A mi padre, por alimentar mi imaginación y convencerme de que era capaz de hacer cualquier cosa.
Nota de la autora: En este libro se describen ataques de pánico, muertes, violencia, tortura psicológica y encarcelamientos, e incluye cierto contenido sexual. Estos temas se han tratado con sensibilidad, pero he querido advertirte con antelación por si pudieran afectarte de alguna manera.
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La vida después de la muerte
Las cosas no tendrían que haber salido así.
Nada de esto tendría que haber salido así. Aunque, bien pensado, ¿qué parte de mi vida ha salido tal como la había planeado este año? Desde el día en que llegué al instituto Katmere, muchas cosas han escapado a mi control. ¿Por qué iba a ser hoy diferente? ¿Por qué iba a ser distinto esta vez?
Termino de subirme los leotardos y me aliso la falda. Después deslizo los pies en mis botas negras favoritas y saco del armario el blazer negro del uniforme.
Me tiemblan un poco las manos (bueno, para ser sincera, me tiembla un poco todo el cuerpo) mientras cuelo los brazos por las mangas. Pero supongo que es normal. Este es el tercer funeral al que asisto en doce meses y no por ello se me hace más fácil. Nada lo es.
Han pasado cinco días desde que gané el desafío.
Cinco días desde que Cole quebró el vínculo de compañeros que nos unía a Jaxon y a mí y casi nos destruye.
Cinco días desde que estuve a punto de morir... y cinco días desde que Xavier lo hizo.
Se me revuelve el estómago por un momento y creo que voy a vomitar.
Respiro hondo unas cuantas veces; inspiro por la nariz y espiro por la boca para mantener a raya las náuseas y el pánico que van aumentando dentro de mí. Tardo un minuto, o tres, pero al final las dos cosas disminuyen lo suficiente como para no tener la sensación de que hay un camión articulado cargado de mercancía aparcado en mi pecho.
Es una pequeña victoria, pero la acepto de buena gana.
Respiro hondo una vez más mientras me abrocho los botones de latón del blazer; después me miro en el espejo para asegurarme de que estoy presentable. Y lo estoy..., bueno, depende de cuál sea tu concepto de «presentable».
Tengo los ojos de un marrón más apagado de lo habitual; la piel, cetrina, y mis absurdos rizos luchan contra el moño en el que los he aprisionado. El dolor por una pérdida nunca me ha favorecido.
Al menos las magulladuras del Ludares han empezado a desaparecer; han pasado del violento tono negro y dorado original al moteado amarillo y lavanda que suelen adquirir antes de desaparecer del todo. Y ayuda un poco saber que Cole por fin agotó la paciencia de mi tío y las oportunidades que le dio. Lo han expulsado. Una parte de mí desea que se tope con un abusón todavía peor en ese centro de Texas para delincuentes paranormales e inadaptados al que lo han enviado... solo para que vea lo que se siente.
La puerta del cuarto de baño se abre y mi prima, Macy, sale tapada con un albornoz y el pelo envuelto en una toalla. Quiero decirle que se dé prisa (tenemos que estar en el salón de actos para el funeral dentro de solo veinte minutos), pero no puedo. No cuando parece que le duele hasta respirar.
Y sé perfectamente lo que se siente.
En lugar de apremiarla, espero a que diga algo, lo que sea. Pero se dirige a su cama y hacia el uniforme de gala que he preparado para ella en absoluto silencio. Me duele verla así. Sus magulladuras no son menos dolorosas que las mías solo porque no sean visibles.
Desde mi primer día en el Katmere, Macy ha sido un torbellino de energía. La luz frente a la oscuridad de Jaxon, el entusiasmo frente al sarcasmo de Hudson, la alegría frente a mi pena. Pero ahora... ahora es como si todo rastro de purpurina hubiese desaparecido de su vida. Y de la mía.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto por fin mientras ella observa su uniforme como si fuera la primera vez que lo ve.
Sus ojos azules me miran, tristes y vacíos.
—No sé por qué estoy tan... —Deja la frase a medias y se aclara la garganta en un intento de eliminar la aspereza que la falta de uso confiere a su voz, y la angustia que la asola—. Si apenas lo conocía...
Esta vez se detiene, porque su voz se quiebra por completo. Aprieta el puño y las lágrimas nadan en sus ojos.
—No hagas eso —digo, y me acerco para abrazarla porque sé lo que se siente al mortificarte con algo que no puedes cambiar. Al sobrevivir cuando alguien a quien quieres ha muerto—. No subestimes tus sentimientos por él solo porque no lo conocieras de toda la vida. Se trata de «cómo» conoces a una persona, no de «hace cuánto tiempo».
Agita un poco los hombros con un sollozo atrapado en el pecho, de modo que la abrazo más fuerte para tratar de aliviar su dolor y su pena, intentando hacer por ella lo que ella hizo por mí cuando llegué aquí.
Me devuelve el abrazo con la misma intensidad mientras las lágrimas le resbalan por el rostro durante largos segundos de tormento.
—Lo echo de menos —admite por fin—. Lo echo muchísimo de menos.
—Lo sé. —La consuelo y froto su espalda trazando lentos círculos—. Lo sé.
Ahora está llorando de verdad: sus hombros se agitan, su cuerpo tiembla, su respiración se entrecorta... y así durante unos minutos que parecen eternos. Se me parte el corazón. Por ella. Por Xavier. Por todo lo que nos ha llevado hasta este momento. Y me cuesta un mundo no echarme a llorar también. Pero ahora es el turno de Macy... y yo debo cuidar de ella.