria, obviamente.
A Pedro, por las collejas.
A Alejandra… buena vida.
I
PREPUCIO (O SEA, PREFACIO)
«Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya».
SÉNECA
ABRIENDO BOCA
Ya lo decía una amiga mía. «Es una pena que por un trozo de salchicha te tengas que quedar con todo el cerdo». En realidad, ella decía «butifarra». Pero da lo mismo. Sea el embutido que sea. Me imagino que en Alemania hablarán de bratwurst o en Italia de salami… Tanto símil gastronómico no es porque no haya comido. No. Estábamos con lo del cerdo. Para muchas mujeres, y también gran número de hombres, lo que caracteriza al género masculino es su absoluta necedad. Me refiero a ese bonito axioma que afirma que los hombres tienen el cerebro entre las piernas. A la vista de muchas decisiones y actitudes mostradas en la vida por cualquiera de nosotros (aquí no se salva nadie), y sin centrarnos en la figura de los políticos o personajes históricos, puede ser que algo de razón lleve.
Pero yo alteraría un poco su formulación… No es que el hombre piense con el pito… es que básicamente los órganos genitales residen en nuestro cerebro. Eso explicaría muchísimas cosas. Quizá incluso este libro que tenéis en vuestras manos.
UN APÉNDICE CON VIDA PROPIA
Para empezar, ¿qué otra parte del cuerpo humano recibe más nombres y apelativos? Evidentemente, ninguna. Los académicos de la lengua se podrían pasar horas dándole vueltas al asunto, discutiendo y debatiendo… Posiblemente lo hagan. Al fin y al cabo casi todos son tíos. Pene, verga, miembro viril, falo, picha, polla, cipote, minga, rabo, cola, nabo, butifarra (o salchicha del país, como se quiera), pito, pistola, pilila… Y eso sin entrar a enumerar los nombres que puede llegar a recibir en Hispanoamérica. O el nombre con que es denominado por su propietario…
Porque, en efecto, más de uno ha bautizado a su «cosa», y no con agua del Jordán precisamente. Paco, Antonio, niño…, son sólo algunos ejemplos conocidos por este que os habla. Sus responsables pueden estar tranquilos, que esto no pretende ser como el Tomate. Lo que sí hay que tener claro es que esto de «personificar» al pene no es un síntoma de la decadencia de la civilización occidental y de la crisis de valores en la que parece que estamos inmersos, que diría un portavoz de la Conferencia Episcopal.
Si retrocedemos en el tiempo nos encontramos con que Julio César llamaba a su pene «Él». Y el presidente de los Estados Unidos Johnson, Jumbo, no sé si por su parecido con el gigantesco modelo de avión… Apuesto que sí. He leído en la revista Men’s Health que el cantante Robbie Williams (¿no será el actor Robin Williams?), le llama Señor Feliz… Con esa denominación me inclino a pensar que se trata del actor norteamericano. Una de las personas del planeta que me pone más nervioso… Con perdón, pero yo es que me pongo a hablar de Robin y se me va la cabeza.
Hablábamos de la relación esquizofrénica que muchos hombres mantienen con su pene.
Algunas películas cinematográficas han abordado esta cuestión. La más clara y directa es la comedia alemana Lo mío y yo (Ich und er), que toma como punto de partida un relato de Alberto Moravia. Se trata de la historia de un arquitecto cuyo pene, un buen día (es una frase hecha), empieza a hablarle y a darle consejos sobre negocios y amor. Como es de suponer, lo primero que le recomienda es que deje a su mujer, por supuesto. De todas maneras, no hace falta que un pene diga ni mu para demostrar algunas cosas…
Otro pene hablador lo encontramos en Marquis, una de las películas más raras de la historia. Es francesa, lo cual, a priori, significa muchas cosas, pero no justifica de pleno su rareza. Su acción se desarrolla en la Francia prerrevolucionaria, antes de la toma de la Bastilla. En ella no intervienen actores, sino unas inquietantes marionetas o muñecos con rasgos animales, en el rol de presos políticos. Uno de ellos, el tal Marquis, empieza a mantener grandes conversaciones con su «animado» pene. Es… Como lo diría… Perturbadora.
En estos ejemplos cinematográficos hemos visto que el pene habla… Lo normal es lo contrario. Es el hombre el que se pega a costa de su apéndice viril unos monólogos interminables tipo El club de la comedia, pero sin pared de ladrillitos detrás ni risas de lata. Normalmente se trata de pensamientos poco elaborados… «Hoy te voy a sacar de paseo», «Esta noche, te voy a dar alpiste» o… «No me hagas esto». Porque, a decir verdad, en más de una ocasión, el pene demuestra tener vida propia e ir a su bola. Todo hombre ha asistido asombrado a erecciones repentinas, que no vienen a cuento (o sea, sin estimulación erótica previa) y siempre en momentos inoportunos. Puede ocurrir cuando estás en la playa, tumbado sobre la arena, con tu grupito de amigos o familiares, y de pronto alguien dice: «¡Qué calor! ¡Vamos al agua!». Para la próxima vez que os suceda, un amigo mío me explicó un truco que funciona. Si se encogen los dedos de los pies hacia dentro, la erección desaparece casi de inmediato. Como dice la medicina china, todos nuestros órganos están interrelacionados. Otro momento tonto puede darse en clase, cuando en plena e inexplicable muestra de alegría genital, se oye un terrible: «¡Tomás, a la pizarra!». Anécdota real. Me voy a poner en plan «Confesiones». Éste, que lo es, se dejó poner un cero patatero en literatura española en un control oral, realizado con alevosía y sin nocturnidad, ante la imposibilidad de salir al estrado por culpa de «Él»… Papá, mamá, ya lo sabéis… Pero, al final, aprobé.