© Iván Gutiérrez Rodríguez, 2011
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2011
Calle 73 n.° 7-60, Bogotá
ISBN: 978-958-42-2863-5
Ilustración: Camilo Mejía Motta
Redacción y revisión doctrinal: Bill Carrascal
Edición original: Vox Studio (2010)
Desarrollo e-pub por Hipertexto Ltda.
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
A la gracia divina que me concedió conocimiento
y la inspiración de compartir estas experiencias.
A mis padres, Alberto y Lilia, mis hermanos
y parientes y a otros seres que son parte
de mi historia.
Pregunta un reconocido periodista colombiano a Yaser Arafat:
-Señor Arafat, ¿qué opina del conflicto en el Oriente Medio en comparación con el conflicto colombiano?
Respondió Arafat:
-Nosotros nos hemos venido destruyendo entre países por confrontaciones económicas, políticas y de sectas fanáticas; los colombianos se matan entre ustedes mismos y no saben por qué.
Cuando supe la respuesta de Arafat sentí que era a mí a quien cuestionaba. Parecía estar definiendo con ella los altibajos de mi propia personalidad, el sufrimiento y la impotencia que me ocasionaba esa serie de vivencias que denominaré causas oscuras y a las cuales me referiré con detalle en este libro.
Existen momentos en nuestra vida en los que sentimos que algo nos hace falta, a pesar de haber cosechado todo tipo de éxitos y conseguido lo que nos hemos propuesto, hay un no sé qué, algo que no nos permite ser completamente felices.
A lo largo de la vida nos mantenemos en esa búsqueda y caemos a veces en el error de endiosar cosas perecederas o a personas que por sí mismas son imperfectas y al final nos fallan o se mueren.
Terminamos en un círculo vicioso, sin sentido, que nos ocupa, entretiene y esclaviza temporalmente, pero que no nos garantiza la verdadera armonía sino que nos hunde cada vez más ante las decepciones y la soledad. La mayoría de las veces acabamos acentuando las heridas y las frustraciones y, con ellas, los resentimientos, miedos, el estrés y la depresión que equivocadamente enfrentamos con vías de escape.
PODEMOS RECONSTRUIR NUESTRA VIDA
Los seres humanos casi siempre queremos estar donde no estamos, tener lo que no tenemos y ser lo que no somos
Son muy pocas las personas plenamente satisfechas: unas son infelices porque están gordas y quieren ser flacas; otras tienen el cabello ondulado y lo quieren tener liso; es frecuente oír comentarios acerca del clima: si está haciendo mucho calor, ¡Ay, qué dicha que hiciera frío! Y si está haciendo frío, ¡Ay, qué dicha que hiciera calor!
Estos son meros ejemplos, ya que una lista completa sería interminable . Lo que sucede es que no nos damos cuenta de que a veces nuestros principales enemigos somos nosotros mismos.
Individuos en conflicto consigo mismos crean una sociedad en conflicto. Cuando un problema nos desequilibra por dentro y algo nos fastidia, cuando con nada nos sentimos a gusto, cuando nada nos complace y nos convertimos en jueces permanentes de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, bien sea que todo mejore o empeore, detrás de cada una de estas situaciones hay un antecedente y un porqué que lo explican, una raíz.
Un malestar generalizado encuentra, sin duda, su origen en una creciente crisis social de valores que se volvió común, ha ido minando la felicidad y la paz verdadera y de la cual ya no parece escaparse nadie, ni siquiera el perro de la casa. Sí, leyó bien, el perro de la casa; porque hoy en día es muy normal oír que a Firulays le dio estrés o depresión y también toca llevarlo al psicólogo.
Cuando notamos que algo no funciona bien en nuestra vida y entramos en crisis solemos reaccionar con pañitos de agua tibia y, por el efecto de las presiones de seguir adelante, muchos nos refugiamos en lo primero que nos ofrezca el deslumbrante y exquisito consumismo. Un ejemplo cotidiano son las famosísimas promociones de tipo televentas: A las primeras veinte mil personas que llamen en estos cinco minutos les regalamos un puñado de cilantro.
El hombre sólo es quien es cuando está solo. Lo que no hemos aprendido es cómo remediar los males de manera completa y verdadera sino que, casi siempre, nos cubrimos con máscaras para posar en cada lugar de una manera diferente o nos disfrazamos de apariencias con orgullo injustificado. Como dice la frase de Napoleón Bonaparte: “El orgullo es el arma de los débiles”.
Seguimos el camino con cara de poderosos, nos decimos que aquí no pasa nada, que todo está bien; caminamos y hasta levitamos pero, eso sí, llenos por dentro de incertidumbre, ansiedad, temores, depresiones, estrés, etc. Lo peor de todo, engañándonos a nosotros mismos al construir nuestra vida sobre estas debilidades.
Luchamos y luchamos para encontrar en nuestros proyectos la verdadera paz y felicidad o la realización plena, pero no sabemos si alguna raíz o atadura del pasado nos las está truncando. Nos pasa lo de los dos borrachitos que se subieron de noche en su canoa para pasar al otro lado del río, donde quedaban sus casas; remaron una, dos y tres horas, hasta que uno de ellos, ya cansado y mareado de remar y remar, preguntó al otro: “Pero si nosotros vivimos a diez minutos del otro lado y hemos remado y remado casi toda la noche ¿por qué no llegamos?”. De repente, uno de los dos borrachos miró para atrás y vio que no habían soltado la canoa del árbol donde estaba amarrada.
El camino más sano y verdadero para conocer lo que somos es escarbar en nuestra historia, nuestra niñez, hasta encontrar en las costumbres los malos ejemplos de nuestros padres y allegados, así como la falta de afecto, abandono, maltrato o burla de nuestros defectos físicos y emocionales. Es allí donde encontramos la raíz del malestar que nos aqueja y que se refleja en resentimientos, miedos, pérdida de la autoestima, ansiedades y hasta en enfermedades corporales, afectivas y mentales. Es tan sencillo como lo primero que uno construye para lograr que un edificio sea fuerte y resistente: las bases.
Y cuando uno ha vivido todas estas situaciones en carne propia, tal como le sucedió al autor, sí que lo entiende.
Cambiándolo de establo, no cambia el burro
Incursioné en el medio de la televisión en 1994, siendo estudiante de teatro. Actué en la novela Detrás de un ángel, de RTI, serie dirigida por Carlos Duplat. Fue la época en que iniciaron su vida actoral Margarita Ortega y Robinson Díaz. Luego ingresé al elenco del programa Fuego verde, dramatizado inspirado en el mundo de las esmeraldas.
De vez en cuando el trago, la rumba y la droga se convirtieron en compañeras in faltables de bohemia, aunque en medio del gozo y el derroche también las utilizaba como refugio mientras esperaba los tiempos en que se cumplieran mis metas profesionales.
Era el tiempo en que ingenuamente tenía en la punta de la lengua la excusa perfecta para justificar mis locuras, como cuando en la puerta de su casa la mamá de Jaime, el más cercano de mis amigos en el medio, nos advertía al salir de rumba:
-¡Cuidado, muchachos!, recuerden que la marihuana mata.
-¡Pero qué ‘mata’ tan buena, doña Sofi! -le respondía.
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