UNA ÉPOCA DORADA PARA EL CEREBRO
¿Qué tanto sabemos en realidad acerca del cerebro humano? En los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando los autores de este libro estudiamos la especialidad, la respuesta más franca era “muy poco”. En esos tiempos solía decirse que estudiar el cerebro era como poner un estetoscopio en el muro exterior de un estadio para entender las reglas del futbol americano.
El cerebro contiene, a grandes rasgos, 100 000 millones de neuronas que establecen entre un billón y tal vez hasta 1 000 billones de conexiones llamadas sinapsis. Dichas conexiones se encuentran en un estado permanente y dinámico de remodelación en respuesta al mundo que nos rodea. A pesar de ser una diminuta maravilla de la naturaleza, es extraordinaria.
A todo mundo le asombra el cerebro, ese órgano alguna vez denominado, con justa razón, “universo de kilo y medio”. Nuestro cerebro no sólo interpreta el mundo, sino que lo crea. Las características de todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, probamos y olemos serían imperceptibles si no fuera por el cerebro. Cualquier cosa que experimentemos el día de hoy —el café matutino, el amor que sentimos por nuestros familiares, una buena idea en el trabajo— ha sido personalizada de manera específica para cada uno de nosotros.
De inmediato nos enfrentamos a un problema crucial. Si mi mundo es único y está personalizado para nadie más que para mí, ¿quién está detrás de esa maravillosa creatividad: mi cerebro o yo? Si contesto que yo, las puertas a una creatividad mayor se abren de par en par. Si contesto que mi cerebro, entonces quizá impondré drásticas limitaciones físicas a lo que soy capaz de lograr. Puede que lo que nos restrinja sea la genética, los recuerdos dañinos o la baja autoestima, o tal vez nos quedemos cortos porque nuestras expectativas limitadas contraen nuestra conciencia, aun si no lo advertimos.
Los hechos por sí solos pueden dar cuenta de ambas cosas; a saber, el potencial ilimitado o la limitación física. En comparación con el pasado, la ciencia actual acumula información nueva a una velocidad sorprendente. Estamos en una época dorada en cuanto a la investigación del cerebro se refiere. Mes con mes surgen nuevos descubrimientos, pero ¿qué hay del individuo, de la persona que depende del cerebro para todo, en vista de estos impresionantes avances? ¿Es también una época dorada para nuestro cerebro?
Hemos detectado que hay una enorme brecha entre las investigaciones científicas trascendentes y la realidad cotidiana. Nos viene a la mente otro antiguo dicho común entre los estudiantes de medicina: las personas sólo suelen usar 10% del cerebro. Literalmente, lo anterior es falso. En el caso de un adulto saludable, la estructura neuronal opera al máximo de su capacidad todo el tiempo. Ni siquiera las resonancias magnéticas más sofisticadas que existen mostrarían diferencias perceptibles entre el cerebro de Shakespeare, mientras escribe un soliloquio de Hamlet, y el de un aspirante a poeta que escribe su primer soneto. Pero las cualidades físicas del cerebro no lo son todo.
Si desea crear la época dorada para su cerebro, debe utilizar de maneras nuevas el don que la naturaleza le ha dado. Lo que genera la vitalidad, la inspiración y el éxito en la vida no es el número de neuronas ni ningún tipo de magia dentro de la materia gris. Los genes desempeñan su papel pero, al igual que el resto del cerebro, también son dinámicos. Todos los días estamos en medio de una tormenta invisible de actividad eléctrica y química que configura el ambiente cerebral. Actuamos como líderes, inventores, profesores y usuarios del cerebro, todo a la vez.
Como líderes, le entregamos las órdenes diarias al cerebro.
Como creadores, diseñamos nuevas rutas y conexiones dentro del cerebro que no existían el día anterior.
Como profesores, capacitamos al cerebro para que adquiera nuevas habilidades.
Como usuarios, somos responsables de mantener el buen funcionamiento del cerebro.
En estos cuatro roles radica la diferencia absoluta entre el cerebro cotidiano —al que apodaremos “cerebro estándar”— y lo que llamamos supercerebro. Esta diferencia es inmensa. Aunque no piense literalmente “¿Qué órdenes le daré hoy a mi cerebro?”, o “¿Qué nuevas rutas deseo crear?”, eso es, de hecho, lo que está haciendo. El mundo personalizado en el que vive necesita un creador, y ese creador no es su cerebro, sino usted.
El supercerebro representa a un creador con total conciencia que explota al máximo las ventajas del cerebro. Dicho órgano posee una adaptabilidad infinita, por lo que usted podría estar desempeñando este rol cuádruple —líder, inventor, profesor y usuario— con resultados más satisfactorios que los que ha obtenido hasta ahora.
Como líder, las órdenes que le da al cerebro son distintas a los comandos mecánicos de una computadora (como “eliminar” o “ir al final de la página”, los cuales han sido programados en la máquina). Dichas órdenes son captadas por un organismo vivo que cambia cada vez que recibe una instrucción. Si pienso: “Quiero los mismos huevos con tocino que comí ayer”, el cerebro no cambia en absoluto. Pero si en vez de eso pienso: “¿Qué desayunaré hoy? Quiero algo nuevo”, de pronto tengo acceso a una reserva de creatividad. La creatividad es una inspiración vivaz y novedosa que ninguna computadora puede igualar, así que ¿por qué no aprovecharla al máximo? El cerebro tiene la milagrosa capacidad de dar más de sí mismo, en tanto usted se lo exija.
Pongamos esta idea en términos de cómo se relaciona con su cerebro en la actualidad y cómo podría hacerlo de manera diferente. Analice las listas que le presentamos a continuación y pregúntese con cuál se identifica más.
CEREBRO ESTÁNDAR
No me exijo comportamientos distintos a los que he tenido con anterioridad.
Soy un ser de hábitos.
No suelo estimular mi mente con cosas nuevas.
Prefiero aquello que me es familiar, pues es la forma más cómoda de vivir.
Si soy franco, la repetición en mi hogar, en el trabajo y en mis relaciones personales me resulta aburrida.
SUPERCEREBRO
Cada día representa una nueva oportunidad.
Estoy alerta para no adquirir malos hábitos, y soy capaz de deshacerme de ellos con facilidad.