Inmaculada Costa García
Los man damientos d e la ley
de l hombre
Los man damientos de la ley de l hombre
Inmaculada Costa García
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© Inmaculada Costa García, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodele tras.com
Segunda edición: noviembre, 2018
ISBN: 9788417569082
ISBN eBook: 9788417570231
Dedico este libro a mi hermana Josefa Costa, a quien la vida injustamente abandonó a los treinta y tres años de edad. No sé si habrá un más allá desde donde puedas vernos, de lo que si estoy segura es de que vivirás eternamente en el más acá de mi mente
Personajes
Yoisés
Extragrises
Jesucristo
Victoria Kent
Che Guevara
Marie Curie
Nietzsche
Concepción Arenal
Quevedo
Juan
Dª Luisa
D. Pedro
Vecino I
Vecino II
Vecino III
Desconocido
Toñi
María
Rafa
Viejo I
Viejo II
Viejo III (minusválido)
Primer acto
Escena I
Es una noche completamente despejada, hasta el punto, que los astros semejan la cristalización de todos los dioses en el universo. En este sereno contexto, un joven se halla sentado en el suelo de la terraza de su casa. Vive en uno de esos pueblos de Extremadura, como tantos otros de España, que se desperezan aletargados por el sopor en que los han sumido cuarenta años de dictadura y que comienzan a despertarlo del todo; que buena falta les hacía, (Aparecen en escenas imágenes de las primeras elecciones en España en una gran pantalla) la algarabía que empiezan a armar unos seres que de pronto se encuentran con unas migajas de libertad y no saben que hacer con ellas, que no son otros que los políticos de esas décadas de los años setenta y ochenta que preparan con un gran entusiasmo sus mítines.
Nuestro joven, que tendrá como unos veinticinco años, viste unos vaqueros y lleva una camiseta con una imagen de Víctor Jara. Está rodeado de plantas, un gato y un gran telescopio, con el que contempla el universo y observa cómo los astros, a intervalos, se iluminan, reflejando en sus esferas los rostros de personas importantes en la historia de la humanidad. Después, nuestro joven se incorpora, se dirige a los espectadores y comienza a relatarles la siguiente historia:
YOISÉS.— En una de esas siestas de verano, cuando más calienta el sol, y sintiéndome tan solo como mi pueblo a esas horas, me tendí en la cama y me puse a elaborar historias posibles, a soñar con los ojos abiertos. Mientras tanto, la tarde comenzaba a empalidecer, teñida de una atmósfera tormentosa. La lluvia cayendo, unas veces, verticalmente, tranquila, y otras, en zigzag tempestuoso, llevaba la perfección fundida entre sus puras aguas y los rayos horizontalmente lejanos me anunciaban con sus truenos la llegada a las puertas del mundo de una nueva generación. Así me quedé dormido, sin saber si se habían dormido mis ojos o mi cerebro, cuando en mis elaboradas posibles historias comenzaron a aparecer unos muy reales personajes. Siempre los estuve esperando, aunque no fuese consciente de ello; sentía cómo, a través de los siglos, se acercaban a mi mente por los intrincados senderos de la mirada EXTRAGRÍS. Oía sus pasos, el murmullo de sus voces a mis espaldas; mas, cuando miraba hacia atrás, solo encontraba las gigantescas huellas de sus pisadas, que me hacían desandar lo andado, para oír cada vez más cerca el sonido de sus voces, gritando frases como estas (se queda en silencio, escuchando voces que provienen de los astros que decoran el esc enario).
VOZ FEMENINA.— Miedo en la soledad, miedo en la gente, la vida peligrosa, la muerte apresurada y belicosa.
VOZ MASCULINA.— Prefiero morir de pie que vivir siempre arrodillado.
VOZ FEMENINA.— En la vida no hay cosas que temer, solo cosas que comprender.
VOZ MASCULINA.— Dios no juega a los dados.
VOZ MASCULINA.— La religión es el opio del pueblo.
VOZ FEMENINA.— Los hombres siembran sus ideas antes de morir por ellas, y las ideas escapan a la muerte...
VOZ MASCULINA.— Eloí, Eloí, lama sa bathani.
VOZ MASCULINA.— Allí donde el Estado acaba, mirad allí, hermanos míos. ¿No veis el arcoíris y los puentes del superhombre?
VOZ FEMENINA.— La dignidad es el respeto que una persona tiene por sí misma, y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos.
YOISÉS.— Y hoy, en una de esas noches de verano en las que te sientas en el suelo de la terraza y toda la conciencia del universo se pone a meditar contigo, ocurre lo que tenía que ocurrir: pregunto a los astros y a las plantas de dónde vienen esas voces, y todas me responden al unísono: «De tu cerebro, humano». Y yo, como pienso que todas las criaturas de este mundo tienen derecho a ser libres, les abro las puertas de mi mente y les entrego su libertad, para que muestren al mundo sus sentimientos e ideas. Tenían tantas ganas de ser y respirar en ese utópico más allá que habían construido en este planeta llamado Tierra… Y de esta forma, me quedo otra vez dormido, sin saber si se duermen mis ojos o mi cerebro. Lo que sí sé es que los liberados no se duermen, sino que continúan bien despiertos, eso sí, mezclados en maravillosa simbiosis con los astros de este escenario en el que se está fraguando esta posible historia. En mi duermevela, los oigo dialogar entre ellos, dirigiéndose los unos a los otros con este extraño seudónimo: Extragrís.
Escena II
EXRAGRÍS I (JESUCRISTO).— Mis queridos Extragrises, si os parece bien, podemos comenzar a exponer las observaciones que hemos hecho sobre los absurdos prejuicios que el ser humano ha ido metiendo en su cerebro desde que comenzó a desarrollarse en la capacidad de razonar. Yo he llegado a la conclusión de que el mayor error del hombre consiste en creer que la realidad de su perfección no le pertenece.
EXTRAGRÍS II (VICTORIA KEN).— A mi juicio, una de las mayores equivocaciones que ha cometido el género humano es creer que el único cerebro pensante que existe es el de la criatura humana, cuando todo el universo es una gran conciencia cósmica que se manifiesta en cualquier tipo de vida, sin discriminación alguna. Por este motivo, yo, la mujer, me erijo como jueza para reclamar que se cumplan las leyes en absoluta igualdad en toda vida que se manifiesta en este mundo, para que dejen de sufrir los de siempre: esos seres vulnerables que han soportado las consecuencias de no existir unas leyes que los protejan, como son los niños, los ancianos, las mujeres, los animales y el medio ambiente. Porque todos estos poseen un cerebro librepensador, que nada ni nadie tiene el derecho de manipular a su antojo.
CORO DE VOZ DE ANIMALES (se oyen so nidos animales y, de entre ellos, sale una voz humana, que traduce a varios idiomas) .— Gracias, Victoria, por acordarte de nosotros.
CORO DE VOCES DE PLANTAS.— Muchísimas gracias, amiga. Por fin alguien comprende que también las plantas somos seres vivos. Pues nuestro organismo, sensible al sufrimiento, es nuestro propio cerebro. Y si no, que escuchen nuestros gemidos entre el crepitar de nuestras hojas y ramas, cuando el fuego nos abrasa.
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