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Matilde de Magdeburgo - La luz que fluye de la divinidad

Aquí puedes leer online Matilde de Magdeburgo - La luz que fluye de la divinidad texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2016, Editor: Herder Editorial, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    La luz que fluye de la divinidad
  • Autor:
  • Editor:
    Herder Editorial
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  • Año:
    2016
  • Ciudad:
    Barcelona
  • Índice:
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La luz que fluye de la divinidad: resumen, descripción y anotación

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La obra de Matilde es el testimonio femenino místico más antiguo en lengua alemana y, en la tradición de la mística medieval, tiende un puente de unión entre Hildegarda de Bingen y el maestro Eckhart. A través de la palabra autobiográfica de Matilde de Magdeburgo, mística y poeta del siglo XIII, recorremos un viaje al encuentro de Dios, que va de la pasión y el deseo de la juventud al cansancio de la vejez, que nos conduce del éxtasis a la Cruz, de la unión a la ruptura, del gozo erótico al sufrimiento. La voz de Matilde penetra en los misterios de la divinidad y llama a abandonarse al fluir de la vida, a contemplar y envolverse en el fuego que arde y se derrama de la divinidad. La escritura carece de linealidad, evocando el recorrido circular de una danza cósmica, al estilo de otras místicas medievales, como Margarita Porete o Hadewijch. Una palabra nómada que es, al mismo tiempo, palabra divina.

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Matilde de Magdeburgo La luz que fluye de la divinidad Traducción de A LMUDENA - photo 1

Matilde de Magdeburgo

La luz que fluye de la divinidad

Traducción de
A LMUDENA O TERO V ILLENA

Título original: Das fließende Licht der Gottheit

Traducción: Almudena Otero Villena

Diseño de cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© de la Introducción, Archiv Hans Urs von Balthasar, Basel

© 2016, Herder Editorial, S. L., Barcelona

1.ª edición digital, 2016

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3414-3

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra www.conlicencia.com.

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

P RÓLOGO

Matilde o la poética del fluido

No se conoce mucho de la biografía de Matilde de Magdeburgo. Se sabe que nació en Sajonia hacia 1207, probablemente en una familia noble, y hacia 1230 abandonó a su familia para unirse a un grupo de beguinas, mujeres que, sin pertenecer a una orden religiosa, vivían en comunidad dedicadas a la oración y al servicio a los pobres. Con ellas pasó muchos años, hasta que la persecución de las beguinas por parte de las autoridades religiosas, las críticas y amenazas a causa de su obra y algunos problemas de salud obligaron a Matilde a buscar refugio, hacia 1270, en el convento de Helfta, habitado por monjas cistercienses y hogar de otras mujeres escritoras, como Gertrudis la Grande y Matilde de Hackeborn.

Aunque Matilde tuvo, según ella misma señala en su obra, experiencias de carácter espiritual desde que era una niña, no comenzó a escribir su libro hasta pasados los cuarenta años, algo habitual entre las autoras místicas medievales. Como han señalado Victoria Cirlot y Blanca Garí, el inicio de la labor de escritura aparece en estas mujeres asociado a la llegada de la madurez. Este trabajo de escritura acompañó a Matilde hasta su muerte, a lo largo de cuarenta años; el texto constituye así una transcripción en palabras de ese fluir de su existencia.

La luz que fluye de la divinidad surge así como una especie de reflejo de la vida de Matilde, una vida concebida como algo más que una suma de datos biográficos, que de hecho apenas aparecen en la obra. Y esta es quizás la causa de que, aunque la biografía de Matilde ha sido borrada por el paso del tiempo, su palabra continúa resonando. Porque, aunque la autora de Magdeburgo es hija de sus circunstancias y su obra es fruto de un tiempo y de un lugar determinados, de una religión concreta y de un cierto entorno social, su voz nació con el deseo de trascender esa frontera, de ir más allá de sí misma, de superar los límites del yo; de reflejar, precisamente, la vida.

La palabra que fluye

El texto de Matilde no es un monólogo que aspira a una verdad monolítica y cerrada, sino un diálogo en el que la palabra se va construyendo. En ese diálogo, en ese intercambio de palabras, fluye el lenguaje: la palabra de Dios nace así en el silencio, en la capacidad de escuchar al Otro. En el diálogo la verdad se va haciendo; no es un ente que existía previamente y que solo hay que consignar sobre el papel, sino que existe en el proceso, en el movimiento, en el derramarse de las palabras.

Matilde saca la palabra de Dios a la calle, fuera de las escuelas teológicas, y habla de Dios con el lenguaje de su tiempo, con las palabras del mundo. De Dios se habla en latín, el idioma de las verdades dogmáticas y de la teología, una jerga de especialistas que solo entienden unos pocos, un lenguaje que pretende ser preciso y sistemático. En cambio, la palabra de Dios brota en lengua vernácula: el idioma vivo, que se mueve, que se habla en la corte y en los mercados. Matilde lleva la palabra de Dios a la plaza pública, a esos lugares en los que los seres humanos se encuentran y dialogan entre sí. Su lenguaje es, como su misma vida, nómada: de la corte a la ciudad, de la ciudad al claustro. Se trata de una palabra en construcción permanente, que nunca parece encontrar su forma definitiva; un texto que Matilde fue escribiendo a lo largo de muchos años, como el reflejo del fluir de la vida.

El lenguaje de Matilde es heredero de la literatura cortesana, hijo de su época y del entorno social en el que ella nació y se crió. Pero en él no resuenan solo las voces de los trovadores y de las damas de la corte, sino también las de los pobres de la ciudad en la que Matilde vivió de adulta, las de los campesinos que trabajan la tierra, las de los monjes que cantan los salmos en la penumbra de sus monasterios. Surge así un texto fragmentario, una gran enciclopedia de la literatura de su tiempo, en el que encontramos, como en un collage posmoderno, verso y prosa, diálogos, alegorías, oraciones, visiones, canciones, citas bíblicas y formas de la lírica cortesana. En La luz que fluye de la divinidad hay lugar para la confesión íntima, pero también para la observación detallada del mundo, para pasajes de carácter profético o para consejos útiles en la vida espiritual o comunitaria. Una multitud de voces en bajoalemán —aunque el texto que hoy conservamos es una traducción realizada con posterioridad al dialecto de Basilea—, en la que, con todo, hay una línea de continuidad: capítulos que se refieren a otros anteriores, presencia constante de ciertos personajes —como Enoc y Elías, los mártires de los últimos tiempos—, paralelismos, alusiones. Frente al sistema, que aspira a una explicación cerrada y definitiva del mundo, remiten a una fragmentación que —de forma parecida a como lo enunciaba Friedrich Schlegel— es a la vez superación de las diferencias, aspiración de totalidad, unidad. Una totalidad que no es universalidad dogmática, que evita cualquier tentación totalitaria, cualquier verdad cerrada y definida, porque se encuentra en continuo movimiento, es inacabada y abierta, imperfecta.

En su multiplicidad de voces el texto de Matilde aparece como una enorme polifonía, un canto coral que evoca por momentos el lenguaje litúrgico y su carácter repetitivo, contrapuesto en su orden no lineal a un tiempo discursivo. Pero frente a una liturgia que se ha vuelto anquilosada y rígida, Matilde nos remite a un orden litúrgico en el que la repetición es a la vez movimiento y que, de este modo, abre en su monotonía una puerta a lo eterno, crea presencia de lo divino. Se trata de un conjunto de voces que abarcan todo el universo, fragmentario y complejo, un coro que puede al principio parecer discordante, pero que acaba entonando una melodía armoniosa de alabanza a Dios. En la alabanza, el lenguaje ya no es lo que dice; el canto de alabanza se agota en sí mismo, no busca nada ni remite a nada, existe en una inmediatez que elude cualquier esquema preconcebido: es el mismo deseo, el fluir del mundo.

La luz que fluye de la divinidad es así música de alabanza, que invita al movimiento de los cuerpos, a una danza en círculos y ascendente. Es un reien , el corro que los bienaventurados ( III , 1) Se trata de una danza que es movimiento erótico fluyendo hacia la unidad, movimiento circular que es permanente alabanza a Dios ( loptanz , I , 44), en el que la vida aparece transformada en una eterna glorificación de la divinidad.

Si el erotismo implica en sí mismo la superación de un límite, la alabanza, la palabra erótica, inserta en el cuerpo y en el mundo, rompe también la frontera entre lo material y lo espiritual, lo sagrado y lo profano. La de Matilde, con sus múltiples voces, es la poética del fluido, un fluir que atraviesa. Es la misma palabra de Dios que traspasa el cuerpo de María, el saludo de Dios que rompe los muros del cuerpo:

El ángel la saludó y le dio a conocer la voluntad de Dios. Sus palabras fueron gratas a su corazón, y sus sentidos se llenaron y su alma se encendió. […] La Santísima Trinidad al completo atravesó entonces, con el poder de la divinidad y la buena voluntad de la humanidad y con la noble gentileza del Espíritu Santo, el cuerpo intacto de su virginidad hasta el alma ardiente de su disponibilidad, y tomó asiento en el corazón abierto de su purísima carne, y se unió con todo lo que en ella encontró, de tal modo que la carne de ella se convirtió en la de él ( V , 23).

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