Poncio Pilato
Un enigma entre historia y memoria
Aldo Schiavone
Traducción de Alejandro García Mayo
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Religión
Título original: Ponzio Pilato.
Un enigma tra storia e memoria
© Editorial Trotta, S.A., 2020
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© Aldo Schiavone, 2016
© Alejandro García Mayo, traducción, 2020
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ISBN (e-pub): 978-84-9879-855-5
CONTENIDO
PRÓLOGO
1. Frente a frente dos figuras, iluminadas por la primera luz de la mañana. Se encuentran al lado, hablan, comparten el mismo espacio. Una es la figura de un prisionero, quizás encadenado; la otra la de su inquisidor.
La escena está como en suspenso, electrizada —con todo aún por suceder—, pero la relación de fuerzas parece desequilibrada, abrumadoramente. Es evidente que basta un instante para que la situación degenere, que en cualquier momento puede estallar la violencia, como ocurrirá de hecho. No se trata de un diálogo, sino de un interrogatorio.
Y sin embargo, desde el instante mismo en que se encuentra cara a cara con su interrogado, el hombre que parece hallarse al mando ha caído en el abismo de una inferioridad sin paliativos, que lo anula (a nuestros ojos) ante el poder invisible de quien se halla enfrente, inerme y solo.
Aun siendo tremendo, el vuelco no se deja percibir. Está como refrenado, oculto: el cuadro resulta dramático y el contraste vibrante. No se trata de una farsa: hay realmente una vida en juego. La revelación queda en suspenso, diferida; no anula las condiciones que fijan a ambos personajes a sus engañosos papeles. Es como si sus efectos se produjeran en otra dimensión, aún lejana, por muy esencial que sea; de hecho, solo trayéndola a colación podremos esclarecer, a su debido tiempo, la mudanza crucial que marcará este enfrentamiento. Pero, por ahora, la escisión precisamente entre dos planos opuestos —uno visible y el otro oculto— condensa sobre la escena su particularísimo pathos.
En el centro sigue viéndose tan solo el indiscutible control de quien dirige el interrogatorio, por mucho que sepamos nosotros que la realidad de ese dominio es parcial e incompleta. Existe solamente en función de una total subversión, que transformará a quien sucumbe en triunfador absoluto. Aceptando hasta el final lo que le espera, construye para sí una apoteosis sin límites.
Consideremos la posición del juez.
Puede ocurrir a veces que se encuentre uno desempeñando un papel que sobrepasa con mucho sus propios medios, y que haya ido a parar allí por azar, sin haberlo buscado en manera alguna, o al menos sin darse cuenta.
Por lo general, es poco frecuente cuando la desproporción es significativa: cuanto sucede, precisamente por ser uno el centro, se halla casi siempre al alcance de la mano. Un férreo principio de congruencia rige habitualmente la mecánica de nuestra existencia, cualquiera que sea la escala a la que se desarrolle.
Pero si la vara de medir llegara a romperse, se producirán entonces consecuencias explosivas; tanto más si todo se consuma aceleradamente y dura poquísimo, no más que un puñado de horas. El desequilibrio bien puede ensalzar a quien lo padece, ascendiéndolo a un nuevo orden de magnitudes; o bien puede destruirlo, o simplemente sumirlo en el ridículo. En pocas palabras: lo épico, lo trágico o lo cómico, incluso mezclados, según cambien las circunstancias y las diferentes inclinaciones de los actores sobre el terreno.
En casos aún más excepcionales puede producirse algo todavía más extremo y, bien mirado, verdaderamente terrible. Quien cae en las ruedas de la asimetría podría no darse cuenta de dónde se ha metido, y no advertir, sino entre brumas, la excepcionalidad de la fuerza que lo arrastra. Está inquieto, prueba una línea de actuación que no es la habitual, pero en el fondo sigue creyendo que no está muy lejos de la normalidad; y sin embargo está experimentando lo innombrable. Luego parece que todo se recompone y recupera su ritmo ordinario, cuando en realidad nada volverá a ser ya como antes.
En ese caso, a la desproporción se sumará una total falta de vista, con la inconsciencia por sello de todo lo acontecido.
¿Cómo es posible tamaña ofuscación?
Bastaría un simple desfase. Es decir, si el acontecimiento que ha provocado el desequilibrio muestra solo después, una vez consumado, su auténtica cualidad, y únicamente para la mirada retrospectiva de quienes, a continuación, lo reconstruyen y lo repiensan, confiriéndole precisamente con esa elaboración su estatus excepcional. Quiero decir: si ese acontecimiento —más allá de su nudo ocurrir— solamente se hubiese vuelto extraordinario y desconcertante después, gracias a la memoria compartida y transformadora de una colectividad en vertiginoso crecimiento; para entrar luego, a partir de aquel recuerdo, y de un modo cada vez más irresistible, en la gran historia, hasta darle nueva forma.
Esto fue justamente lo que se le vino encima al quinto gobernador romano de Judea cuando, en el ejercicio de sus funciones, condujeron ante él a un prisionero llamado Jesús de Nazaret, y debió decidir su destino en menos de una jornada.
Es de él de quien queremos hablar, de Poncio Pilato. De los años que estuvo al servicio del imperio, dejando pocas huellas a su paso, mas no insignificantes. De una carrera en la orilla de los principales circuitos del poder romano (aunque no al margen), pero que habría incluido, inesperadamente, una decisión de consecuencias incalculables, capaz de marcar el futuro del mundo. Una decisión madurada además de un modo que sigue pareciendo enigmático y contradictorio, y que ha terminado por agrandar la ambigua sombra del personaje. Como si toda su vida debiese quedar concentrada a nuestros ojos en una única acción, ensordecido todo lo demás por los ecos de ese único gesto, condenada a la oscuridad por un exceso de luz.
2. A dos mil años de distancia, la de Pilato es una figura en la cual se entrecruzan la memoria y la historia, como Rómulo, el rey Arturo o Juana de Arco —aunque el equilibrio entre ambos planos sea distinto en cada caso—.
Los Evangelios no son libros de historia, ni lo pretenden. Son los grandes laboratorios de la memoria religiosa cristiana, que inauguran un nuevo modelo de comunicación literaria, desconocido hasta entonces en el mundo clásico, con una combinación entre composición escrita y tradición oral nunca antes experimentada. Y es justamente en estos textos donde encontramos a Pilato: a propósito de la muerte de Jesús, un tema de primera importancia en sus estrategias narrativas. Lo hallamos principalmente en el Evangelio de Juan, sin duda el más cercano de los cuatro a la realidad de Palestina en el siglo i; una coincidencia afortunada.
De historia (y de filosofía) se ocupan en cambio Flavio Josefo y Filón de Alejandría: dos intelectuales del siglo I que escribieron sobre Pilato al hilo de los hechos acaecidos en la Judea romana durante los principados de Tiberio y Calígula; Josefo recordando también la muerte de Jesús, en un famoso pasaje con el que se han cebado los críticos.